La ayuda internacional es estrategia geopolítica
Trump se equivoca al creer que los costos de la ayuda internacional son mayores que sus beneficios en términos de soft power
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La política exterior no se construye apenas con ejércitos, tratados y sanciones. El poder de influencia internacional sostenible se basa también en el soft power: la capacidad de moldear el mundo sin recurrir a la fuerza. Para EE.UU., la ayuda internacional ha sido históricamente un pilar fundamental en su estrategia «blanda» por la hegemonía global. Sin embargo, la reducción de estos fondos —impulsada por el presidente Trump— debilita la posición estadounidense y la de sus aliados democráticos en el mundo en desarrollo, dejando un vacío que será llenado por China y Rusia.
EE.UU. destina, sin contar las ayudas de guerra a Ucrania, aproximadamente el 1 por ciento de su presupuesto federal (0.25 por ciento de su PIB) a la ayuda internacional. Esta cifra es relativamente baja en relación al tamaño de su economía y comparada con sus aliados de la OTAN, aun cuando así sea el país de mayor contribución neta. Esto último hace que la ayuda internacional estadounidense juegue un papel crucial en el desarrollo global, financiando programas de salud, educación, infraestructura y estabilidad política en regiones clave. En este artículo no ahondará es las consideraciones éticas de la ayuda internacional, sino exclusivamente en sus efectos sobre las relaciones internacionales.
Reducir partida de gastos puede parecer, en términos contables, una medida racional para un gobierno que busca austeridad. Sin embargo, en términos estratégicos, es un error colosal. Esta ayuda no es simple altruismo: es una inversión en un mundo más estable, próspero y alineado con los intereses occidentales. Retirarla no solo afecta a los países beneficiarios, sino que también mina la influencia de EE.UU. en regiones donde otras potencias —especialmente las autocracias de China y Rusia— están ansiosas por expandir, y ya están expandiendo, su presencia.
China viene llenando los vacíos dejados por Occidente mediante inversiones masivas en infraestructura en Asia, África y América Latina. Rusia, por su parte, aprovecha conflictos y crisis políticas para proyectar su poder mediante acuerdos militares y suministro de energía. Al reducir su ayuda internacional, EE.UU. está regalando terreno a sus rivales geopolíticos, perdiendo competitividad en el negocio de la influencia global, y valga decir, en un mundo cada vez más multipolar.
El gobierno de Trump tiene razón en revisar el gasto público en ayuda internacional, pero cometió un error metodológico: primero frenar y luego evaluar. Lo lógico habría sido identificar la malversación y corregirla antes de tomar decisiones drásticas que arriesguen la continuidad de proyectos importantes tanto a nivel humanitario como geopolítico. La ayuda internacional no está exenta de corrupción o ineficiencia, pero su solución no es eliminarla así sin más diferenciación razonable o reflexiones estratégicas.
Durante la Guerra Fría, EE.UU. comprendió que el desarrollo económico global, si bien era un asunto humanitario, también era un componente central de una buena estrategia geopolítica. El Plan Marshall, que contribuyó a reconstruir Europa tras la Segunda Guerra Mundial, ejemplifica claramente cómo una inversión en ayuda internacional no sólo es capaz de fortalecer lazos comerciales, sino también de forjar alianzas militares, democráticas y financieras sostenibles.
En este período histórico de multipolaridad, la ayuda internacional no es caridad, sino estrategia. Un mundo más rico, educado y saludable es un mundo más estable, más propenso a la colaboración internacional y menos amenazado por conflictos, terrorismo o crisis migratorias. Por tanto, aunque cortar toda ayuda internacional parezca un gesto de austeridad, en realidad es una estrategia miope y autodestructiva con costos ocultos a largo plazo. Mientras EE.UU. se retrae, China y Rusia avanzan geopolítica, comercial y, peor aun, ideológicamente. El populismo en la política exterior estadounidense pone en riesgo su poder de influencia global. En las relaciones internacionales, la generosidad no es debilidad, es una de las armas más poderosas de soft power.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo