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Los dramáticos impactos de la COVID-19 son claros: millones de vidas perdidas, millones de personas con secuelas a largo plazo, sistemas educativos virtualmente paralizados, sistemas de salud desbordados, y una crisis económica mundial que tardará años en recuperarse. Desde comienzos de 2021, la medida sanitaria central para controlar la pandemia es la vacunación masiva, complementada con el mantenimiento de las medidas preventivas, la detección y aislamiento de casos, y la vigilancia epidemiológica. La efectividad de las vacunas para disminuir dramáticamente el número de decesos y hospitalizaciones por la COVID-19 es irrefutable. En los Estados Unidos, durante el mes de mayo de 2021, el 99,2% de todas las muertes por COVID-19 y el 99,9% de todas las hospitalizaciones por la misma causa, se produjeron entre personas que no estaban completamente vacunadas.
Esos resultados se obtuvieron con el 49.8% de la población de los EE.UU. completamente vacunada. Esa cifra contrasta con apenas el 1% de las personas que viven en países de bajos ingresos y el 14% en países de bajos y medios ingresos. Si bien los esfuerzos internacionales, como COVAX, buscan aumentar el acceso mundial a las vacunas, varias estimaciones sugieren que, el rezago de dichos países impediría alcanzar la inmunidad colectiva de al menos el 70% a nivel mundial, hasta el año 2023. Sumado a ello, las variantes del SARS-CoV-2 que emergen y se diseminan rápidamente constituyen una amenaza que no se debe ignorar.
La realidad cotidianamente expresada en cifras nos dice que no estamos cerca del final de la pandemia de la COVID-19. Sin el sentido de urgencia para ejecutar acciones concertadas y el financiamiento adicional para acelerar la cobertura mundial de vacunación, la pandemia seguirá su curso y la emergencia de más variantes del virus es inevitable. Las soluciones para vacunar aceleradamente a la mayoría de la población mundial están disponibles y se pueden implementar, con un fuerte compromiso político, dentro de los próximos doce meses.
En la práctica, los países más desarrollados están en la posición de encaminar al mundo hacia la recuperación mediante el uso de su voz y sus recursos para fortalecer las cadenas de suministro y los sistemas de distribución de vacunas. En una acción concertada, esos recursos deben utilizarse para garantizar que las vacunas se distribuyan de manera equitativa, eficiente y efectiva en todo el mundo. En resumen, se debería considerar las siguientes recomendaciones:
– Aprovechar la arquitectura multilateral existente, en particular el mecanismo COVAX, para fortalecer las cadenas de suministro y ampliar la capacidad para suministrar vacunas y otros insumos esenciales.
– Complementar los esfuerzos multilaterales mediante donaciones bilaterales de vacunas e inversiones directas en salud y apoyo a la infraestructura de distribución en el país, que incluye la desaduanización, almacenamiento, transporte y entrega en los puntos de vacunación.
– Fortalecer las asociaciones entre los sectores público y privado, incluyendo las organizaciones no gubernamentales, para movilizar nuevos recursos y aprovechar las ventajas de cada sector.
– Involucrar e integrar a las autoridades y los actores comunitarios locales, cuyas perspectivas son invaluables para la comprensión los sistemas de salud y facilitar el acceso a los servicios de salud.
– Implementar campañas innovadoras para educar a la población sobre las vacunas COVID-19, contrarrestar la desinformación y generar una demanda informada y sostenida de la misma.
Por último, el virus no respeta ni fronteras ni ideologías. Es esencial que los gobiernos no asuman un enfoque nacionalista y, mas bien, comprendan que es el momento de generar alianzas para globalizar el acceso equitativo a la vacuna y desechar el ciclo del “pánico y luego olvidar”, que ha caracterizado las anteriores respuestas internacionales a emergencias de salud globales.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo