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Enriquecerse es glorioso. La experiencia de Singapur

Marcelo Añez Mayer

marczmay@gmail.com

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La de Singapur es una historia de determinación y resiliencia. Singapur se libró primero del dominio japonés (1942-1945), luego del colonialismo inglés a partir de 1959, y finalmente venció al comunismo en la década del 60 del siglo pasado. A partir de entonces, Singapur pasó de tener un PIB per cápita de 428 dólares americanos en 1960 a casi 90.000 el año pasado, 2024. Superando al de USA, duplicando al de Europa y siendo 23 veces el de Bolivia.

En gran parte, semejante éxito económico fue logrado gracias a la visión y determinación de Lee Kuan Yew, su líder desde 1959.

En muchos aspectos Singapur es un ejemplo a seguir ¿Cómo lo logró? El propio Lee Kuan Yew lo cuenta en su libro Del tercer mundo al primero. Acá les dejo algunas de sus principales ideas:

  1. Lo más importante es contar con la gente correcta en el gobierno. Un sistema imperfecto puede funcionar con las personas correctas. Un sistema perfecto no funciona con la gente incorrecta. Decir gente correcta quiere decir gente capaz, integra y comprometida. Con buena formación académica, por supuesto. También con capacidad para leer correctamente la realidad, para hacer que las cosas pasen, con creatividad y liderazgo. Pero sobre todo con carácter, actitud y motivación. Mientras más inteligente es la persona más beneficiosa (o perjudicial) puede ser para la sociedad. Para atraer y retener a los mejores del mercado, el sector público debe pagar bien. Igual o mejor que el sector privado. Pagar salarios bajos en la administración pública es un muy mal negocio para la sociedad; aleja a los mejores y el gobierno acaba en manos de los peores. Además, es incoherente, por ejemplo, que una persona responsable de ejecutar presupuestos de millones de dólares gane unas cuantas monedas. Es una invitación a la corrupción. Para que quede claro, no se trata de pagar más a los que están, se trata de pagar bien para atraer a los mejores: a los más capaces, a los más decentes.

 

  1. Pragmatismo, no ideología. Ser pragmáticos no tiene nada que ver con quienes dicen: “ni izquierda ni derecha” mientras ignoran y desprecian las ideas. Ser pragmáticos, con el pragmatismo que entendía el padre de Singapures, otra cosa. No el pragmatismo que se suele entenderse en el tercer mundo: ese oportunismo que va saltando de proyecto en proyecto, guiado exclusivamente por el interés personal y en perjuicio del interés común. Ignorante y despectivo para con toda forma de intelectualismo. El pragmatismo de Lee Kuan Yew era otra cosa. Para empezar, conocía perfectamente la historia, las ideas y la práctica del comunismo, del socialismo y del capitalismo. Ser pragmático -como lo entendía él- es testear las ideas con la realidad. Contrastarlas. Probarlas. Para luego quedarse con lo que funciona y desechar lo que no. Las ideas deben estar al servicio de la gestión, no al revés. Lee Kuan Yew no era pobrista. Era lo opuesto. Como Den Xiaoping, otro pragmático, estaba convencido de que enriquecerse es glorioso.

 

  1. La gente quiere un gobierno eficiente. Aunque parezca disfrutar y estar acostumbrada a un circo montado para distraerla, la gente no quiere realmente vivir eternamente en el espectáculo morboso. Sobre todo cuando los jóvenes comprenden que nunca podrán comprarse un lugar para vivir, que piensan en emigrar por falta de oportunidades, que se dan cuenta de que viven en la inseguridad e insalubridad. Lo que la gente quiere es un gobierno que dé soluciones a sus problemas. Un gobierno eficiente. No quiere conflicto todos los días, peleas interminables que no mejoran en nada las condiciones de vida de las personas. Que, de hecho, las empeoran. Es decir entonces que la ciudadanía no quiere esas desgastantes guerras sectoriales en forma de paros, bloqueos y peleas que destruyen la economía, que alejan la inversión y que lentamente terminan empobreciendo a todos. Y para que aparezca la magia del poder creador de riqueza del mercado, es necesario que haya orden y estabilidad. Que haya consistencia en el tiempo. Por eso, según la experiencia de Singapur, es necesario que ciertas libertades tengan un límite. Como la libertad de expresión, por ejemplo. En Singapur no hay lugar para esos modelos de negocio basados en la desinformación y la extorsión, que impulsan agendas políticas bajo el disfraz del periodismo.

 

  1. Muchas lenguas, un idioma. Singapur es un centro financiero internacional. Aproximadamente un 25% de su PIB está relacionado con ese rubro. Eso no se hubiera conseguido si no se hubiese establecido el idioma inglés como primera lengua en las universidades y en la mayor parte de los colegios. Antes de eso en Singapur se hablaban 7 dialectos chinos, además de malayo y tamil. Junto a la promoción del inglés se abandonaron los dialectos chinos para ser reemplazados por el mandarín como segunda lengua. La idea era que se hable inglés en el trabajo y mandarín en la casa. Se tenía a Japón como referencia por haber sido su sociedad capaz de absorber la influencia estadunidense, pero permaneciendo esencialmente japonesa. Promover un idioma en desmedro de otros es, sin duda, un hecho político. Cuando se implementaron las medidas para instaurar el inglés como primer idioma -primero en las universidades y luego en los colegios-, hubieron resistencias de gremios empresariales, de periodistas y de estudiantes. Se aplicaron detenciones y deportaciones. Grandes cambios requieren liderazgos firmes, no blandengues. Como Lee Kuan Yew consideraba los valores del confusionismo superiores a los de la sociedad de consumo, para evitar la aculturación en Singapur, se permitió que nueve de los mejores colegios mantengan el chino como primer idioma. El idioma inglés fue adoptado con un doble propósito: como idioma neutral entre las múltiples lenguas y dialectos, y para que Singapur sea relevante en el mundo. El objetivo principal era unir. El otro objetivo era ser importantes en el mundo. Ambos objetivos fueron conseguidos. Que gran diferencia entre ese ejemplo y quienes se dedican a dividir y promover el odio y el victimismo, exacerbando las diferencias identitarias para lucrar políticamente de ello. Envenenando espiritualmente a una sociedad que se empobrece a sí misma cada día.

 

  1. El interés individual es la gran fuerza creadora de la prosperidad general. No las buenas intenciones de un Estado paternalista que se las da de empresario con el dinero de los demás. Lo primero es abandonar las ideas equivocadas: el estatismo, el victimismo, la envidia y el resentimiento. Y en lugar de eso enfocarse en la creación de riqueza. Hacer todo lo posible para crear un clima favorable para los negocios, lo que trae inversión y empleo. Lo que genera riqueza. Resistir la tentación de montar un estado de bienestar a costa de la destrucción de la capacidad de crear riqueza. O, en todo caso, construir un estado de bienestar basado en la creación de riqueza. Con un Estado que permita, aliente y promueva la iniciativa privada. No el estatismo. Que se sostenga sí mismo, y por tanto no sea parasitario. Un “estado de bienestar”, si se quiere, pero a lo Singapur, no a lo España. O a lo Argentina kirchnerista. Lo deseable es un Estado eficiente, de tamaño razonable, honesto, que ayude y no estorbe al privado en la creación de riqueza y empleo. Eso debe balancearse con la aspiración humana de justicia e igualdad.

No creo que existan países homogéneos, pero sin embargo Singapur es una muestra de que por muy diverso que sea un país, si adopta las políticas correctas, y si estas políticas se sostienen a lo largo del tiempo, se puede salir de la pobreza. En un artículo titulado Singapur, el paraíso del capitalismo, de 2016, Mario Vargas Llosa dijo: “Singapur ha demostrado, contra todas las teorías de sociólogos y economistas, que razas, religiones, tradiciones y lenguas distintas en vez de dificultar la coexistencia social y ser un obstáculo para el desarrollo, pueden vivir perfectamente en paz, colaborando entre ellas, y disfrutando por igual del progreso sin renunciar a sus creencias y costumbres”.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Marcelo Añez Mayer

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