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El psiquiatra español Pablo Malo define al efecto o falacia del coste hundido como “un sesgo que describe la tendencia a seguir invirtiendo en algo, incluso cuando está claro que no es una buena idea, simplemente porque ya se ha invertido dinero en ello”.
El investigador de la psicología evolucionista dice que también existe una falacia del coste hundido “cognitiva”, que consiste en que “nos esforzamos aún más en tareas (sin esperanza) sólo porque ya hemos invertido mucho esfuerzo en ellas”.
Esta falacia podría ser una explicación parcial para la terquedad con la que en Bolivia se insiste en la continuidad y profundización del modelo intervencionista-estatista, después de ser evidente su fracaso para asignar de manera eficiente los recursos de la bonanza gasífera y para gestionar la apertura del paradigma extractivista-monoexportador a uno de múltiples motores económicos, con una mayor participación de los recursos renovables y las exportaciones no tradicionales.
Desde un inicio de su administración, estaba claro que el presidente Luis Arce no iba a ser ni un Cámpora ni un Lenin Moreno: ni un mayordomo que le devolviera el sillón presidencial a Evo Morales a corto plazo, ni un rupturista con el socialismo del siglo XXI. Pero podría haber sido un pequeño Deng Xiaoping, alguien que, a la manera del reformador chino, abriera nuevos espacios a la iniciativa privada, aún dentro del marco de un discutible “socialismo de mercado”.
Recordemos que Deng tomó las riendas del gigante asiático tras la muerte de Mao e impulsó, primero, un período de “normalización”, luego de las tremendas turbulencias de la revolución cultural, rehabilitando a las víctimas de la persecución política. En una segunda fase, encaró la “reforma y apertura”, un amplio proceso de liberalización económica que comenzó con un “dejar hacer” (laissez-faire) al 10% de los campesinos, que habían hecho un auto-parcelamiento privado de las granjas colectivas y que pronto se convertirían en los productores del 90% de los alimentos de su país.
Esos pasos, inicialmente modestos, terminaron por conducir a lo que China es hoy en materia económica, aunque sea de lamentar la subsistencia del sistema de partido único, entre otros rasgos despóticos.
Distensión política y luego apertura económica, fueron los procesos impulsados por Deng, tal como Arce debería haber hecho, luego de prometer “reconciliación y reactivación” en la campaña electoral del 2020. Nada de esto se hizo y se prefirió continuar con las prácticas autoritarias heredadas del período de Evo Morales y con un asfixiante dirigismo burocrático en la economía.
En vez de “dejar hacer” al motor alternativo del país, el agro, se impulsa un ataque múltiple a través de sobre-regulaciones, controles de precios, tolerancia a los avasallamientos de tierras y disposiciones confiscatorias. Con la fatal arrogancia del planificador central, se pretende ordenar la economía y lo que en realidad se logra es caotizarla.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo