La insoportable levedad de la red
Después de la pandemia, en ninguna elección latinoamericana ocurrió lo que las encuestas pronosticaban. No fue solo por falta de preparación profesional de quienes aplican encuesta de aficionados con las herramientas de la red, sino porque las actitudes de los ciudadanos actuales son efímeras y difíciles que comprender.
Escucha la noticia
Muchos líderes de nuestras sociedades no son conscientes del impacto de los avances de la inteligencia artificial, la internet de las cosas y la computación en la vida de la gente. Como hemos dicho reiteradamente, viven a espaldas de este, que es el principal problema político de los próximos años.
Cuando organizan una campaña electoral creen que lo importante es armar un aparato, redes de punteros que alquilen locales para repartir folletos, que organicen caravanas y concentraciones, regalen cosas. Todas esas son herramientas del pasado, están completamente superadas porque los seres humanos, hijos de la red, se comunican de otra manera, tienen otros valores, en vez de leer folletos revisan tuits.
En algunos lugares más apartados, con estas herramientas se pueden conseguir unos pocos votos, pero la gran mayoría de los ciudadanos de toda América Latina pasa bastantes horas al día colgada de su celular, conectada con la red, ajena a los antiguos espectáculos.
Por otra parte, la red no solo es fuente de avances tecnológicos, sino que proporciona herramientas e informaciones falsas que conducen al error o a mantener interpretaciones disparatadas de la realidad.
Cuesta pocos dólares adquirir un programa que aplique encuestas para la campaña y también es posible pedir a una aplicación de inteligencia artificial que haga los cuestionarios. ¿Significa esto que los robots han desplazado a los encuestadores profesionales y a los analistas políticos? No. Los han vuelto más indispensables para poder trabajar sin confundirse con tanta basura que llega con la red.
Dediqué algunos días a hacer experimentos con aplicaciones de inteligencia artificial. Pedí a una de estas que elabore la estrategia para una campaña política. En pocos minutos tuve en mis manos un documento moderno y superficial, que podía asegurar el triunfo de cualquier candidato de plástico, pero llevaría a la catástrofe a un candidato real. No podría comprender los sentimientos de seres humanos que tienen vida, sentimientos que no se pueden convertir en números, que votan por mandatarios que les explotaron siempre en muchos municipios y países, que salen a las calles a protestar de una manera que parece irracional en contra de gobiernos de la región. Tal vez servirían más su los votantes fuesen racionales y no razonables. Solo el análisis de profesionales con experiencia puede intentar descifrar esa maraña de sentimientos y actitudes que nos ajustan a la lógica formal.
Pedí también a mi computadora que escriba poesía y que elabore una interpretación filosófica de que está ocurriendo con la humanidad por efecto del desarrollo de la tecnología. Obtuve textos ordenados, llenos de lugares comunes, parecidos a la música ambiental. Proporcionan paz a gentes sencillas, que simplificaron la realidad con sus odios y ambiciones, pero no pueden reemplazar a la Una temporada en el infierno de Rimbaud, ni a los apasionantes libros de filosofía de Juan José Sebreli o Byung-Chul Han. Los ordenadores pueden sistematizar información, pero no crear nuevas teorías ni interpretar la cambiante realidad.
Sin embargo, hay personas, incluso candidatos a presidencia de varios países, cuya liviana inquietud intelectual se puede satisfacer con juegos de palabras que arma una computadora, especialmente cuando les resultan agradables, y creen que les sirven para agrandar su imagen o mitigar sus temores.
En la década de 1970 pasé mucho tiempo en la fundación Bariloche, estudiando con profesores sabios como Edgardo Catterberg, Manuel Mora y Araujo, Hilda Khogan, Rubén Katzman y otros, leyendo textos largos y complejos acerca de cómo hacer muestras válidas, elaborar cuestionarios, interpretar los resultados de las encuestas. Aprendí también de estos maestros sus habilidades para interpretar la política usando métodos cuantitativos. Sus temas de análisis eran más sofisticados que averiguar si Cristina sube unos puntos sobre Milei, cuando ni siquiera se sabe quiénes serán los candidatos en la próxima elección. Los seres humanos y la política con algo más complejo que esas anécdotas.
Desde ese entonces hasta ahora todo ha cambiado. Los electores se hicieron impredecibles, difíciles de entender y solo combinando las resultados de las encuestas con los que proporcionan los análisis cualitativos y el estudio de la información que proviene de la big data podemos usar la investigación para lo que sirve en realidad: comprender la lógica de la decisión política de los electores y concebir un mensaje que los mueva en la dirección que pretendemos.
La antigua ambición de adivinar el futuro y conocer con anticipación lo que ocurrirá con los comicios simplemente carece de sentido aunque es la principal ocupación de algunos candidatos con mentalidad mágica, que normalmente suponen que les ayuda la publicación de guarismos que les son favorables. Son ideas superadas en los ámbitos profesionales desde hace más de cincuenta años.
La red acaba con la vieja política
En las elecciones celebradas después de la pandemia, en ningún país latinoamericano ocurrió el día de las elecciones lo que las encuestas pronosticaban unos meses atrás.
Esto no ocurrió solamente por la falta de preparación profesional de muchas personas que aplican encuesta de aficionados con las herramientas que les entrega la red, sino porque las actitudes de los ciudadanos actuales son efímeras, cambian a gran velocidad y son difíciles de comprender. La sociedad líquida no solo no puede prescindir de los profesionales, sino que los necesita, y más sofisticados.
Esta semana Roberto Zapata dictó en el posgrado de comunicación política de la Graduate School of Political Management de la George Washington University una conferencia sobre los métodos cualitativos de investigación. Zapata es, seguramente, la mayor autoridad académica sobre este tema en los países de habla hispana y trabaja con una bibliografía completamente actualizada en varios idiomas.
El maestro citó alguna bibliografía inquietante de la que nos hemos servido en los últimos años para reformular la investigación política.
Uno de ellos fue “La palabra es poder, lo importante no es lo que dices, sino lo que la gente entiende”, de Frank Lunzt, que analiza el lenguaje con el que hay que contar en la comunicación política para llegar a los ciudadanos e incluir en sus actitudes.
Tanto para aumentar las ventas de una empresa, como para ganar las elecciones, hay que descubrir y utilizar las palabras adecuadas para comunicar, porque lo importante no es tanto lo que dice el candidato, sino lo que la gente entiende.
Los conceptos son difíciles de asimilar por la audiencia. El discurso debe conformarse con relatos y anécdotas que permiten entender el mensaje. Un sesudo discurso que enuncia un programa no sirve para nada. Comunica menos que los saltos y gritos de otro candidato que logra que sus seguidores se entusiasmen, sin necesidad de entender lo que dice el protagonista del show.
Citó también el último libro de Antoni Gutiérrez-Rubi, Gestionar las emociones políticas, en el que el catalán desarrolla el tema de la emotividad y la política. Dice que “los estados de ánimo se han convertido hoy en día en auténticos estados de opinión y tienen una repercusión importante tanto en la política como en las elecciones. Las emociones pueden provocar resultados inesperados, pues votamos cada vez más con el corazón y esto pone de manifiesto los límites de las promesas electorales y de la racionalidad. Saber entender la atmósfera emocional en la que se desenvuelve lo político deviene crucial para poder interpretar nuestro presente. Poner el acento en la recepción y no en la emisión política implica nuevas lógicas y nuevos desafíos. Necesitamos un nuevo lenguaje que sea capaz de explicar la nueva realidad que nos envuelve, el desprestigio de la política, la desafección, los miedos que hoy contaminan los escenarios políticos de todo el mundo. Y para ello, es imprescindible que la política democrática se rearme con mayores fundamentos de psicología social y neurociencia”.
Esto que en el mundo de la academia es incuestionado sigue siendo extraño a políticos que viven inmersos en la política del siglo XX.
Lo mismo ocurre con las herramientas que permiten difundir un mensaje. Está claro que los textos y las palabras comunican poco, pero esto no significa que para ganar las elecciones hay que hacer disparates en TikTok para llamar la atención. Cualquier herramienta de campaña que se use debe saber a quiénes quiere llegar y con qué mensaje.
A veces lo que se quiere comunicar a un grupo determinado de electores tiene más eficiencia si se usa una comunicación alternativa y sentido del humor, pero si los candidatos y sus equipos de campaña no saben para qué elaboran una pieza, y solamente hacen payasadas, lo que logran es ridiculizar a su candidato, que además de perder las elecciones terminará con una imagen lamentable.
En las últimas elecciones ecuatorianas hubo candidatos que tenía una hoja de servicios importante, que perdieron estrepitosamente por hacer ridiculeces. Los hubo también que reprodujeron campañas del siglo pasado y se ubicaron en los últimos lugares.
La comunicación de la campaña debe ser sencilla, evitar caer en las peleas de los políticos que repugnan a la mayoría. Es bueno comunicar temas que están en la vida de la gente de manera transparente y espontánea. Lo que rechazan los electores es la manipulación, y una política que se ha convertido en una avalancha de acusaciones mutuas, que suenan más a venganzas personales que a interés por los problemas de la gente.
Ganó la alcaldía de Quito Pabel Muñoz con una campaña sencilla con la que logró comunicarse con los ciudadanos sin hacer ninguna de las extravagancias que hicieron sus adversarios.
El segundo lugar lo ocupó Jorge Yunda con una comunicación directa, plena de sentido del humor, en la que no atacó a nadie, pero llegó al corazón de muchos quiteños. He grabado muchas de las piezas que produjo para usarlas en mis cursos como un ejemplo de lo que debe ser la comunicación política contemporánea.
La red es fundamental, pero para que los seres humanos manejemos a las máquinas, no para que seamos un objeto de sus juegos aleatorios.