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Goni reaparece y su propuesta constitucional ocupa titulares de prensa, es foco de atención, al grado de que el propio Presidente le contesta. Mientras, Carlos Mesa figura punteando varias encuestas, aunque sea con números que se quedan en o debajo de las dos decenas. Por su parte, Manfred Reyes Villa es alcalde popular de Cochabamba y acaba de ser favorecido con la anulación de fallos judiciales en su contra.
A casi veinte años de octubre de 2003, la pregunta es qué provoca que al menos tres de los actores principales de aquel año tengan aún vigencia política. Porque la presencia de Goni, Mesa y el Bombón es igual a que Evo presentara una propuesta constitucional el 2039; a que, ese mismo año, García Linera fuera el candidato con más preferencia ciudadana; o a que Choquehuanca fuera alcalde de La Paz dentro de veinte años. No me animo a vaticinar cuál será el estado de la política entonces, pero si es cierto que el 2006 tuvo lugar una revolución, si bien pacífica, entonces, ¿por qué no ha barrido irremediablemente a esos actores previos?
Después de 1952, nombres como Hertzog, Urriolagoitia o Guachalla desparecieron. Por edad o política, no resurgieron ni a la caída del MNR, en 1964. La Revolución Nacional los dejó atrás: los propios opositores no ganaban nada trayéndolos de nuevo a escena. En Bolivia hay actualmente ansias de renovación, pero nombres como Mesa y Manfred persisten con fuerza propia. Y el que no, Goni, se permite terciar con ecos del público, pese a las cuentas que lo persiguen desde 2003.
La falta de nuevos liderazgos explica en parte la permanencia de esos nombres en la política nacional. Camacho y Áñez, para hablar de opositores posteriores a 2003, no lograron instalarse o la represión les ha partido, por ahora, sus proyectos. No obstante, que Áñez renunciara a su candidatura el 2020 y que Camacho alcanzara menos de veinte puntos en la elección nacional revela el límite de esos apellidos hasta aquí.
Una respuesta posible es que la “revolución” de 2006 ha sido menos profunda de lo que creemos y que sus postulados no han conquistado a sus contrarios, como de algún modo sí hizo la Revolución de 1952. Otra, que el MAS, por sus propios métodos, se ha rehusado a aceptar un lugar simbólico para las banderas del electorado opositor, negándoles un espacio en el Estado Plurinacional. La Revolución de 1952 les dio campos de concentración a sus opositores, pero no negó un lugar simbólico a las clases medias que les votaban. En cambio, ahora, los votantes opositores tal vez se han visto forzados a asilarse en nombres previos al advenimiento del MAS, para negarlo.
Pero hay algo que no depende de las circunstancias o de lo que haga el MAS y que es, más bien, propio del esfuerzo de cada uno de esos sobrevivientes. Porque Goni pudo dedicarse a mimar bisnietos en vez de revisar un borrador de Constitución. Mesa pudo emigrar a España y abrir una pausa en su vida pública. Y Manfred pudo dejar de intentar; nada lo obligaba a ser candidato a alcalde de nuevo, cuando nadie apostaba ya por él.
Una suerte de porfía ha permitido a estos políticos sobrevivir el año más complejo vivido por Bolivia en el siglo XXI, el 2003, y hacerlo con consecuencias, no solo como testimonio personal. Y tal vez para muchos no haya dignidad en perseverar en el error, si así quiere llamarse a la falta de éxito político pleno, posterior a las ramificaciones del 2003, pero yo sí veo una dignidad en su porfía. No es posible dejar de reconocer su ímpetu, más allá de sus faltas y falencias, y de si sus ideas o atributos personales nos seducen del todo o no.
Ni siquiera se necesita creer que se trate de hombres del más alto carácter o genio, en los que se encuentra un insaciable deseo de honor, comando, poder y gloria, como decía un clásico. Quizá es algo menos grandioso y que se puede explicar con palabras más humildes. Ninguno de los tres quisiera estar, seguramente, en una misma lista con los demás. Pero hay un no sé qué de voluntad fecunda en los tres que me produce algo muy parecido al respeto por ellos.