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Me enteré del fallecimiento de Gaby Vallejo (el 20 de enero pasado), cuando me encontraba en las antípodas de Bolivia, en el famoso paralelo 17 de Vietnam. Pensé mucho en ella, en sus libros, en su enorme labor de promotora cultural, y en nuestros encuentros, y me prometí escribir una nota para recordarla.
Lo primero que me viene a la mente es aquella vez que me corrigió cuando me dirigí a ella como Gaby Vallejo de Bolívar, tal como figura en la edición que Hijo de opa – Los Hermanos Cartagena (Los Amigos del Libro, 1986), que me obsequió con una dedicatoria. Me dijo: Gaby Vallejo Canedo, o Gaby Vallejo, no más. Yo no sabía casi nada de su vida privada, pero desde entonces tuve el cuidado necesario.
Tal como suele suceder con muchos amigos, nuestros encuentros fueron casi siempre breves, en lugares probables como ferias del libro (formales o populares), pero en esos eventos no tuvimos mucha libertad para conversar, salvo cuando llegó a Guatemala, donde yo vivía, a fines de febrero del 2001, y nos regalamos el tiempo necesario para estar en casa y para visitar Antigua y recorrer sus templos y calles empedradas, mientras nos poníamos al día sin prisa. Guardo algunas bonitas fotos de aquella ocasión.
Como también suele suceder con otros amigos de larga data, los intercambios epistolares fueron más ricos. Primero con cartas en papel de esas que ahora uno añora porque se las ha llevado el viento, y luego por la vía de internet, los “emilios” como decía Liber Forti, también amigo querido de Gaby y cómplice de varias aventuras culturales. El WhatsApp nos acercó nuevamente, nuestro último intercambio fue en octubre del 2023, donde me dice que su vida ha cambiado mucho a raíz de una intervención en la columna: “Estoy prácticamente paralizada. No he ido ni a la presentación de la séptima edición de Hijo de opa” escribió con dificultad, con erratas que indicaban que sus dedos no le respondían. Supe que ya no salía de su casa, que sus dolencias la mantenían enclaustrada, precisamente a ella, viajera impenitente y entusiasta.
Escribí un par de veces sobre sus libros, y algo de eso queda en el registro que hizo Willy Muñoz, quien reunió comentarios en La narrativa contestataria y social de Gaby Vallejo (Kipus, 2017). Sucedió algo curioso cuando esa obra se presentó en la Feria Internacional del Libro en La Paz, en 2017. Me encontraba firmando libros en el stand de Plural cuando perifonearon mi nombre solicitando mi presencia en la sala donde se presentaba Gaby con el libro compilado por Willy Muñoz. Llegué al lugar y encontré a Pedro Camacho (director de la editorial) y a Gaby algo nerviosos porque ni Willy Muñoz ni Vicky Ayllón, los presuntos presentadores de la obra, habían llegado, por lo que me pedían que los supliera. Y lo hice como “espontáneo” en una plaza de toros, improvisando unas cuantas palabras junto a Gaby.
Gaby me tenía la confianza suficiente como para darme a leer alguna de sus obras antes de que se publicara. Lo hizo con Ruta obligada (Plural, 2008), pero mis sinceros comentarios no la complacieron. Leí con atención y cariño la novela y le dije con franqueza lo que pensaba. En dos páginas de notas (el 24 de julio de 2007) le decía que me parecía prematura la publicación de la novela, porque necesitaba más trabajo. No le cayeron bien mis observaciones. Tomó en cuenta unos cuantos consejos, pero de alguna manera se creó un vacío entre ambos hasta que ella publicó de todas maneras el libro y me obsequió un ejemplar con esta dedicatoria: “Esta novela que ya conociste en su gestación, llega a su edición y difusión, con algunas de tus sugerencias. Ya sabes que no fue posible mantener el diálogo creativo. Con cariño. Gaby.”
Compartía conmigo (y probablemente con muchos otros amigos) noticias de sus viajes como representante del PEN Club, sus encuentros con escritores de renombre (Juan Villoro, Elena Poniatowska, Antonio Skármeta y otros) y los reconocimientos que le hacían por su infatigable labor en favor de la lectura de los más jóvenes, y por su obra narrativa.
De los libros que publicó y que leí con placer, me quedé con las ganas de comentar Amalia, desde el espejo del tiempo (Kipus, 2012), su biografía novelada de Amalia Villa de La Tapia, la primera aviadora boliviana. Tomé notas que todavía están en pequeños papeles dentro del ejemplar que me obsequió, pero me dejé vencer por el tiempo y nunca publiqué un comentario. Se lo debo.
El tiempo vuela como esa aviadora pionera que Gaby rescató del olvido. El tiempo pasa y nos avasalla. No pasa un mes sin que desaparezca algún amigo entrañable, algún conocido que merece ser reconocido. Muchos se extinguen sin haber sido reconocidos en vida, sin que su obra haya sido suficientemente leída y comentada. Por suerte no fue el caso de Gaby, que recibió en vida numerosos reconocimientos por su incansable trabajo.
Este es un país donde se publica mucho y se lee poco. A falta de una crítica literaria profesional (que debería existir puesto que hay carreras de literatura), somos unos pocos los que nos improvisamos en comentaristas y divulgadores de obras que se merecen algo más que ese silencio cruel que castiga a los escritores, eso que los mexicanos llaman “ninguneo”.