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A los cruceños nos quieren callar. Y ya no solo por el autoritarismo radicado en Los Andes, sino que ahora desde mucho más cerca, pues pretenden callarnos los en otrora “guardianes” de la libertad y la democracia. Hoy el que no comparte las mismas ideas o aquel que desafíe el discurso o “la línea” será tachado de traidor, de vendido o de tibio (como si alguna vez la mesura haya sido pecado capital) por los mismos que hace poco defendían la libertad. Estamos censurados en Santa Cruz por quienes creen tener el derecho a la persecución, una suerte de Torquemada mestizos.
Ante esto no puedo evitar citar a Hannah Arendt, filósofa política de origen judío quien mencionó en una oportunidad que “el revolucionario se convertirá en un conservador el día después de la revolución”. Y esta idea aplica perfectamente tanto para los revolucionarios comunistas en la ex Unión Soviética como para los gritones “libertadores” en Santa Cruz. Cabe aclarar que unos eran comunistas y los otros solo gritones, pues su única ideología y motivación es la pega y el poder.
Lo venimos viendo -y viviendo- hace ya algunos años, y es preocupante que, en la tierra que dice ser la más libre, nos estemos censurando entre nosotros sin razón alguna. Según, Santa Cruz es la defensora de la democracia. Pero la realidad es que en Santa Cruz no existe una auténtica cultura democrática. Existen varios vociferantes que no saben -o no les importa- que en una democracia se puede tener una opinión diferente y que está bien, pues una sociedad progresa cuando dos o más ideas o visiones se contraponen y así se puede usar lo mejor de cada una. Una sola visión de “libertad” o de democracia es contradictorio, falso y hasta aburrido. Los que no quieren escuchar otra idea se caen al abismo por no querer escuchar a quienes le dicen que ese no es el camino.
“La democracia y las reglas solo sirven si a mí me conviene” es la idea que se va imponiendo. Y es sumamente preocupante, pues a nombre de la democracia la están destruyendo desde adentro, como bien saben hacer los socialistas del siglo XXI. Quizá lo hacen sin saberlo, o quizá hay algún antiguo socialista del siglo XXI que los asesora para hacerlo. Y lo mismo está sucediendo con la cruceñidad o la institucionalidad de la que tanto se llenan la boca. La supuesta valentía y el griterío es solo una forma de tapar la vaguedad discursiva y la falta de contenido y de propuesta. De su boca no salen argumentos, sino adjetivos. Gritan mucho, pero no dicen nada. La poca cultura democrática en Santa Cruz se ve amenazada por la cultura del cohetazo y la pausa, donde te persiguen, te gritan y tiran pausas toda la tarde buscando intimidar al que piensa diferente. No son “demócratas”, son bravucones.
Sepamos que el populismo no solo es propio de la izquierda, y que en tiempos de polarización y crisis, los fascistas vuelven a salir de la caverna, buscando aprovecharse de la situación. Federico Finchelstein, historiador argentino, en su obra “Del populismo al fascismo en la historia” nos dice que la violencia pasa de ser un instrumento del fascismo a convertirse en un fin en sí mismo para este. Y ya hemos visto cómo algunos “defensores de la libertad” han llegado a agredir a la prensa, a convocar a “ciudadanos” para acosar y hostigar a quienes piensan diferentes – ¡incluso en nombre de la democracia!-. Solo les faltó ponerse el uniforme y ya eran parte de la guardia de Mussolini.
Estamos en tiempos violentos. Es verdad que los socialistas en la Sede de Gobierno son el enemigo más grande, pero ahora nos golpean de ambos lados, pues los energúmenos aspirantes a convertirse en una suerte de Mussolini con sombrero de saó también incomodan a quienes queremos vivir en libertad. Los radicales, de ambos lados del espectro, aunque digan y juren odiarse el uno al otro, son más parecidos de lo que creen (son iguales). Por eso quienes tanto usan las pausas para agredir al que piensa diferente es igual al masista que cree que la dinamita es un elemento democrático.
Pero tengo fe en que no cumplirán su cometido, porque a pesar de que se los escucha mucho más fuerte, las voces sensatas son más, solo que la verdad no necesita de la fuerza para imponerse. Eso sí, no podemos esperar sentados a que los autoritarios caigan. Por eso exhorto a todos quienes creemos en una libertad real y en una verdadera democracia a salir a defenderlas desde los diferentes frentes y espacios. “Para que el mal triunfe solo basta que los buenos no hagan nada”.