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El 21 de marzo de cada año se conmemora el Día del Cine Boliviano, en memoria de Luis Espinal Camps, quien fue uno de sus más comprometidos impulsores, salvajemente asesinado en esa fecha el año 1980.
Meses atrás circuló una carta solicitando firmas para “exigir” que el directorio de la Cinemateca Boliviana (que es un fideicomiso, una fundación independiente) rinda cuentas… ¿Cuentas a quién y a cuenta de qué?
Muchos amigos pisaron el palito ingenuamente y luego estaban pidiendo perdón por haber firmado sin reflexionar. El problema es que ni siquiera los amantes del cine parecen entender que una cinemateca o filmoteca no es sólo un cineclub donde uno va a ver buen cine, sino un repositorio donde se recuperan las obras, se conservan en buenas condiciones y se clasifican como parte del patrimonio cultural. La Cinemateca Boliviana ha rescatado el 80% del material fílmico de Bolivia, y entre los méritos de años recientes, es haber realizado un magnífico catálogo de todo el material catalogado en Archivo Fílmico Marcos Kavlin, a quien tuve el gusto de conocer cuando investigaba para mi Historia del cine boliviano (1982).
Otro gran logro, ha sido obtener como donación un scanner digital para películas 16mm y 35mm, en positivo y negativo, para poner en valor el archivo fílmico, que además se ha enriquecido con nuevas colecciones como las de Antonio Eguino, la producción de Wallparrimachi, la donación de Francisco Cajías y Mauge Muñoz, el Fondo Pat y la colección “De Cerca” de Carlos D. Mesa. Eso representa un incremento adicional de 40 % del patrimonio fílmico boliviano. La Cinemateca ha digitalizado y restaurado películas bolivianas que de otro modo no se podrían ver (Warawara, El bolillo fatal y otras), y ahora ese proceso seguirá con su propio film scanner.
Algo que “no se ve” pero que es fundamental es la reorganización administrativa y financiera de la Fundación Cinemateca Boliviana, adaptándola a la situación atravesada en años recientes, agravada por la pandemia, la piratería y la aparición de nuevas tecnologías de consumo audiovisual que han mermado el público que asiste a las salas. Esa reorganización necesaria, que había sido postergada durante muchos años, ha permitido el pago de deudas y beneficios sociales acumulados desde anteriores gestiones. Hoy, las finanzas de la Cinemateca Boliviana están casi saneadas por completo, aunque el logro no esté anunciado en cartelera. Además, hay que mencionar que con mucho esfuerzo se han generado, presentado y obtenido por concurso un total de 26 proyectos internacionales para beneficio del archivo y de la programación.
La Cinemateca no necesita que la defiendan, pues esos logros hablan por sí mismos. Pero es necesario explicitarlos con todas sus letras para quienes no los conocen, y reiterarlos para quienes sí los conocen pero pretenden ignorarlos y ningunearlos llevados por la inquina y la mezquindad tan propia de nuestro provincialismo feudal.
Como lugar de exhibición, la Cinemateca ha acumulado otros méritos, pues desde su inicio presenta todas las películas que se producen en Bolivia, pero además ha dado espacio para que operen en sus instalaciones varios cineclubs (La mejor película del Mundo, Cineclub Sopocachi, etc.), se realicen festivales de cine (Cine Radical, entre otros) y se mantengan mediante acuerdos con embajadas pantallas para conocer la cinematografía de otros países (Movie Nights, Cine Alemán, y mucho más). Algunas de estas actividades atraen mucho público y son gratuitas para el espectador, pero la Cinemateca recibe de las instituciones ingresos que le permiten sobrevivir. A veces presta sus salas gratuitamente, cuando la actividad es interesante y los grupos culturales no pueden pagar el alquiler de las salas. La actividad es enorme, en ocasiones las filas para entrar se extienden por varias cuadras (para el cine coreano, por ejemplo). Si bien hay poco público para las proyecciones regulares, los ciclos especiales atraen mucha gente joven. No hay semana sin actividades especiales, pero como no hay un encargado de publicitar esas actividades, poco las conocen quienes no se acercan a la Cinemateca pero la critican desde los sofás de su casa.
En salas de cine comerciales se considera que con menos de 10 espectadores no es rentable proyectar un filme, pero en la Cinemateca Boliviana aunque haya tres espectadores se hace la proyección. Se exhiben todas las películas bolivianas, por muy malas que sean, pero algunos cineastas le dan la espalda a la institución que ha privilegiado la exhibición de nuestro cine, en lugar de competir con las salas comerciales y convertirse en una más de ellas. Claro que también se pueden ver en sus pantallas las películas que están en los cines de los centros comerciales, a condición de que sean obras interesantes. Hay un equilibrio que ha impedido que la Cinemateca se convierta sólo en exhibidora de filmes taquilleros.
El más emblemático director de cine de Bolivia, Jorge Sanjinés, eligió a fines de febrero la Cinemateca Boliviana para recibir el Cóndor de los Andes de manos del presidente Luis Arce Catacora, quien además permaneció todo el tiempo que duró la premiere de Los viejos soldados (2024), la obra más reciente del director de Yawar Mallku, El coraje del pueblo y La nación clandestina, entre otras.
La Cinemateca Boliviana otorga cada año el premio Semilla, para reconocer el esfuerzo de los trabajadores del cine, tanto técnicos como directores, guionistas o productores. Además es la institución de referencia internacional, encargada de seleccionar las obras bolivianas destinadas a competir en los Oscar y en los premios Goya. Ello se hace de manera transparente con un jurado de especialistas, entre los que me ha tocado trabajar varias veces.
Todo lo anterior, que es mucho, lo hace la Cinemateca Boliviana con un personal mínimo, que se reduce a la directora Mela Márquez y a su asistente Nancy Pinto. Elizabeth Carrasco, encargada del centro de documentación se jubiló recientemente. Luego hay tres proyeccionistas que a su vez se turnan para vender las entradas, y dos encargados del estacionamiento que abre 24 horas y que es una fuente de ingreso para la institución. Además, un administrador a medio tiempo, así como personal de limpieza y otros colaboradores que ocasionalmente contribuyen en tareas indispensables. Es decir, estamos hablando de menos de diez personas en total, solo la mitad a tiempo completo.
Comparativamente, la Cinemateca de Bogotá (Centro Cultural de las Artes Audiovisuales), que visité el año 2019 y sobre la que escribí en Página Siete, sólo se dedica a la exhibición y capacitación, además de tener un archivo documental y biblioteca, pero cuenta con más de 50 empleados. Otra institución colombiana importante, el Archivo Fílmico, que es el repositorio de todas las películas, cuenta con 8 a 10 funcionarios a tiempo completo, y varios otros en proyectos especiales. En Colombia el Estado se ha preocupado desde hace muchos años por el apoyo a las instituciones culturales y ha permitido su continuidad a través de los gobiernos, sin politizarlas como se ha hecho en Bolivia con la Fundación Cultural del Banco Central, entregada a funcionarios afines al MAS.
En ese contexto y en ocasión de una conmemoración más del Día del Cine Boliviano, la carta de los inquisidores (que obtuvo más de 600 firmas) es un vergonzoso despropósito. Los modernos Savonarola, que nunca van a la Cinemateca pero se quejan de que no hay público, cayó en saco roto cuando los firmantes se dieron cuenta del engaño.
Los argumentos que hicieron circular al margen de la carta son pueriles: la proyección de la sala 2 no es buena, el trato de los funcionarios no es amable y el baño es un desastre. Nunca nos quejamos de las proyecciones en la sala prestada de la calle Pichincha, donde acudíamos ávidos de buen cine pero también por solidaridad. Ahora que hay asientos cómodos, la Sala 1 con proyección DCP y Dolby, y un edificio estupendo que está en un zona más accesible al público cinéfilo, los inquisidores no van.
Claro que las cosas podrían estar mejor si el Estado apoyara económicamente a la Cinemateca sin mellar su independencia, como sucede en todos los países civilizados. Un poco de apoyo permitiría tener más personal, mejorar las condiciones de las salas y del baño, y realizar nuevas iniciativas para atraer más público.
Un proyecto que yo he sugerido varias veces desde hace varios años, es un Museo del Cine, debajo de la escalinata principal, en un espacio poco y mal aprovechado. No costaría mucho dinero colocar ahí una puerta de vidrio para cerrar esa sala y exhibir cámaras, proyectores, carteles, fotos y otros objetos que la Cinemateca ya tiene, pero que el público ve muy rara vez. Conozco varias familias dispuestas a donar equipos antiguos para mejorar esa colección.
En fin, ¿a cuenta de qué, de quién y por qué aparece esa petición exigiendo “cuentas” al directorio de una fundación cultural independiente del Estado, del que no recibe ni un centavo? ¿Acaso de le exigen informes a otras fundaciones privadas? No ponen un pie en la Cinemateca ni siquiera cuando se están velando ahí los restos de un amigo y colaborador, como sucedió a fines de noviembre cuando falleció José Bozo. Las ausencias aviesas fueron notorias.
La ignorancia es atrevida, porque felizmente la Cinemateca Boliviana tiene en orden sus cosas. Hay informes narrativos y económicos detallados de cada proyecto que se ha llevado adelante, ya sea para lograr por primera vez un film scanner, o proyectores nuevos para las salas. Uno de los mayores logros es haber pagado casi la totalidad de la deuda acumulada por muchos años, y eso está bien documentado. Limpiar las finanzas de una institución es más importante que remodelar el baño (se aceptan sugerencias de financiadores para ese propósito).
Si los gestores de la carta inquisidora se hubieran tomado la molestia y si tuvieran alguna representación institucional, podrían acceder a todos esos informes. La carta no está firmada por la Asociación de Cineastas, ni por el Movimiento del Nuevo Cine y Video Boliviano (MNCVB), ni por alguna organización cultural que sea representativa. Es sólo una jugada velada dirigida a desmantelar la institución, algo que ya se intentó años atrás. Pero no va a suceder, porque somos muchos los que vamos a defender la independencia de la Cinemateca Boliviana, a tiempo de recordarle al Estado que es su obligación apoyar a la cultura.