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Muchas veces el fracaso es una consecuencia de algo que está fuera de nuestro alcance y que no tiene mucho que ver con nosotros, aunque en ese momento cuesta mucho verlo así y lo más seguro es que esta no sería tu primera reacción, pero siguiendo este concepto, pensemos en el siguiente ejemplo.
Digamos que hayas aplicado a un contrato permanente en la empresa en donde has estado trabajando en los últimos meses. Llega el momento de saber si te renovarán o no y finalmente te comunican que no seguirás en la empresa. Personalmente piensas que estás haciendo un muy buen trabajo, que has estado dando lo mejor de vos, que haces un buen trabajo en equipo y que tu jefe está contento, sin embargo, no te renovarán e inesperadamente te quedas sin trabajo. En este escenario, posiblemente llegue a tu mente el pensamiento automático de que realmente las cosas no son como pensabas. No están contentos con tu desempeño y no creen que lo que ofreces, no lo puede hacer alguien más, e incluso, mejor. Sentís que fracasaste, que lo diste “todo” y que no fue suficiente. Pero, ¿realmente fue así? Si vieras atrás, y analizaras tus últimos meses en esa empresa; las personas que conociste, los desafíos que superaste, las ideas que aportaste, todas las cosas nuevas que aprendiste, ¿volverías a considerar que fracasaste? Tal vez, tu equipo y tu jefe sí están muy a gusto con tu desempeño laboral, pero simplemente no hay vacante abierta para tu puesto o la situación económica de la empresa está pasando por un mal momento y tienen que hacer un recorte. Entonces ahí, te darías cuenta que “el fracaso” que estás sintiendo, verdaderamente tiene que ver con situaciones externas que realmente no tienen nada que ver con tus atribuciones personales.
Ahora bien, supongamos que efectivamente faltó algo: más esfuerzo, más tiempo, más motivación, más competencia, más técnica, más originalidad, etc. Parte de seguir adelante y no rendirse es asumir la responsabilidad acerca de lo que sucedió o no llegó a suceder. En este proceso, el fracaso nos deja unas cuantas observaciones que nos servirán para la planificación de nuestras siguientes metas, ya que, muchas veces, el problema no es, no saber qué hacer, sino, no saber por dónde empezar.
El fracaso tiene una cara buena. Por ejemplo, cuando sentimos un bloqueo o estancamiento que no nos deja progresar, es el momento perfecto para hacer una lluvia de ideas nuevas, y diferentes. Esto nos sirve como punto de inflexión para revisar en qué fallamos y en qué podemos mejorar. Para ello, resulta muy útil hacer un pequeño análisis como el siguiente: ¿en qué otra situación de fracaso has estado?¿cómo te sentiste cuando pasó? ¿pensabas que podías superar ese fracaso?¿cómo manejaste esa situación? ¿lograste hacer lo que querías? Si, sí, pensá detalladamente en qué hiciste para conseguirlo. Por ejemplo, ¿qué herramientas de afrontamiento te ayudaron en esa situación?
Nuestros sueños hay que materializarlos, es decir, hay que diseñar un plan objetivo y realista para convertir una ilusión subjetiva en una meta y esto, pocas veces se consigue fácilmente…, pero si sos lo suficientemente inteligente, vas a tomar los obstáculos como oportunidades. Al final del día, el fracaso es un paso previo al éxito.
Socialmente siempre nos han inculcado tomar el fracaso como un resultado hiper negativo para nuestro desarrollo personal, académico y profesional. Sin embargo, pocas veces se aprecian las cualidades positivas que esconde detrás como: la persistencia, la paciencia, la resiliencia, la dedicación, incluso la esperanza y motivación. En este sentido, es de gran ayuda tener un modelo a seguir que nos impulse a conseguir eso que queremos.
Este proceso también lleva a desarrollar una disciplina que tiene como objetivo final no desistir hasta conseguir la meta deseada, y esto, es incitado por el fracaso. Si hiciéramos todo bien desde un principio, ¿habría un verdadero aprendizaje? Probablemente sí, pero ¿sería algo novedoso y retador? Además, el éxito conseguido después de varios fracasos, se saborea doblemente ¿o no?