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Espero no parecer demasiado inelegante por decir lo que voy a decir – dijo Mario Vargas Llosa un día de agosto de 1990 frente a millones de televidentes antes de referirse a México como la dictadura perfecta en respuesta a un comentario de Octavio Paz.
Vargas Llosa explicó una verdad desalmada que los cortejos del autoritarismo prefieren ignorar para no sentirse mal cuando observan que sus ídolos de turno, sus héroes del pasado o el partido de sus amores atentan contra los cimientos de la sociedad libre: la dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, no es Fidel Castro. La dictadura perfecta es la dictadura camuflada. Si bien en su momento se refería a México, la idea es aplicable a muchos países y Bolivia no es la excepción. Este es un breve intento por explicarlo, ¿o debería decir para la reflexión?
La dictadura perfecta no es la que se presenta con tanques y militares en las calles sino la que se oculta bajo la apariencia de una democracia funcional. Es un enemigo astuto y sigiloso que opera haciendo uso de instrumentos como la recompensa, para comprar la voluntad de los ambiciosos; el castigo, para someter en silencio a quienes tengan el atrevimiento de oponerse; y la publicidad, para convencer a los incautos que se tragan el cuento de la estabilidad y el crecimiento. La historia nos ha mostrado que la ciudadanía puede caer en la trampa de la complacencia, permitiendo que los abusos del gobierno pasen inadvertidos o, peor todavía, sean justificados por una supuesta prosperidad económica y soberanía, lo que sea que eso signifique. La dictadura perfecta es el sistema en el que las agrupaciones civiles, como los empresarios o los mismos intelectuales, en busca de beneficios y privilegios, se convierten en cómplices silenciosos de un despotismo encubierto.
Hay una lección ignorada acerca del poder y es la de su concepto como relación entre los individuos. Las relaciones pueden generarse de acuerdo a distintos instrumentos y el que caracteriza a la dictadura perfecta no es la violencia, sino la aceptación de quienes están sometidos. La inacción y la conformidad de aquellos que tienen la capacidad de oponerse es su rasgo más característico.
La comprensión del liberalismo como sistema político que promueve la libertad individual, el gobierno limitado y el respeto por los derechos humanos, puede ser una guía valiosa para identificar y contrarrestar esta dictadura encubierta. La libertad de prensa, por ejemplo, es un pilar fundamental para una sociedad democrática, pero en la dictadura perfecta los medios pueden ser cooptados o controlados sutilmente por intereses políticos y hasta empresariales que buscan algún tipo de hermanamiento con el gobierno de turno. Esto perpetúa una narrativa que no cuestiona las acciones del gobierno y, en cambio, distrae a la población de los abusos de poder.
Otro síntoma que se puede notar a simple vista es la manipulación – o el entorpecimiento – de los mecanismos de participación ciudadana, dando la ilusión de democracia mientras se socava la libertad real de la gente. Empresarios, sindicatos, otras agrupaciones e incluso hasta políticos de oposición pueden obtener privilegios y ventajas a cambio de su silencio o apoyo, lo que debilita la verdadera representatividad del sistema político.
El papel de la ciudadanía en la dictadura perfecta es crucial. La indiferencia y la apatía permiten que el poder se concentre en manos de unos pocos, descuidando la vigilancia constante y el compromiso activo con la defensa de la democracia liberal, que son esenciales para prevenir el avance de los déspotas.
El desafío es superar la complacencia y el conformismo, promoviendo un espíritu crítico y participativo que permita identificar y enfrentar cualquier atisbo de autoritarismo. Sólo a través del cuestionamiento constante y la acción ciudadana se puede preservar el verdadero espíritu de una sociedad libre y justa. Así que, en vez de caer en la trampa de la resignación, debemos abrazar la reflexión para no caer presos de la dictadura camuflada que acecha en las sombras.
No es tarea fácil, sin embargo, ya que un problema cultural en Bolivia es la creencia de que la salvación proviene de caudillos y líderes carismáticos, que sumado a un nacionalismo de expresiones fanáticas, termina en una especie de fascismo. Tiene razón Ludwig von Mises, uno de los más grandes economistas del siglo XX, cuando dice que la queja de la falta de líderes en el campo político constituye la actitud característica de todos los heraldos de la dictadura y que a sus ojos, la deficiencia principal del gobierno democrático consiste en su incapacidad para producir grandes Führers.
No deja de ser llamativo que esta ansiedad mesiánica, nostálgica de las botas y los fusiles, no parezca otra cosa que una obstinada y dolorosa búsqueda de un padre ausente que se espera que regrese y se haga cargo de nuestras vidas. Esta infantilización, este deseo de ser conducidos por alguien a quien podamos entregar nuestra voluntad es la más terrible de las enfermedades sociales de nuestro tiempo. Es la rebelión contra nuestra libertad que lo único que nos pide es responsabilidad. Hoy se eligen gobernantes para delegarles nuestra responsabilidad y nuestro destino, lo que constituye la condición apropiada para degenerar un sistema de cooperación en uno en el que nos dejamos llevar por los intereses mezquinos de los autoritarios de turno, como una pluma en el aire movida por el viento.
La dictadura perfecta es el sistema en el que nos creemos libres y que los abusos del gobierno, que “ocasionalmente” ocurren, no son con nosotros ¡por suerte! sino con quienes nada tenemos que ver. Es el zorro que no se come a todas las gallinas de un saque, sino que lo hace de a una cada noche mientras las demás creen ingenuamente que jamás les va a tocar a ellas. Es un ogro voraz que se nutre del desinterés, de la simplicidad de pensamiento y del desprecio por las ideologías con el fin de mantenerse fuerte en el poder. Su existencia no se limita a regímenes visiblemente autoritarios y violentos, sino que florece donde la paz es relativa y la ciudadanía se mantiene alerta y activa pero en lo irrelevante, en lo folclórico y lo chabacano, defendiendo piedras con historia o preocupados por si sus hijos son menos varoniles que antes. Ese es el ambiente de la dictadura perfecta, el edén de los déspotas y último refugio de quienes desistieron de usar la fuerza directa para armarse del poder con el que van a imponer su visión de mundo: Su utopía distópica.