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Estrategias de campaña

Llegó la hora de pasar de la extensión a la intensión, de tratar de agradar a todos a ajustar el discurso al nicho de votantes objetivo

Guillermo Bretel

Politólogo y Sociólogo de la Julius-Maximilians-Universität Würzburg

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27 por ciento de los electores piensan votar en blanco, nulo o están aún indecisos. Eso revela la primera encuesta electoral publicada por Unitel. Pero lo más relevante no es el volumen de este grupo de votantes, sino su perfil: todo indica que son, mayoritariamente, votantes habituales del MAS, hoy desilusionados por el rumbo del país.

Evidentemente, se trata de un supuesto que no contempla las múltiples crisis de la gestión de Luis Arce. Sin embargo, antes hubo violaciones de la Constitución y de un referéndum vinculante, fraude electoral, bloqueo del paso de oxígeno en la pandemia y muchos otros vicios que ilustran una resiliencia y capacidad de articulación asombrosas del denominado «bloque popular». Por ejemplo, en 2020, la misma encuestadora midió 27,9 por ciento de indecisos y nulos antes de la elección. Un sorprendente 23 por ciento se trasladó al MAS.

Estando el panorama electoral aún tan fragmentado, cabe inferir que una parte importante de ese 27 por ciento podría trasladarse a un eventual «voto útil» dentro del «bloque popular». Dado que ese poco más de un cuarto del electorado definirá quiénes pasarán al balotaje, resulta difícil imaginar una segunda vuelta sin representación de éste. El voto identitario —de clase y cultura— no desaparecerá tan fácilmente, pero ni a Andrónico Rodríguez, ni a Eva Copa ni a Eduardo del Castillo les bastará con apelar únicamente al voto duro del MAS. Fragmentados, si ninguno convence a ese votante desilusionado de que representa cierta renovación —en todos los casos muy difícil de sustentar—, podrían no sólo certificar oficialmente el fin de la hegemonía del MAS, sino también terminar con una fuerza legislativa sin ningún poder de veto.

Samuel Doria Medina tiene una oportunidad de oro. Aunque el margen de error deje concluir un empate técnico entre él y Tuto Quiroga, las distintas encuestas vienen marcando una tendencia. Y, más importante aun, debido al tenor centrista de su discurso y a sus alianzas atrapalotodo, podría tener una mayor probabilidad de apelar a ese alto porcentaje de exvotantes del MAS indecisos. Es bajo esa misma lógica que los candidatos, que moderan su discurso de cara al balotaje, suelen ganarlo. Viene sucediendo mucho en América Latina, y las encuestas pre-campaña también lo indican para el caso boliviano. Esta estrategia le funcionó a Carlos Mesa, en 2019, para desfragmentar y disputar la primera vuelta.

«El tiempo de querer agradar a todos ha terminado. A partir de ahora, cada candidato debe asumir un perfil político claro. Mientras mejor se ajuste el discurso al nicho de votantes objetivo, más efectivo será».

El peor error de Samuel Doria Medina sería gastar demasiado tiempo y esfuerzo buscando votos en la derecha. Por un lado, porque no tiene sentido competir con Tuto Quiroga, un candidato de mejor reputación en ese nicho de votantes liberal-conservadores. Por el otro, porque podría alienar a ese 27 por ciento de indecisos, nulos y blancos que tiene menor probabilidad de apoyar a una derecha más tradicional y confrontacional y, por ende, tiende a migrar a su candidatura. El desafío de Doria Medina es presentarse como una alternativa institucionalista, moderada e inclusiva, capaz de generar confianza y credibilidad, y que aborde puntualmente las realidades del ciudadano de a pie. Si logra conmover desde el «metro cuadrado» —ese espacio cotidiano que resume las preocupaciones de las mayorías— puede crecer. Y si lo hace con suficiente margen, incluso parte del voto de derecha puede migrar hacia él como un eventual «voto útil» para ganarle al MAS.

Por su parte, Tuto Quiroga debería enfocar su estrategia de campaña en consolidar el voto de derecha. Su posibilidad de crecimiento está en robar votos de los candidatos marginales y beneficiarse de la consistente caída de Manfred Reyes Villa. Si logra concentrar el voto derechista y Doria Medina no consolida el centrista, Quiroga podría asegurar su paso al balotaje. Ya en éste, cambiar de estrategia hacia la moderación, a modo de ganar los votos del centro, sería un imperativo si pretende llegar a la presidencia. Subir el tono hasta agosto, si bien podría beneficiarlo en la primera vuelta, podría complicar su credibilidad en la segunda.

Si algo está claro para todos los candidatos, es que el tiempo de querer agradar a todos ha terminado. A partir de ahora, cada candidato debe asumir un perfil político claro. ¿Qué valores defiende? ¿Qué visión de país propone? ¿Cómo se diferencia del resto? Decir lo mismo que los demás, con las mismas frases y promesas recicladas, no bastará para convencer a un electorado con ciertas inclinaciones mas escéptico. Ahora se necesita diferenciación y credibilidad. Y mientras mejor se ajuste el discurso al nicho de votantes objetivo, más efectivo será. En la recta final de la campaña, ya no se trata de extensión, sino de intensión.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Guillermo Bretel

Politólogo y Sociólogo de la Julius-Maximilians-Universität Würzburg

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