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Debo a Ronald MacLean Abaroa el conocimiento de la fórmula de Robert Klitgaard, que sintetiza de manera magistral los mecanismos que posibilitan la corrupción y que, al mismo tiempo, muestra una ruta de salida del tipo de prácticas que facilitan la existencia de las cleptocracias.
“C = M + D – T” es la ecuación de Klitgaard sobre la corrupción, entendida como “Corrupción = Monopolio + Discrecionalidad – Transparencia”. Este profesor estadounidense explica que la corrupción es un crimen de cálculo y no de pasión, por lo que las personas dispuestas a incurrir en actos irregulares hacen un balance dentro de un juego de probabilidades.
El monopolio es la base de la corrupción, ya que establece limitaciones a la libre acción de los agentes económicos, que deben pasar necesariamente por una instancia de permiso, que puede imponer un sistema de pagos ilícitos como condición de desbloqueo.
El monopolio no es necesariamente la estatización de una actividad, que suele generar un mercado negro, sino que también puede ser cualquier sobrerregulación de las actividades privadas.
Luego viene la discrecionalidad, es decir, la capacidad de los funcionarios de dictar sus permisos o decisiones sin reglas claras, de acuerdo a un criterio variable y personal.
El mecanismo se completa con la falta de transparencia y de rendición de cuentas, la ausencia de controles cruzados e independientes.
Está claro que todos estos elementos se conjugan con demasiada frecuencia en América Latina y es el caso de Bolivia, intensificado en años recientes. Cuando el monopolio, la discrecionalidad y la falta de transparencia se combinan de manera sistemática o estructural, no estamos ya ante simples actos de corrupción ocasionales, sino ante cleptocracias o “gobiernos de ladrones”.
Constituciones estatizantes, la ambigüedad de las normas que dan poder excesivo a la burocracia, el desmontaje de los aparatos regulatorios autónomos como el de las superintendencias y la hegemonía monopartidista sobre todos los poderes del Estado, son parte del menú que, de la mano de los socialismos del siglo XXI, agravaron un problema tradicional del continente, llevándolo a un grado superlativo.
El camino de salida implica, evidentemente, romper el unipartidismo sobre todos los poderes, pero también será imprescindible que, en momentos de transición u ocasionales alternancias, se ataque a los otros factores, sin lo cual las cleptocracias acabarán recomponiéndose.
Reglas claras contra la discrecionalidad, reducción de actividades del Estado fuera de sus funciones clásicas, institucionalización y meritocracia en entidades como la Contraloría, el Banco Central y la administración previsional, tendrán que ser parte, tarde o temprano, de una nueva ecuación contra la cleptocracia.