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En muchos países se celebran elecciones primarias. La idea se remonta al siglo XIX, pero su primera institucionalización se dio recién en 1903, en Wisconsin, EE.UU. Su promotor más influyente, Robert La Follete, pretendía aumentar y mejorar la participación política mediante la democratización de los partidos.
Paulatinamente, esta práctica se fue expandiendo al interior del presidencialismo estadounidense hasta convertirse en una característica de su sistema bipartidista. Por el contrario, pese a que ciertos partidos las han adoptado voluntariamente, los parlamentarismos no suelen tener elecciones primarias institucionalizadas. Ya para los presidencialismos latinoamericanos, se trata de un fenómeno relativamente nuevo.
Las elecciones primarias son un mecanismo intrapartidario para seleccionar candidatos. Éstas expanden la participación política efectiva al interior de los partidos, lo que mejora su transparencia y la rendición de cuentas por parte de los políticos. En ese sentido, la ausencia del dedazo otorga mayor legitimación a las candidaturas.
Si bien las elecciones primarias pueden intensificar divisiones intrapartidarias, sobre todo cuando los niveles de polarización y tensión son altos, también pueden promover una fuerte cohesión interna, pues sirven como una forma de «limar asperezas» antes de las elecciones generales. Para que así sea, sin embargo, se requieren élites intrapartidarias democráticamente comprometidas, que sean capaces de asumir sus resultados, apoyar a los ganadores e involucrar a los perdedores en un proyecto común.
Por otra parte, a menudo se critica a las elecciones primarias debido a sus altos costes y como causa de un cansancio electoral a priori. Si la participación en ellas es baja, sus beneficios mencionados podrían no justificar sus costes. Asimismo, actores políticos pueden presentarse o retirarse estratégicamente de las primarias para influir en el resultado, ya sea con la intención de dividir el voto entre sus oponentes o para consolidar el apoyo a otro candidato, respectivamente.
Más allá de sus generalidades, las elecciones primarias han adquirido distintos formatos. En los sistemas abiertos, todo votante empadronado puede participar independientemente de su afiliación partidaria, escogiendo un partido específico. En comparación con los sistemas cerrados, donde participa sólo la militancia, la votación cruzada puede comprometer la legitimación del resultado, puesto que personas afines a un partido pueden votar estratégicamente en la elección de otro, a modo de manipular a conveniencia la selección de candidatos. Evidentemente, se trata de un trade-off entre participación y legitimación mediante transparencia.
«Una alternativa viable sería mantener el sistema de elecciones primarias cerradas e inscribir bajo una sigla aglutinante a los candidatos opositores».
Marcados los hechos, y frente a una propuesta opositora de elecciones primarias abiertas, cabe preguntarse qué es más conveniente. Unas primarias cerradas, y con distintos partidos, no permitirían encontrar al candidato del «voto útil» que maximice las chances de una victoria frente al MAS. Unas primarias abiertas, sin embargo, podrían padecer una votación cruzada que vislumbre un candidato en los hechos menos competitivo que en sus números iniciales.
Se han propuesto también elecciones primarias diferenciadas. Para el MAS y sus militantes, cerradas. Para la oposición y el resto de la sociedad civil, abiertas. Se trata de una idea descabellada que menoscabaría la democracia liberal, que se basa en reglas de juego idénticas para todos los actores políticos. Un sistema así sería probablemente inconstitucional.
Constitucional, pero más descabellada aun, es la idea de elecciones primarias abiertas, organizadas por actores de la sociedad civil. El Tribunal Supremo Electoral (TSE) podrá no tener legitimación, pero tiene legitimidad. ¿Qué legitimación y legitimidad podrían tener primarias organizadas por ciertos sectores que por sí mismos tienen intereses políticos particulares? Cuestiones de transparencia, dinámicas de poder, vinculatoriedad y viabilidad ponen en duda dicho mecanismo. Y no es que las primarias del TSE sean más confiables, pero al menos son realizables y vinculantes.
Para eludir las dificultades expuestas, la oposición debe ser ingeniosa y mostrar desprendimiento. Una alternativa viable sería mantener el sistema de elecciones primarias cerradas e inscribir bajo una sigla aglutinante a los candidatos opositores. Con una campaña masiva para afiliar militantes, podría ampliarse la legitimación del proceso y resultado electorales, al tiempo de evitar una probable votación cruzada del MAS en primarias abiertas. Además, tratándose de una sola elección, sería más fácil aunar esfuerzos para el control electoral, lo que reduciría el potencial de adulteración de datos por parte del TSE.
Se trata apenas de una propuesta ingeniosa. Debatirla podría exhibir el nivel de desprendimiento en filas opositoras y la fiabilidad de sus pretensiones de unidad. De lo contrario, cada candidato puede ejercer su derecho a tratar de enamorar a la población con sus propuestas, y ver si le alcanza para competir con el MAS y los demás.