¿La era de la despersonalización?
Alberto Benegas Lynch (h) dice que constituye una bendición el progreso comunicacional de nuestra época, pero que preocupa la incomunicación reinante en algunos aspectos y, en la misma línea argumental, una creciente despersonalización.
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Por Alberto Benegas Lynch (h)1
Como en todas las cosas de la vida, hay dos lados en varios de los asuntos clave. En esta nota periodística me propongo reflexionar sobre un aspecto relacionado con el uso de la tecnología. Como he dicho antes, ya desde un martillo puede utilizarse para romperle la nuca al vecino o para introducir un clavo. Concretamente me refiero a lo que a mi juicio es un mal empleo de las comunicaciones.
Constituye sin duda una bendición el fenomenal progreso comunicacional ocurrido en nuestra época en todos los sentidos que la imaginación creadora ha podido concebir, pero observamos con preocupación, por un lado —muy paradójicamente— la incomunicación reinante en algunos aspectos y en la misma línea argumental una creciente despersonalización que asoma por doquier.
En lo primero no hay más que prestar atención al cuadro que se nos presenta de matrimonios y amigos en un restaurante, cada uno con su celular leyendo mensajes o hablando con otros, lo cual naturalmente no permite la completa presencia con quienes están en la mesa de marras ni tampoco una adecuada relación con quien o con quienes están del otro lado del celular. En no pocas ocasiones este despropósito continúa en los hogares, situación que no permite una auténtica y verdadera comunicación. Incluso muchas veces en la relación más íntima —léase la amorosa— se está generalizando entre jóvenes que en sus incursiones se constata un manifiesto desinterés por conocer el apellido de la persona con quien se encuentran, cosa que bloquea la identidad de la persona única e irrepetible que tienen delante, cuando no es que se encuentran en boliches bailables donde los altísimos decibeles apenas permiten transmitir la hora en medio de un blanco comunicacional absoluto y más bien se consideran recíprocamente como un bulto de carne cuya misión se circunscribe a la relación sexual, lo cual desnaturaliza por completo el sentido de una futura familia en la que una de sus misiones fundamentales radica en la formación de almas de la descendencia en un largo proceso basado en el compromiso recíproco y la institucionalización del matrimonio construido sobre pilares de valores morales.
Por otro lado, la despersonalización se vislumbra en ámbitos del diario trajinar como, para seguir con el mismo ejemplo, la sencilla costumbre de ir a un restaurante a almorzar donde tendría lugar el contacto con quienes lo atienden, que no pocos hoy proyectan serán atendidos por robots. Y aquí quiero precisar que para nada mi comentario suscribe la sandez mayúscula de sostener que esto conduciría al desempleo, ya que estas y otras tecnologías liberan recursos humanos para atender otras necesidades, tal como ocurrió con los hombres de la barra de hielo antes de la aparición de la heladera, o los fogoneros de las locomotoras cuando irrumpió el motor Diesel, cuando se liberaron carteros al inventarse los email o cuando se introdujeron las rueditas en las valijas que reemplazaron a los valijeros. Y los empresarios naturalmente siempre deseosos de sacar partida de arbitrajes son los primeros en estar vivamente interesados en capacitar personal para las nuevas faenas.
A lo que me refiero es a una eventual tendencia a la orfandad, a convertirnos en ermitaños forzosos al saltearnos la satisfacción del contacto personal con nuestros congéneres y no estar permanentemente involucrados con máquinas de diverso tenor. Desde luego que todo esto depende de lo que la gente prefiera, personalmente espero que haya una minoría suficientemente representativa que en nuestro ejemplo haga más rentable la atención personalizada en los restaurantes respecto al susodicho robot, a pesar de que estos reduzcan sustancialmente costos. Si la preferencia es por la atención personalizada, es esto lo que en última instancia prevalecerá o en todo caso habrá espacio suficiente para esta modalidad.
Y lo dicho va para ciertas consultas médicas, determinados lugares donde se carga nafta, algunas operaciones bancarias y para todo tipo de servicios marcados cada vez con más frecuencia con el sórdido trato de la maquinaria. Como queda dicho, esto no significa para nada dejar de lado los maravillosos adelantos de la tecnología, solo subrayo la necesidad de equilibrio y proporción y no perder de vista la importancia de lo humano de modo directo en donde al menos esté presente la imagen y la voz humana a veces sustituida con un abuso de la digitalización. Hay también siempre puntos intermedios, por ejemplo atenciones de facultativos por zoom para evitar desplazamientos de largas distancias de ambas partes o cátedras y conferencias por esa vía por las mismas razones pero siempre manteniendo las imágenes y las voces humanas.
El hombre es un ser sociable que requiere de acompañamiento afectivo/laboral que cuando se lo aísla en general pierde parte del encanto de vivir y así se extingue la vida digna de ser vivida que demanda respeto recíproco en sociedad, lo cual se traduce en la libertad donde cada cual hace lo que le viene en gana salvo lesionar derechos de otros, en cuyo caso se esfuma el respeto, por eso mi definición tan reiterada en cuanto a que “el liberalismo es el respeto irrestricto por lo proyectos de vida de otros”. Tengamos entonces en cuenta que las tecnologías están al servicio del hombre pero de ningún modo aceptamos que la soledad sea el norte y la despersonalización su medio en una pintura que estimamos trágica donde los valores dejan de estar presentes en la brújula diaria para convertirnos en huérfanos de todo calor humano en pos de la rapidez y la inmediatez de vidas que se convierten en antividas. Albert Camus nos dice que puede aparecer más cómodo ajustarse a lo que hacen y dicen los demás pero si dejamos de lado el bien, tarde o temprano solo habrán amos y esclavos.
En una oportunidad escribí sobre una producción cinematográfica de Woody Allen que se titula “Zelig” que trata de un personaje que se asimila —copia e imita— a quien al momento está con él, es decir se mimetiza. Es una especie de camaleón y cuando una psicoanalista le pregunta el porqué de su actitud responde que es más seguro proceder de esa manera. De este modo la personalidad se trastoca y se marchita igual que una flor cuando no se riega: cuando no se cultivan las potencialidades de cada uno se abandona lo más excelso de lo propiamente humano. Cuando hay vacío surge la necesidad de agarrarse de algo. En realidad esos sujetos exhiben inseguridad e incapacidad de alimentar el yo, es decir, se niegan al fortalecimiento del alma. Hay un complejo de aparecer distinto, en nuestro caso al abandonar la necesaria contracorriente respecto al antedicho mal uso de la tecnología y la consiguiente despersonalización e incomunicación. Hay nihilismo interior. Abdican de su ser pues la responsabilidad los abruma. No participan del coraje y la convicción de lo noble con independencia de la opinión pública en boga. En esta píldora telegráfica concluyo que la despersonalización que pasa de contrabando la tecnología mal empleada conduce al rebaño, tal como apuntaba Camus.
1es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
*Este artículo fue publicado en elcato.org el 20 de diciembre de 2024