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El 12 de febrero de 1976, en Ciudad de México, el escritor peruano Mario Vargas Llosa le dio una trompada tan fuerte en el ojo izquierdo a su colega y amigo colombiano Gabriel García Márquez, que lo tiró al suelo. Quizás si el autor de Cien años de soledad no lo hubiese recibido con los brazos abiertos, el daño hubiese sido menor, pero Vargas Llosa no estaba para abrazos y luego de asestar su golpe sin contemplación, espetó: “Eso es por lo que le hiciste a Patricia”.
Con el ojo en tinta García Márquez buscó a su amigo fotógrafo Rodrigo Moya para inmortalizar su rostro sonriente. Tomó el incidente con un humor inversamente proporcional a la ira incontrolable del autor de La ciudad y los perros, “el cadete”, y a partir de allí ha pasado casi medio siglo de intriga alrededor del hecho, hasta que el también peruano Jaime Bayly publicó Los genios (2023), una novela que especula en torno a los motivos de Vargas Llosa, quien (dicho sea de paso) había abandonado a su esposa Patricia Llosa por una modelo de la que estaba fulminantemente enamorado.
Confieso que, al igual que otros lectores, me he zampado la novela de Bayly con curiosidad chismosa, antes que por su calidad literaria. La novela no tiene en realidad otro valor que no sea la posibilidad de acceder a información “íntima”. La conocida amistad de Bayly con Álvaro, el hijo mayor de Mario Vargas Llosa y de Patricia Llosa, se ofrecía como una garantía adicional para avalar las revelaciones del libro, que en realidad no son tales puesto que su autor anuncia de entrada que se trata de una novela en la que nunca sabremos qué corresponde a la historia real de los personajes, y qué a la imaginación telenovelera de Bayly.
El lector termina con más preguntas que respuestas. ¿Es verdad que el título inicial de La tía Julia y el escribidor era Vida y milagros de Raúl Salmón? ¿García Márquez le propuso a Vargas Llosa escribir juntos una novela? ¿Es cierto que Susana Diez Canseco, la amante de Vargas Llosa, lo hizo circuncidar porque tenía “la pinga encapuchada”? ¿Será verdad que cuando el peruano ganó el premio Rómulo Gallegos en Venezuela, Fidel Castro le envió a través de Haydée Santamaría y de Alejo Carpentier un mensaje pidiéndole que donara los 22 mil dólares del premio a la revolución cubana? ¿Gabo enviaba los originales de sus libros a Fidel para que los leyera y “corrigiera” antes de publicarlos? ¿Se encontró Vargas Llosa casualmente con su padre, al que odiaba, sirviendo como mozo en un lujoso restaurante en Los Ángeles? ¿Y será verdad que el padre, Ernesto Vargas, se presentó armado en plena boda religiosa de Mario con su prima Patricia? ¿Quemó Patricia uno a uno los libros más preciados de su esposo cuando éste la abandonó por la modelo Susana Diez Canseco? Y diez años antes, la tía Julia Urquidi, despechada por el amorío de Mario con su sobrina, ¿tiró al Sena lo más valioso de la biblioteca del autor de La casa verde? ¿Será cierta la tierna anécdota de Neruda que al llegar a Barcelona a casa de los García Márquez a las cinco de la mañana les pide dormir con Mercedes, la esposa de Gabo? ¿Existió el brevísimo encuentro de García Márquez con Faulkner en Memphis? ¿Y la ceremonia religiosa en la que el presidente peruano, general Velasco Alvarado, entierra en su jardín la pierna que le habían amputado? ¿Y la anécdota sabrosa de Vargas Llosa de rodillas frente a la actriz Katy Jurado, depilando su “selva negra” con tijeritas para su papel en la primera versión de Pantaleón y las visitadoras, película que, al decir de Bayly, el propio Vargas Llosa hizo desaparecer?
El libro está sembrado de anécdotas como éstas y de afirmaciones intrigantes que mantienen al telespectador (perdón, al lector) en vilo. Algunas están narradas con humor y proporcionan buenos párrafos, pero la mayoría puede leerse como un bilioso ajuste de cuentas post-mortem, como si Bayly se convirtiera en el justiciero que reivindica a García Márquez (de hecho, trata de imitar su estilo en muchas páginas) y lapida a Vargas Llosa. Un ajuste de cuentas no solamente con Vargas Llosa, sino con su hijo Álvaro a quien un perro dogo blanco le habría arrancado un testículo de un mordisco, y con Julio Ramón Ribeyro, de quien afirma que rogó a Velasco Alvarado que lo nombrara diplomático en París, donde permaneció 20 años a pesar de varios cambios de gobierno.
Al final de cuentas, la anécdota del puñetazo de Vargas Llosa a García Márquez no es sino el gancho para relatar todas esas anécdotas, reales o inventadas. Quizás en entrevistas y artículos se hayan conocido ya algunas, puesto que ambos autores han hecho correr mucha tinta a lo largo de sus vidas. En todo caso, el que lleva las de perder es Vargas Llosa, como si Bayly quisiera manifestar el resentimiento de una parte de los peruanos hacia su escritor más importante. En el libro muestra a un Vargas Llosa egoísta, faldero, machista, vanidoso y altanero, que antepone en su vida su oficio literario por encima de la amistad, del amor de pareja o de la familia. Sería interesante saber lo que piensa y dice el premio Nobel peruano del libro de Bayly, si es que se ha tomado la molestia de leerlo.
El título de la novela (creo que con sorna), se refiere a la calidad creativa de ambos escritores, pero extrapolando podría referirse también al genio irascible de Vargas Llosa y al buen genio de García Márquez. El primero siente por el segundo una admiración que raya severamente en la competencia, mientras el segundo vive la vida despreocupadamente, escribiendo cada día una página maravillosa. Carmen Balcells, agente literario de ambos, solía decir que Vargas Llosa era el primero de la clase, mientras que Gabo era el genio.
Lo rescatable son los apuntes, comprobables, sobre la relación pública entre los dos escritores de enorme talento, amigos tan diferentes entre sí. Por una parte, García Márquez muy seguro de sí mismo, tanto, que no se toma en serio: “Soy sólo un hombre que cuenta anécdotas. Soy muy bruto para escribir”. Por otra, el esforzado y riguroso Vargas Llosa, a quien cada párrafo le cuesta un enorme esfuerzo, solemne e inseguro de sí mismo, que tiene que probarse a lo largo de su vida no sólo como escritor sino como hombre, aun representando papeles frívolos en sus relaciones con las mujeres. Así los describe Bayly.
Hay algunas descripciones luminosas, como el primer encuentro entre García Márquez y un joven cantante desconocido, Joaquín Martínez, que años después tomaría el apellido de su madre: Sabina. Hay una buena escena, jocosa, de Vargas Llosa visitando por primera vez a los padres de la modelo Susana Diez Canseco, para pedirla en matrimonio. Ellos lo reciben con severidad y le dicen que no puede casarse con Susana porque es su media hermana… Al cabo de unos segundos en los que Vargas Llosa piensa “trágame tierra”, rompen en risas muy contentos de haberle hecho una broma pesada. Cierta o no esta anécdota, le sirve a Bayly para encajar un puntapié en la entrepierna del estupendo narrador que vivió su infancia en Cochabamba.
La novela termina exactamente donde empezó: la descripción reiterada de la escena del puñete y la especulación de los motivos. En suma, 238 páginas más tarde, quedamos en lo mismo, con la única certeza de que después de la muerte de García Márquez, el secreto ha quedado en manos de Patricia Llosa, y que su (otra vez) esposo pródigo, no tiene más remedio que quedarse con la duda.