La miseria del proteccionismo
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Pocas ideologías han hecho más daño en el mundo que la del proteccionismo comercial.
Para entender bien en qué consiste aplicar aranceles a productos importados, hay que aclarar los conceptos más fundamentales. Un arancel no es otra cosa que un impuesto, es decir, una confiscación coactiva realizada por el Estado. En este caso, el impuesto se aplica a la compraventa, pues el comercio internacional no es otra cosa que compra y venta de bienes y servicios. Y este intercambio se realiza, no entre países, ya que los «países» no existen más que como abstracciones, sino que entre personas. Así, un arancel es un impuesto al intercambio entre personas que demandan y ofrecen al mismo tiempo cosas que han producido.
Como se observa, un arancel es, por lo tanto, un impuesto a la producción, esto es, una confiscación de lo que producen privados que intercambian. La consecuencia obvia de este castigo a la producción destinada al intercambio es que ella disminuye, con lo cual cae el stock de riqueza disponible en la sociedad haciendo todo más caro y, en consecuencia, más pobres a las personas.
«Del mismo modo como sería absurdo dentro de un mismo país establecer fronteras para proteger la industria regional de la competencia de otra región, también son absurdas las medidas proteccionistas entre países que no son más que otras regiones del mundo. Como se observa, la miseria del proteccionismo es ante todo intelectual, pues se sigue de premisas sin ningún sustento económico cuyas consecuencias son potencialmente desastrosas».
El arancel tiene un aspecto aún más nocivo: agrede directamente el principio de división del trabajo y especialización que Adam Smith identificaría como fuente de la riqueza de las naciones. Bajo la teoría de fortalecer la industria nacional, el impuesto a la compraventa impide que las personas, actuando voluntariamente en persecución de su interés, elijan intercambiar lo que producen con las alternativas que mejor satisfacen sus necesidades en términos de calidad, precio y cantidad. Como consecuencia, la eficiencia que se gana de la especialización y las ventajas comparativas se pierden, pues las personas ya no pueden dedicarse todo lo que podrían a producir aquello en lo que son mejores, porque no pueden venderlo al precio necesario para mantener e incrementar la producción. En última instancia, la postura proteccionista se centra en la falacia de que lo que uno gana el otro lo pierde, es decir, que sería un juego de suma cero.
La realidad es diferente. El agricultor argentino que vende grano, recibe dólares y vende estos dólares en su país donde otra gente los demanda para poder comprar cosas importadas como autos, aviones, máquinas, alimentos, etcétera. Si vemos bien este escenario, entendemos que, por definición, es imposible que las importaciones arruinen la economía de un país al hacer quebrar la industria nacional como se suele decir. Siempre que se compra algo del exterior, al mismo tiempo se está vendiendo algo al exterior, de lo contrario no se puede comprar nada. En el extremo podemos decir que un país que produce cero puede demandar cero en el exterior porque al no producir nada no puede comprar nada. Si ya produce algo que otros, afuera del país, desean, entonces puede venderlo para comprar también afuera lo que necesita.
Si, por poner un caso de proteccionismo extremo, Arabia Saudita prohibiera la importación de carne desde Nueva Zelandia, entonces se destruiría por completo el proceso de enriquecimiento que para su población se seguiría de la capacidad que tienen los neozelandeses para producir carne de oveja a buen precio. Es más, sin libre comercio, Nueva Zelandia vería su industria de carne reducirse a la mínima expresión, pues no tendría a nadie más a quien venderle esa carne que a su propia población. Como ese es un mercado pequeño, la demanda sería mucho más baja, lo cual llevaría a que se despida a gente, se críen menos ovejas, se invierta menos capital, se desarrollen menos tecnologías asociadas al negocio, haya menos oferta y así sucesivamente. No solo, entonces, se empobrecería Arabia Saudita con su proteccionismo, pues ya no tendría acceso a la carne de mejor calidad y más barata, sino que Nueva Zelandia sufriría el proteccionismo de Arabia Saudita. Pero si el proteccionismo fuera la regla general, Tampoco Arabia Saudita podría exportar un solo litro de petróleo, lo que haría que vivieran en la total miseria, pues si no pueden vender nada tampoco podrían comprar —importar— nada. Su petróleo les sirve solo si puede exportarlo para comprar —importar— lo que no producen ahí.
Por eso, así como entre las regiones de un mismo país debe haber libre comercio, pues ello permite beneficiarse de la especialización de cada región, el comercio entre países lleva a que la cantidad de riqueza disponible para todos aumente, al permitir que aprovechemos nuestras ventajas relativas y nuestras ventajas absolutas. Por tanto, del mismo modo como sería absurdo dentro de un mismo país establecer fronteras para proteger la industria regional de la competencia de otra región, también son absurdas las medidas proteccionistas entre países que no son más que otras regiones del mundo. Como se observa, la miseria del proteccionismo es ante todo intelectual, pues se sigue de premisas sin ningún sustento económico cuyas consecuencias son potencialmente desastrosas. Salvo, claro, para pequeños grupos de interés que se ven favorecidos por la restricción que impone el Estado frente a la competencia internacional que sería elegida por los consumidores.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo