Golpes no convencionales y el caso argentino
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Hace no mucho, el ex presidente chileno Sebastián Piñera dijo que en el 2019 tuvo que enfrentarse a un intento de “golpe de estado no convencional”. No se equivoca, ya que su país estuvo ante una reedición casi milimétrica del tipo de golpe no tradicional, o “estallido social planificado”, ensayado antes en la Bolivia del año 2003.
Luego, la metodología sería aplicada también en Colombia en el 2021, contra el gobierno de Iván Duque.
Por supuesto que a lo largo de la historia latinoamericana han habido otras insurrecciones con objetivos destituyentes, pero en los tres casos mencionados se dan demasiados elementos en común, algunos de los cuales detallamos en el libro “Los 5 Mitos de Octubre”.
El guión se repitió para facilitar la llegada al poder de Evo Morales, Gabriel Boric y Gustavo Petro, y con otros matices se intentó en Ecuador y Perú, contra Lenin Moreno, Guillermo Lasso y Dina Boluarte, aunque no pudo concluirse.
Si pasó una década y media entre el primer ensayo y las réplicas, se debe a que entre ambos hitos se dio un ciclo de expansión electoral de los populismos del Foro de Sao Paulo, y recién al entrar en retracción se desempolvó el método para las “brisas bolivarianas”.
Ahora, con la llegada de Javier Milei a la Casa Rosada, el eje castrochavista ya se ha puesto en apronte, por lo que el riesgo de desestabilización a la democracia argentina será creciente.
Sobre esos temas estaré hablando esta semana en Buenos Aires, en la Fundación Sudestada 9,37 y con el apoyo de la Fundación Atlas.
El estallido social planificado es distinto de las llamadas “revoluciones de colores”, impulsadas contra dictaduras o regímenes autoritarios, y tiene, por el contrario, la meta de minar a gobiernos democráticos.
Es, en cierta forma, una reinvención de los métodos de la “kale borroka” (lucha popular callejera) implementada en el País Vasco por la izquierda pro-etarra, pasada por el tamiz de experiencias colombianas del ELN y las FARC y, por supuesto, de las milicias sindicales cocaleras en Bolivia.
Implica ciertas prácticas reiteradas, como la desprevención, utilizando como detonantes pequeñas causas locales e incluso demandas puramente subjetivas; o el hecho de ser geográficamente envolventes, pasando de las movilizaciones en la periferia a la centralidad urbana.
Las democracias, allí donde sean recuperadas, tendrán que dotarse de sistemas de prevención de conflictos, seguridad democrática o “inteligencia social”, si se quieren evitar las trampas de la violencia planificada y salir del ciclo de recaída en regímenes vinculados al crimen organizado.