Estudiar es pecado
Quien implantó el plan económico que modernizó Brasil fue Fernando Henrique Cardoso, un sociólogo que en un libro que escribió después de haber sido presidente afirma que sigue siendo marxista. Quien llevó a China al capitalismo fue uno de los líderes históricos de su Partido Comunista, Deng Xiaoping. Todos fueron procesos graduales, que requirieron de bastante tiempo, conducidos por intelectuales de izquierda. Confirmaron la tesis de Gladwell de que la revolución no puede ser tuiteada. De pronto, el actual gobierno argentino nos da la sorpresa de que en una semana aprueba un DNU contundente y a los pocos días el país vuelve a ser la primera potencia del mundo. Ojalá los dioses, incluso los que no existen, nos sean benévolos.
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Estudiar es pecado. Es lo que significa el nombre de uno de los grupos más poderosos del Islam contemporáneo, Boko Haram, liderado por Abu Bakr al-Sheikawi, que se declaró súbdito del califato instalado por Abu Bakr al Baghdadi, líder del ISIS, la organización que atacó Rusia este viernes y mató a decenas de personas que asistían a un concierto cerca de Moscú. El califato reclamó la fidelidad de todos los islámicos del mundo, logrando la adhesión de muchos sunnitas, entre ellos de Boko Haram, responsable de la muerte de cientos de miles de cristianos y personas que pretendían estudiar en alguna escuela, en Níger y otros países. Para ellos, estudiar es pecado. Para ser un buen creyente no hay que leer nada más que el Corán. Educarse conduce a las peores aberraciones: los que leen pueden pensar libremente y caer en la herejía.
Un lector, sacerdote chiita, escribió a PERFIL protestando por uno de mis anteriores artículos acerca del Islam. Me acusó de despreciar esa religión y de afirmar que es una corriente salvaje, que se enfrenta a la racionalidad de occidente. Nada más lejos de mi posición. Respeto toda creencia, aunque no la comparta. Lo que he expuesto, en varios artículos, es que existen muchas diferencias profundas entre la cultura occidental y la islámica, que hacen difícil la convivencia.
Reconocí siempre el gran aporte de los intelectuales islámicos al progreso de la humanidad, particularmente durante el esplendor de Al Andalus. El solo hecho de importar a Europa los números “arábigos” desde la India hizo posible la existencia de la ciencia. Imaginemos cómo habría podido realizar el telescopio James Web los billones de cálculos por segundo que necesita para diseñar su órbita, usando números romanos. Solo la multiplicación de dos números como el 30.524 y el 75.855, escritos con esa grafía, llevaría meses de trabajo. Los ideogramas de oriente, importados por los árabes, hicieron posible el desarrollo de la ciencia. No hay duda de que esta innovación, el desarrollo de la arquitectura que llevó a la construcción de muchas catedrales europeas, y el rescate de la filosofía griega, fueron enormes aportes del Islam para el desarrollo de la humanidad.
Ningún país se ha transformado en forma profunda en pocas semanas
Por otra parte, en occidente no solo hubo y hay racionalidad. Hasta hace poco, se veneraban en la Catedral de Mainz dos plumas y pedazos del huevo del que habría nacido el Espíritu Santo; en la Catedral de Colonia están los restos de Reyes Magos que nunca existieron; muchos católicos peregrinan a Compostela para orar ante el cadáver de Santiago, un hermano de Jesús, que habría viajado al Finis Terrae después de ser ejecutado por Herodes Agripa en el año 41. Todas esas creencias no tienen fundamentos más racionales que los anuncios de la destrucción de Israel del Ayatollah Jamenei en 2012. En todas las culturas, las creencias religiosas se colocan fuera del discurso racional.
En todo caso estudiar, leer, perder el tiempo pensando, ha sido mal visto por cristianos que elaboraron el índice de libros prohibidos de la Iglesia católica, por dogmáticos de todas las ideologías, y es una actividad despreciada por muchos hijos de la cultura de la internet. Para qué leer a Wittgenstein si se puede celebrar con un cálido “like” el meme que se le ocurre a un amigo y reenviarlo. Para qué romperse la cabeza intentado comprender conceptos, cuando es tan fácil expresar emociones con un emoji.
Me encantan los emojis, son una forma de escritura ideográfica que ha enriquecido a la escritura fonográfica, pero me parece que hay que integrarlos como una herramienta que enriquece, pero no puede reemplazar al texto. Podemos usar emojis, pero no por eso debemos dejar de pensar.
Estudios realizados últimamente en varios países del mundo, alertan sobre el deterioro de la mente de los jóvenes que han dejado de usar textos escritos en papel, para estudiar solamente en pantallas. En Suecia se ha llegado a limitar el uso de tabletas y teléfonos celulares en los establecimientos educativos, para obligar a los educandos a usar libros y textos físicos.
Quienes nos educamos en la tradición racionalista, estamos en el otro extremo de Boko Haram. No creemos que estudiar sea un pecado, quisiéramos que todos lean todo que encuentren, se expongan a todos los pensamientos posibles, abran su mente para que puedan vivir con plenitud en esta sociedad caótica en la que los conocimientos y los paradigmas se desechan todos los meses, superados por descubrimientos que nacen del vertiginoso desarrollo de la ciencia.
En una discusión dada en el Club Político Argentino, un consocio decía que en mi ultimo artículo estaba defendiendo mi punto de vista acerca del gradualismo como método para cambiar un país, enfrentado la teoría del shock de algunos colaboradores de Milei. Esto no es exacto.
Mi gradualismo tiene que ver con una visión de fondo de la vida y la política. Me entusiasma la nueva sociedad, estudio y escribo todo el tiempo sobre la tercera revolución industrial, ahora mismo estoy terminando un curso online sobre física cuántica, para entender cómo va a alterar nuestra vida el desarrollo de la computación cuántica en los próximos años, pero coincido con Malcolm Gladwell en que la revolución no puede ser tuiteada. El gran desafío de la época es recrear todo con la revolución tecnológica para que podamos vivir más felices. No se la debe negar, ni permitir que se instale una sociedad robótica totalitaria en la que la tecnología nos someta y mate nuestra la libertad.
Sería hermoso si pudiésemos mandar un mensajito a los que manejan el mundo, como intentó hacer Antonin Artaud con su Carta a los poderes, para obtener una respuesta inmediata que permita construir una sociedad perfecta. Sería muy bueno producir un shock que termine de un día a otro con el hambre, la injusticia, la muerte y todo lo que nos agobia. Podríamos disfrutar de un bienestar y una prosperidad sin límites, la inmortalidad llegará en pocos años, la inteligencia artificial y la robótica se harán cargo de los trabajos repetitivos y desagradables.
Algunos políticos dijeron durante la campaña que no valía la pena ganar las elecciones si no era posible transformar al país para siempre, en la primera semana de gobierno. Unos querían ajustar todos los precios de los servicios en ese plazo de tiempo, otros dejar en el desempleo a los ñoquis de todo el país. Es posible que haya habido alguno que haya pretendido que en pocos días pase algo positivo, lluevan las inversiones extranjeras y llegue el pleno empleo. No me parecía probable que eso ocurra, pero en una época en la que un agente de la KGB se convirtió en el Zar Iván el Terrible, todo es posible.
Me habría encantado que lleguemos a 2024 con un país completamente transformado, avanzando hacia el horizonte de la felicidad. Desgraciadamente, el horizonte es una línea imaginaria que se aleja en cuanto nos acercamos a ella. Hasta ahora no he conocido ningún país que haya logrado transformarse de manera profunda y duradera en pocas semanas.
Los cambios serios, que transformaron a otros países en lo que son, no se realizaron en una semana. La España contemporánea no surgió cuando, muerto Franco, el rey Juan Carlos Mandó a la Corte una ley con 800 artículos para que todo cambie en una semana. En 1975, Felipe González, el ideólogo de la conversión del país al capitalismo, era marxista y se oponía a la integración de España a Europa. Se sucedieron años convulsionados con cambios graduales. Hubo un proceso complejo de negociaciones que culminó en 1977 con la suscripción de los Pactos de la Moncloa y recién en 1982 se pudo producir la transformación de España, con la elección de los socialistas.
Otro tanto pasó con Fernando Henrique Cardoso, el sociólogo marxista que transformó al Brasil con el plan real. Como ministro de Hacienda impulsó una reforma económica que le llevó a la presidencia del país logrando su transformación económica. El cambio de Cardoso no estuvo en un proyecto de ley con seiscientos artículos que cambien Brasil en una semana. Requirió de un largo proceso que se inició en 1993 cuando Cardoso asumió el ministerio de Hacienda, y culminó en 1998 en su tercer año como presidente de la nación.
En otro tipo de sociedad, Deng Xiaoping condujo el cambio más importante, de un país comunista famélico que se convirtió en una gran potencia capitalista del mundo. La transformación fue larga y complicada. Deng, visto como un revisionista y perseguido por el maoísmo, terminó preso en 1968 y deportado a Jiangxi para trabajar como obrero en un taller de tractores. En 1972 envió una carta pidiendo perdón a Mao por sus equivocaciones contrarrevolucionarias y asumió paulatinamente el poder a partir su muerte. El líder comunista no llevó a China al capitalismo aprobando una ley en una semana. Su impresionante trabajo requirió tres décadas, fue paulatino, hasta que culminó transformando a China en el país que conocemos. Recién en 1992, pudo sorprender al mundo con un discurso en el que afirmó que “enriquecerse es glorioso”, sepultado al comunismo de Mao.
Los cambios que cimentaron capitalismos sólidos en España, Brasil y China no fueron realizados por economistas liberales. El líder indiscutido de la modernización de España fue Felipe González, originalmente marxista, presidente del Gobierno de España representante del Partido Socialista Obrero. Quien implantó el plan económico que modernizó Brasil fue Fernando Henrique Cardoso, un sociólogo que en su libro Relembrando o que escrevi afirma, después de haber sido presidente del Brasil, que sigue siendo marxista. Quien llevó a China al capitalismo fue uno de los líderes históricos de su Partido Comunista.
Todos fueron procesos graduales, que requirieron de bastante tiempo, conducidos por intelectuales de izquierda. Confirmaron la tesis de Gladwell de que la revolución no puede ser tuiteada. De pronto el actual gobierno argentino nos da la sorpresa de que en una semana aprueba un DNU contundente y a los pocos días el país vuelve a ser la primera potencia del mundo. Ojalá los dioses, incluso los que no existen, nos sean benévolos.