Escucha la noticia
Desmitificar la hoja de coca se ha convertido en una tarea indispensable para todos. Si alguna vez el arbusto fue sagrado es algo que se pierde en la noche de los tiempos y que ahora suena más a pretexto que a respeto por los ancestros.
Hoy es solo un negocio: legal cuando se trata del uso tradicional – la menor parte – e ilegal cuando se destina al narcotráfico -la mayor parte-. La guerra por ambos mercados provoca violencia, muertes y desolación.
La coca siempre fue una droga, incluso sin pasar por el proceso que la transforma en clorhidrato. Lo fue cuando era utilizada por los mitayos para aguantar las extenuantes jornadas en los malsanos socavones de la colonia y lo es ahora que se acullica para disimular el hambre y ahuyentar el sueño.
Sobre el uso medicinal hay más controversia que certeza, aunque la ciencia termina siempre por imponerse cuando los males superan a las supersticiones.
Que algunos leen el futuro entre las hojas es cuestión solo de fe. Si cae de un lado o de otro en realidad no indica nada. En guirnalda o en bolo la coca es un cuento que se transmitió de generación en generación desde hace siglos.
Dónde hubo coca nada queda y desaparecen otros frutos que podrían cambiar la vida de las personas. Como una plaga el arbusto se extiende hacia las áreas protegidas y los bosques. Es el rastro del delito que lentamente asfixia los campos y contamina con ácidos los ríos.
En realidad nunca prosperó su industrialización legal. Fue solo un camuflaje para mantener los cultivos o incrementarlos. De las pastas de dientes, las cremas, los licores, las harinas, las pomadas y otros derivados, quedan solo anuncios descoloridos, nada de recursos y unos cuantos consumidores crédulos.
La coca no representó ingresos para el Estado, aunque el dinero que genera circula por aquí y por allá, luego de pasar por innumerables negocios/lavanderías que indirectamente forman parte del delito.
De los estigmas, Bolivia no se libra. Hoy, como hace décadas, el nombre del país continúa asociado al de los derivados ilegales de la coca y peor aun ahora que la hoja se utiliza como símbolo de una supuesta identidad nacional.
La política ha corrido paralela a la coca desde hace décadas. Unos a favor, otros en contra, en una batalla falsamente teñida de ideología. Emblema partidario, la coca sirvió para mirar de reojo al “imperio” y a una derecha erradicadora. Curiosa paradoja: el negocio ilícito y más liberal de todos cuestionaba al neoliberalismo y su líderes se convertían en héroes de una nueva izquierda.
De los narco-videos a los falsos narco-vínculos concebidos para destruir a un partido político, de las mafias a los movimientos sociales, de la droga a la materia prima, de los narco-arrepentidos a los líderes sindicales, el itinerario de la coca siguió un rumbo por lo menos curioso: de la condena del delito a la reivindicación política. Los perseguidos de ayer son los perseguidores de hoy, los supuestos débiles en algunos casos administran el poder.
No es políticamente correcto hablar mal de la coca, porque se asocia con los ancestros, con el mundo indígena, sus prácticas y creencias. Pero los mitos se han convertido en coartadas y su defensa en encubrimiento de delitos.
Lo incorrecto es seguir cayendo en la trampa, en el chantaje, en la argumentación torcida que convierte a los críticos en apátridas y a los panegiristas en falsos defensores de una supuesta soberanía.
La coca tiñó de sangre los caminos y hoy las calles de las urbes. Hay zonas que son territorio de nadie, la ilegalidad se pasea por aire y tierra con escaso o nulo control, las ciudades sucumben agobiadas por fatídicos estallidos, caen los cuerpos sin sentido. La maldición está ahí, desde hace tiempo y estamos a punto de levantar las manos.