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Han muerto tres grandes historiadores

Lupe Cajias

Periodista e historiadora

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¡Ay la Parca tan implacable! En pocos días se llevó a tres hombres que trabajaron para que los bolivianos comprendieran más y mejor la compleja sociedad donde les tocó vivir. William, Bill, Lofstrom escogió Sucre para vivir, para estudiar, para escribir y para morir. Javier Mendoza publicó pocas obras, pero con ellas provocó extraordinarias reflexiones. Tristán Platt dedicó su principal obra al gran ayllu Macha; formó familia en Bolivia; retornaba a Potosí con frecuencia.

Lofstrom (California, Estados Unidos, 1939) fue catedrático de historia en la cuatro centenaria Universidad San Francisco Xavier; socio honorario de la Sociedad Geográfica y de Historia Sucre; miembro Honorario de la Academia de Historia, recibió el Cóndor de los Andes y otras distinciones. Desde el inicio del siglo XXI, fijó su residencia en la capital de Bolivia.

Era historiador y diplomático, doctor en Historia Latinoamericana de la Universidad de Cornell, Ithaca, Nueva York. Durante medio siglo investigó diferentes tópicos de la vida colonial en Charcas, sobre todo en su dimensión socioeconómica. Igualmente se preocupó por conocer la provincia paceña de Omasuyos.

Su mayor aporte fue la biografía de Antonio José de Sucre, el presidente que organizó la administración de la naciente Bolivia y ordenó el caos después de tres quinquenios de guerra. Lofstrom investigó en diferentes archivos continentales para mostrar la grandeza de este personaje, al cual no todos los bolivianos comprenden. Lofstrom indagó sobre el litoral boliviano y el puerto de Cobija visto por ojos extranjeros entre 1825 y 1880, complementando las tesis de notables historiadores bolivianos.

            En contraste, en vísperas del Bicentenario de la Independencia de Bolivia, aparecen escritos, discursos, muchos mensajes simplones en las redes sociales que no parecen fruto del estudio y de la investigación. Lamentablemente, las masas se informan por tiktoks y no por libros inteligentes.

Es aconsejable la lectura de estos textos que, junto a los de otro estadounidense Eric Langer, permiten comprender mejor la enorme dificultad de construir un país. Retornar a Gabriel René Moreno, quien no solamente retrató los últimos días coloniales en el Alto Perú, sino que rescató la documentación original que consultan los historiadores serios.

Moreno está también presente en la biografía del otro historiador que partió este aciago marzo: Javier Mendoza Pizarro (Sucre, 1944). Mendoza bebió historia desde la tierna infancia como nieto del doctor Jaime Mendoza -cuyos escritos y propuestas deberían ser más difundidos- y como hijo de Gunnar Mendoza. Don Gunnar marcó el prestigio del Archivo y la Biblioteca Nacionales de Bolivia, que engendró Gabriel René Moreno y que hasta la actualidad es consultado por importantes investigadores de todo el mundo.

Mendoza escribió sobre asuntos igualmente relacionados con el próximo bicentenario, justamente a partir del bicentenario de las revueltas independentistas en Charcas y en La Paz. Su libro “La mesa coja” provocó debates, algunos encendidos, con base en datos y en argumentos.

 El senador Félix Ajpi Ajpi (MAS), originario de Teoponte, La Paz, organizó un homenaje a Mendoza. Javier falleció una semana antes de ese reconocimiento. Estuvieron en su representación sus familiares. Destaco este acto porque los parlamentarios suelen olvidar el aporte de los intelectuales.

A los pocos días, llegó la triste noticia de la muerte del historiador inglés Tristán Platt (1944), otro enamorado de Bolivia como tantos académicos “bolivianistas” que escogen a esta patria. La obra de Tristán revela al país de los ríos profundos.

Estudió lenguas clásicas, historia y filosofía en Oxford, antropología social en la London School of Economics y lengua quechua en Cornel University. Su hoja de vida es frondosa. Platt escribió sobre el alcance del ayllu, desde Macha, donde vivió desde 1970 en varias ocasiones, alternando estadías en Londres, París y prestigiosas universidades de América y Europa.

Platt, junto con otra inglesa bolivianista Olivia Harris y Thérese Bouysse y otros historiadores y antropólogos estudió la relación compleja y complementaria del Estado boliviano con el ayllu. Describió la resistencia de los qaraqara, de los charkas, de los señoríos aymaras a los incas, a los españoles, a las reformas borbónicas, a las leyes de ex vinculación, a las reformas agrarias.

Su libro es uno de los textos fundamentales de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia. Obra que se complementa con la monumental descripción sobre los mecanismos de los pactos que explican mucho de la historia nacional. Una visión diametralmente opuesta a la que manifiesta Carlos Valverde Bravo que suele referirse al ayllu con total desprecio.

Platt nos ayuda a comprender esas “monteras y guardatojos”; esos “guerreros del alba”; la combatividad de los trabajadores mineros; o la fuerza originaria de los migrantes andinos para ocupar el cordón agrícola de Buenos Aires, para fundar barrios en San Pablo o para bailar tinku en el centro de Berlín.

Los tres hombres que partieron nos dejaron una herencia: para entender Bolivia hay que leer y hay que viajar; para escribir sobre Bolivia hay que consultar las fuentes primarias y contrastarlas.

Los tres enseñan que Bolivia nació porque hubo un eje articulador que se llama Potosí, cuya riqueza dio de comer a todo el territorio de la Audiencia de Charcas, incluyendo Santa Cruz, al Virreinato de la Plata y a buena parte de Europa.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Lupe Cajias

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