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La era del «Xi eterno» y el hartazgo de los chinos

Mientras Xi Jinping garantiza su perpetuidad en la conducción del régimen chino, se consolidan incentivos para que la gente deje el miedo de lado. Es un caldo de cultivo para un movimiento de descontento y hartazgo ya existente.

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Por Max Povse1

El XX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) ha monopolizado las miradas sobre el país en las últimas semanas. Y no es para menos: marcó el comienzo de la era del «Xi eterno», con Xi Jinping habiéndose asegurado un nuevo período como secretario general y presidente de la Comisión Militar Central. Se rompe con la costumbre de recambio generacional que ha caracterizado al PCCh desde la muerte de Mao.

Pero hay otros hechos en el medio, y uno en particular no debe ser eclipsado por lo que pasó en el cónclave partidario. Pocas veces —y cada vez menos— surgen noticias de disenso en China, pero el jueves 13 de octubre un hombre colgó dos banderas con consignas sobre el puente Sitong en el distrito universitario Haidan, cerca del centro de Beijing. Entre las demandas por libertad, se leía una: «Estudiantes y trabajadores, hagan huelga para derrocar al dictador tirano Xi Jinping». Esta demanda también se oía en altavoces.

Protestas en China

Si bien las protestas masivas no son inusuales en China, en general, han tomado la forma de huelgas, u ocurren frente a problemas puntuales o de administración local, como los incidentes de Zhengzhou en julio, cuando miles se autoconvocaron para reclamar por sus ahorros luego de un corralito. Ello no quiere decir que estas protestas no se encuentren con una respuesta represiva, o que sean bienvenidas. Muestra de ello es la reducción desde las casi 2700 huelgas que hubo en 2016, a las 647 en lo que va de este año.

Sin embargo, estas protestas nunca tienen consignas políticas, dado que criticar al gobierno nacional es considerado traición. Los pocos que se animan, realizan demostraciones pomposas que difícilmente pueden ser ignoradas, y de las que —en general— no esperan salir con vida. Un antecedente directo fue la autoinmolación de un hombre en Tiananmén en 2011. Pero, de hecho, las últimas protestas políticas masivas ocurrieron en 1999, cuando miles de miembros de Falun Gong se juntaron fuera de Zhongnanhai, la sede del gobierno chino. A partir de ello, comenzó su genocidio, en un claro ejemplo de que no se tolera ningún tipo de oposición organizada jamás.

Ecosistema contestatario

Es natural, entonces, que la protesta política no sea presencial: es muy fácil para el aparato represivo del Partido acallarla, así participen decenas de miles, como lo demostró la masacre de Tiananmén. Sin embargo, la revolución digital ha creado una nueva arena en la cual se puede mostrar el descontento, esta vez de manera anónima. Así, redes sociales como WeChat (de mensajería) y Weibo (de microblogging) han generado un ecosistema virtual en el cual millones de chinos pueden comunicarse dentro y fuera del país.

Claro que la sola existencia de estas plataformas es una anomalía en un contexto global en el que esta clase de plataformas trasciende las fronteras —y, muchas veces, los controles— nacionales. Pero esto ha podido ocurrir gracias al Proyecto Escudo Dorado, desarrollado en los años noventa tan pronto llegó internet a China, e implementado por el Ministerio de Seguridad Pública. Desde entonces, se censura cualquier sitio o contenido considerado dañino o amenazante para el poder constituido.

Como consecuencia, casi la totalidad de las redes sociales occidentales son inaccesibles en China, así como también los motores de búsqueda, tiendas online, enciclopedias y cualquier otro tipo de plataforma de contenido generado por los usuarios. En respuesta, una serie de empresas chinas ha ocupado estos nichos, como Tencent, Weibo, Baidu, ByteDance y Alibaba, entre otras, generando un ecosistema nacional cuyos proveedores y usuarios están a merced del Comité Central de Ciberseguridad e Informatización del Partido.

Esto ha obligado a los usuarios a hacerse de redes privadas virtuales (VPN), sitios espejo y programas de enrutamiento cebolla (onion routing) para eludir el Gran Cortafuegos, lo que se ha hecho más peligroso en los últimos años, en la medida en que los desarrolladores son fuertemente castigados, y los usuarios deben contactarse individualmente con los operadores que quedan en las sombras.

 

China internet

 

Hartazgo y censura

A las limitaciones en línea se les suman las de software, dado que muchos de los programas desarrollados en China poseen herramientas de censura de fábrica, o las aplican a los documentos guardados en la nube.

Aún más, a esta censura negativa se le suma la militancia activa del Partido, a través de la marina de internet, un término utilizado para denominar a los usuarios pagos que publican o comparten el contenido de un interesado, por su capacidad para «inundar» foros en pocos minutos. Los usuarios al servicio del Partido suelen llamarse cincuenta centavos, por la remuneración que se les da por publicación.

En este contexto, las voces críticas no solo deben ser capaces de eludir la vigilancia ubicua del Partido en las redes, sino también a otros usuarios pagados que puedan descubrirlos y exponerlos. Algo similar ocurre en el resto de las áreas públicas, donde la omnipresencia de los aparatos de control sobre la vida diaria ha producido un ethos de autocensura y vigilancia mutua.

Por ello, las pocas formas de descontento que se pueden documentar, en general, se generan en formato de memes o expresiones con sentido ulterior basado en la homofonía de sus caracteres. Aun así, en la gran mayoría de los casos, estas publicaciones acaban por ser rápidamente censuradas tan pronto se hacen populares. El ejemplo paradigmático de ello es la prohibición de Winnie the Pooh en China, por haber sido utilizado como referencia a Xi.

Un movimiento sin precedentes

No obstante, el coraje del nuevo hombre del tanque (como se ha llegado a llamar al manifestante del puente Sitong), ha inspirado a miles para, directa o indirectamente, replicar su mensaje. Se han posteado miles de réplicas del mensaje de las banderas en puertas de baños públicos —uno de los pocos lugares aún sin videovigilancia—, o a través de #我看到了 (wǒ kàn dàole, ‘yo lo vi’), en alusión a la demostración que según la prensa oficial nunca ocurrió.

Si bien la repercusión más grande ha sido gracias a la diáspora china en países democráticos, el movimiento atestado en las redes a partir de la manifestación tiene pocos precedentes en la historia reciente china. Sin embargo, es muy difícil —si no imposible— mantener un movimiento civil a partir de este fenómeno, en particular, frente a la feroz respuesta de los rositas, un término usado para denominar a los jóvenes chinos adeptos al régimen que acaban por ahogar cualquier intento de coordinación antes de que gane una masa crítica.

Empero, en el marco de un creciente descontento generalizado por las cuarentenas draconianas innecesarias que le han costado el empleo y la salud a millones, se está creando el caldo de cultivo para un movimiento de descontento y hartazgo, que ya ha tenido expresiones masivas en línea y, más recientemente, físicamente en Shenzhen, solo para nombrar ejemplos que han llegado a conocerse. A estas hay que sumarles el caso de Zhengzhou que, si bien estuvo orientado a un corralito monetario local, puede tener implicaciones nacionales en la medida en que la economía china continúa deteriorándose.

#YoLoVi

Luego de haberse confirmado la concentración de la suma del poder en Xi en el congreso partidario, de cara a —por lo menos— el próximo lustro, podemos esperar solo una profundización de sus políticas, cuyos resultados ya están a la vista y que paulatinamente irán socavando la base de legitimidad del Partido: el crecimiento económico.

Cuando ahonden las épocas difíciles, existirán incentivos estructurales para que la gente deje el miedo de lado y, al menos, exprese #YoLoVi cuando algún valiente le diga al régimen lo que hay que decirle.


1Politólogo y maestrando en Ciencias Sociales. Docente investigador de Ciencia Política y miembro del Grupo de Estudios sobre Asia y América Latina de la Universidad de Buenos Aires. Editor de la «Revista Asia/América Latina». Coautor de «Desafíos actuales de Asia oriental» (2021).

*Este artículo fue publicado en dialogopolitico.org el 31 de octubre de 2022

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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