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En el corazón del altiplano, en el pintoresco pueblo de Monte Azul, la cooperativa AgroAndes florecía con optimismo. Este pequeño y vibrante lugar se dedicaba a la producción y exportación de quinua pura, pero también procesada en máquinas que fueron propiedad de una empresa extranjera que se marchó luego de la Reforma Agraria.
Durante varios años, los precios de la quinua estuvieron altos, lo que permitió a AgroAndes acumular grandes ahorros. Esta bonanza llenó de optimismo a los directivos y empleados de la empresa.
Para retribuir a los socios, la cooperativa tomó dos medidas. Primero, redujo el tiempo de trabajo a solo seis horas al día para que tengan más tiempo libre para la producción doméstica en sus huertos. Y, luego, construyó una gasolinera al lado de la fábrica para vender combustible a los socios a la mitad del precio.
Como los socios no sabían al inicio qué hacer con el dinero, optaron por ahorrarlo en dólares en el banco más cercano, junto con varias piezas de joyería de plata pura, un legado de las familias fundadoras del pueblo.
Unos años después, mediante una votación se decidió invertir en una industria de lana de alpaca, pues había abundantes cerca del pueblo. Siempre fue un sueño de Monte Azul tener esta industria, aunque otros pueblos cercanos y ciudades ya tenían varias fábricas similares con mercados establecidos y maquinaria moderna.
Como en todas las historias, llegó el tiempo de las vacas flacas. Los precios internacionales de la quinua cayeron debido a una sobreproducción global, especialmente en el vecino país de Andesol.
AgroAndes vio cómo sus ingresos cayeron drásticamente, y con ellos, la capacidad de mantener sus operaciones al mismo nivel. Mientras tanto, continuaron criando alpacas y comprando maquinaria para su nueva industria textil.
Al principio se pensó que iba a ser una caída transitoria, pero el tiempo demostró que los precios no se iban a recuperar. AgroAndes no quería renovar la maquinaria como lo hicieron otras empresas nacionales y las del vecino Andesol, sino mantener la forma de producir porque ya eran un patrimonio de Monte Azul.
Para continuar operando sin despedir a sus empleados ni reducir la producción, AgroAndes usó lo que restaba de los dólares acumulados previamente. Sin embargo, los ahorros no eran infinitos y, a medida que los precios seguían bajos, la empresa se encontraba cada vez más cerca de agotarlos.
Mientras tanto, el bono de transporte se hizo más pesado y, aunque se pensó en remover este beneficio, hubo un malestar generalizado entre los socios de AgroAndes, que casi bloquearon la fábrica. Por eso, tampoco podían plantear subir las horas de trabajo para mejorar la producción.
Se pensó que la fábrica textil iba a ser la solución, pero no se tomó en cuenta que se necesitaba enviar a pobladores a capacitarse dentro y fuera del país. La buena voluntad no era suficiente. Para colmo de males, cuando se agotaron los dólares, los directivos de la cooperativa optaron por vender parte de la joyería de plata y empeñar otra parte.
Dicen los expertos que la directiva tendría que haber tomado medidas para enfrentar la crisis. Debían haber diversificado sus inversiones, explorando la posibilidad de cultivar otros bienes con una demanda más estable y en los cuales ellos fueran expertos sin incursionar en aventuras desconocidas. Pero nada de eso se hizo, porque las elecciones en la cooperativa estaban cerca y no se quería bajar la popularidad de los directivos entre los socios.
¿Qué se podría hacer al respecto? Dejo la solución al sentido común y la imaginación del lector.
Esta narración ilustra la situación económica actual. En lo personal, no soy amigo de hacer narraciones, pero me pidieron que explique a mis colegas de trabajo la actual crisis de balanza de pagos. Preferí hacerlo por escrito y a un grupo más amplio de lectores.
Esperemos que el final sea “Y así, AgroAndes aprendió una valiosa lección, mientras Monte Azul, con sus altas montañas y cielos despejados, forjaba tiempos mejores.”