La anomia nos inunda
El individualismo de la sociedad hiperconectada comunica con intensidad y superficialidad a seres humanos, que cada vez más se aíslan de sus entornos reales y de las visiones del mundo compartidas que permitían que funcione la sociedad que existió hasta fines del siglo XX. No nos relacionamos con rostros, no intercambiamos miradas, nos comunicamos con pantallas en las que intercambiamos likes.
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La anomia está asociada con la sensación de que las leyes y normas no garantizan el funcionamiento de un orden social que beneficie a todos, provocando en el individuo miedo, angustia, inseguridad que incluso lo pueden conducir al suicidio.
Robert Merton elaboró más este concepto en su texto Teoría social y estructura social en el que encontró que “las estructuras sociales ejercen tal presión en ciertas personas, que en vez de provocar una conducta conformista producen una conducta inconformista”. Entendemos mejor la idea de Merton si tomamos en cuenta que publicó sus estudios cuando se iniciaba la iconoclasta década del 60, que puso en crisis los sistemas de verdad de la Iglesia Católica y del Partido Comunista. El hipismo y la contracultura nacidos en ese entonces, pusieron en crisis la validez de las ideologías que murieron definitivamente con el fin de la Guerra Fría.
Desde que caducaron, no fueron reemplazadas por otras, sino por lo que Bauman llama una sociedad líquida, orientada o desorientada por verdades efímeras que se amoldan a los acontecimientos. Pocos principios tienen una vigencia prolongada, las ideas se mezclan en conjuntos sin sentido desde la lógica tradicional. Asoman Somozas “de izquierda” la bruja que gobierna Nicaragua, quien nada tiene que ver con el proletariado, pero sí con el saqueo familiar de su país, el hijo del presidente norteamericano aparece haciendo negocios clandestinos con China, los militares venezolanos organizan jornadas antiimperialistas cuando la mayoría de sus habitantes y de los seguidores de los políticos que asisten, tienen un solo sueño: conseguir visas para vivir en Estados Unidos.
Aparecen grupos “guevaristas” que ya no quieren mandar a los homosexuales a campos de concentración como hizo el Che, aliados a grupos feministas extremos a los que les gustaría organizar campos de concentración para heterosexuales. Militan con la misma actitud fanática, defiendan lo que defiendan. Son ante todo enemigos a muerte del distinto, quieren perseguir al que no piensa como ellos.
Esa actitud está ampliamente difundida entre los dirigentes políticos de todas las tendencias. Cuando juzgan a sus dirigentes o militantes piden que se respete la presunción de inocencia y el debido proceso. Cuando enjuician a sus adversarios no respetan nada con tal de perseguirlos.
Los de izquierda dicen que todos los derechistas son inmorales y que les enjuician a ellos por persecución política. Los militantes de derecha dicen que todos los de izquierda son ladrones. Sin conocer lo que ocurre en otros países, condenan por corruptos a quienes se identifican con los que no les gustan.
Las redes son un espacio en que se cultivan la calumnia y el fanatismo. Cualquier comedido dice lo que se le ocurre acerca de dirigentes y temas que desconoce, con la solvencia académica propia del creyente ignorante.
Hay una tendencia generalizada a no cumplir con ninguna norma y a buscar placer
Los que queremos analizar los hechos con objetividad, tenemos problemas porque si decimos algo que no está de acuerdo con lo que “deberíamos creer”, según quienes comparten nuestras visiones básicas de la política, somos vistos con sospecha, en una sociedad que es anómica, no cultiva la racionalidad, y promueve adhesiones fanáticas a lemas y consignas superficiales.
Nacimos en culturas apocalípticas que esperan el inminente fin del mundo, mientras que los militantes de nuestros dioses de barro creen que sus líderes son más antiguos que la galaxia GN-z11 que se encuentra a 13.400 millones de años luz de la Tierra. Para ellos es obvio que Cristina, Boric y Somocita Ortega existían antes del Big Bang y alguien creó el universo para su mayor gloria y lucimiento.
Existen clubes que reúnen a políticos importantes de los dos lados, que solo representan al pasado. Ni los líderes del Grupo de Puebla ni de la asociaciones de exmandatarios de derecha tienen ningún peso real en la región. Salvo alguna excepción, están conformados por personajes que ya fueron y ahora tienen un rechazo amplio en sus países. No podrían ganar las elecciones en sus pagos y hundirían a cualquier candidato al que apoyen.
Algunos se lamentan de que esto sea así, pero lo cierto es que lo que discuten esos dirigentes está lejos de la conversación de la inmensa mayoría. Cuando asoma alguno que se aproxima a los temas actuales o que al menos no se parece a los que caducaron, frecuentemente encuentra una clave del triunfo electoral.
Esta irracionalidad del electorado es más lógica que el orden político que agrada a los analistas tradicionales.
Cuando algunos dicen que Cristina Fernández tiene un eterno 30% de los votos y que es la líder indiscutible de La Matanza, no toman en cuenta que, desde que asumió el poder en este gobierno, Cristina nunca fue a ese municipio a conversar sobre sus problemas, ni se ha identificado con sus habitantes. Se ha dedicado solo a luchar por sus intereses personales y los de su grupo de amigos y parientes, tratando de intervenir en la Justicia.
Por mucho que quiera proyectarse como la líder de los pobres, cuando la mayoría de los argentinos sufre los efectos de la inflación y la extrema pobreza a los que les condujo su gobierno, es difícil explicar racionalmente la vigencia de esta líder proletaria.
Todos los estudios que he podido consultar dicen que la imagen de Cristina Fernández tiene saldo negativo en todos los municipios de la provincia, con la excepción de La Matanza, en donde consigue un paupérrimo saldo positivo de dos puntos. Tengo en mis archivos encuestas realizadas desde noviembre del 2004 con los que puedo constatar que ésta es la mayor crisis de imagen que ha experimentado en veinte años.
Es absurdo pensar que con esas cifras pueda ganar las elecciones. No está proscrita, puede inscribirse y sería bueno que lo haga para comprobar la solidez de su mito. El invento de la proscripción no le sirve para mejorar, porque no está vinculado a una causa que emocione a la gente, sino que tiene que ver con la lucha por sus intereses, y la defensa de una fortuna sospechosa.
En el Frente de Todos tampoco tiene sentido la candidatura de Alberto Fernández, que ha encabezado el peor gobierno del período democrático. En cualquier partido político, y más en uno con liturgia vertical como el peronismo, se supone que los militantes siguen al líder. No es normal que sus ministros, funcionarios, y punteros políticos a los que él mismo mantiene se burlen del Presidente. Ésta es una situación tragicómica no vista en ningún otro país de América Latina.
La candidatura de Sergio Massa, zozobró con su desempeño como ministro de Finanzas, que no pudo contener el descalabro de un país que, según los analistas internacionales, se encuentra al borde de la hiperinflación. Justa o injustamente su nombre aparece asociado solo con negocios de empresarios muy ricos que prosperan a la sombra del Estado, con negocios tan diversos como la energía o la venta de entradas para el fútbol.
No es tampoco fácil la situación de la oposición. La ilusión de que el desastre protagonizado por los Fernández va a llevar a que la gente vote masivamente por sus enemigos, parte de un análisis inocente de la realidad. En México, cuando se pulverizó el PRI arrastró consigo al PAN. La crisis del conservadorismo colombiano no llevó al poder a su centenario oponente, el Partido Liberal. Cuando la derecha chilena fue derrotada en las últimas elecciones, esto no favoreció a la concertación, encabezaron los resultados tres candidatos que no estaban identificados con ninguna de las dos grandes fuerzas que gobernaron Chile. En Ecuador la crisis de la Izquierda Democrática no llevó al poder al Partido Social Cristiano.
Los partidos políticos suelen funcionar como los sistemas estelares binarios en los que las dos estrellas que los conforman viven de la dinámica que se produce entre ellas.
Desde hace mucho defendimos en esta columna que la división del Frente de Todos pondría en riesgo la unidad de un frente opositor cuyo factor de unidad es enfrentarse al kirchnerismo. Por lo demás hay en la oposición algunos políticos especializados en perder las elecciones. Cuando desaparecieron las verdades absolutas, algunos creen que se puede ganar ofreciendo a los electores más sufrimientos, para construir una prosperidad en el largo plazo. Pero el culto al dolor y a la muerte es algo del pasado. En esta sociedad los estudiantes de los seminarios no usan silicios, los jóvenes no quieren sufrir.
Se impuso la anomia. Hay una tendencia generalizada a no cumplir con ninguna norma y a buscar placer. Es absurdo tratar de recuperar los valores de quienes fundaron el capitalismo. Si los padres de los Estados Unidos hubiesen podido acceder a internet y a Youtube no habrían tratado de cazar pavos silvestres.
Tenemos que encontrar nuevas propuestas y nuevas utopías que aunque sean efímeras, satisfagan las ilusiones de los actuales votantes.