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Irán debería abolir su programa nuclear

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Por John Mueller1

En medio de todo el debate sobre el programa nuclear de Irán y los esfuerzos de Israel y Estados Unidos por destruirlo, hay un hecho que sigue siendo ignorado en gran medida: Irán apenas necesita un arsenal nuclear.

Para empezar, cualquier detonación de un arma de este tipo contra Israel, que según se informa cuenta con cientos de armas nucleares y tiene claramente la capacidad y la credibilidad para lanzarlas, sería un desastre para Irán. El inevitable contraataque de Israel probablemente destruiría no solo el impopular régimen iraní, sino también la antigua civilización persa en la que está arraigado.

En segundo lugar, Irán no necesita mantener unas pocas armas nucleares para disuadir un ataque nuclear iniciado por Israel de forma inesperada. Es mucho más probable que Israel aplique su superioridad en armamento convencional, que, como se ha visto últimamente, puede ser muy dañino y mucho más preciso. Israel no tendría necesidad de escalar al nivel nuclear.

Y en tercer lugar, el valor de las armas nucleares para disuadir los ataques convencionales se ve gravemente mermado por la experiencia reciente. Aunque Israel (y Estados Unidos) podrían haber dudado si Irán hubiera tenido armas nucleares, probablemente habrían atacado de todos modos, confiando en su capacidad para devastar Irán en represalia por cualquier uso de las armas nucleares iraníes. También es relevante señalar que las armas nucleares no tienen un historial impresionante en la disuasión de ataques convencionales, como descubrió el Reino Unido en 1982 cuando Argentina se apoderó de las islas Malvinas británicas, lo que dio lugar a una breve guerra librada íntegramente con armas convencionales. En el caso que nos ocupa, Israel ha sido atacado repetidamente por países y entidades no nucleares; su amplio arsenal nuclear parece haber sido irrelevante para sus respuestas, que se han basado íntegramente en armas y métodos convencionales.

El acuerdo

En consecuencia, Irán y su régimen podrían estar más seguros si el país abandonara su programa de armas nucleares, que ha demostrado ser absurdo, caro, inútil y, en última instancia, la principal razón (y no un elemento disuasorio) de los ataques armados de enemigos alarmados como Israel y Estados Unidos.

Una posible solución sería que Irán aceptara una versión del acuerdo propuesto por Donald Trump. Según sus términos, Irán abandonaría de forma creíble su programa de armas nucleares (quizás conservando el “derecho” a revertir públicamente ese desarrollo) y sería acogido, al igual que Alemania y Japón después de la Segunda Guerra Mundial, en un sistema global que promete dignidad y crecimiento económico y está libre de sanciones. Como se ha señalado a menudo, Irán tiene el potencial de ser un país rico. Ese objetivo parece ser realmente popular entre la población iraní, de la que, según algunos estudios, alrededor del 80% está descontenta con la corrupción y la incompetencia del régimen actual. Además, es probable que el proceso también reciba un apoyo entusiasta y productivo de la extensa y a menudo adinerada diáspora iraní.

El acuerdo también podría implicar una reducción o, al menos, una atenuación del apoyo de Irán a diversas fuerzas proxy antiisraelíes en Oriente Medio, como Hamás en Gaza y Hezbolá en el Líbano. Las perspectivas de tal reducción se ven reforzadas hoy en día no solo porque esa política nunca ha sido muy popular en Irán, sino también porque los proxies (al igual que el propio Irán) se han visto gravemente afectados por los recientes ataques israelíes.

Posibles objeciones de Irán

Sin embargo, para que el acuerdo se consuma, los negociadores se enfrentan a algunas preocupaciones profundas del régimen iraní.

En primer lugar, Irán tiene motivos para dudar de la fiabilidad de Trump: al fin y al cabo, aunque en 2016 entró en vigor un acuerdo nuclear bajo la Administración Obama, Trump se retiró abruptamente del mismo cuando asumió la presidencia al año siguiente. Sin embargo, Trump podría ser más fiable ahora, ya que se beneficiaría enormemente, tanto a nivel nacional como internacional, si se consumara un acuerdo que redujera el peligro. (Incluso podría conseguir el Premio Nobel de la Paz que, según se dice, tanto ansía). Además, parece sincero en su absoluto desprecio por lo absurdo del enfrentamiento entre Irán e Israel, sobre el que recientemente se expresó de forma mordaz: “Básicamente, tenemos dos países que llevan tanto tiempo luchando tan duramente que no saben qué coño están haciendo. ¿Lo entienden?”.

En segundo lugar, el régimen iraní podría desconfiar de la posibilidad de que, aunque un acuerdo pudiera conducir finalmente a la prosperidad del país, también pudiera dar lugar al desarrollo de una clase media que desafiara la teocracia. De hecho, un acuerdo parece la vía más probable para lograr con éxito el “cambio de régimen” en Irán que tantos desean fuera del país.

Una versión del acuerdo de Trump parece una solución racional a los enormes problemas sociales y económicos de Irán y solo requiere una concesión clara por parte de Irán para poner fin al costoso desarrollo de armas nucleares inútiles. El último problema para aceptar este acuerdo es que, como ha sugerido recientemente Thomas Friedman en The New York Times, Irán, al igual que Israel, está “dirigido por nacionalistas religiosos que piensan que Dios está de su lado”. Esta perspectiva podría tener consecuencias negativas, como sugiere la reacción del régimen iraní tras ser atacado por el Irak de Sadam Husein en 1980. Sadam llegó rápidamente a la conclusión de que el ataque había sido un error y trató de obtener un acuerdo que le permitiera salvar las apariencias y retirar las tropas iraquíes. Pero ese desarrollo, por racional que fuera, fue rechazado por el gobernante teocrático de Irán, el ayatolá Ruhollah Jomeini, quien declaró piadosamente (y de forma inquietante): “Incluso nuestra derrota total en esta guerra será una bendición del Todopoderoso y una señal de Su Sabiduría, que no podemos comprender plenamente”. La guerra, desastrosa para ambas partes, continuó durante casi una década, aunque finalmente Jomeini superó sus ansiedades fatalistas y aceptó un acuerdo, al tiempo que declaraba que ese proceso era como beber veneno.

El acuerdo de Trump, por lo tanto, ofrece una solución racional a un problema que apenas existe. Pero eso no garantiza su aceptación.


1es catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Ohio y un Académico Distinguido del Cato Institute.

*Artículo publicado en elcato.org el 21 de agosto de 2025

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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