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El 20 de julio murió en Quito, Jaime Galarza Zavala, poeta, ensayista y político. Iba a cumplir 93 años el 28 de este mismo mes, pero ya no le ayudaron los pulmones.
Conocí al “Negro” Galarza en París, en 1975 cuando entrevisté al ex agente de la CIA Philip Agee sobre las actividades de la CIA en Bolivia, para mi documental Señores generales, señores coroneles (1976). Philip acababa de publicar ese mismo su Diario de la CIA, donde expuso las acciones encubiertas de la Agencia en América Latina. En pocos meses, ya había traducciones a más de 20 lenguas. Me dio información valiosa, que gracias a un colega de la agencia France Presse se difundió inmediatamente por el mundo, poniendo en apuros a los agentes de la CIA en Bolivia.
Jaime Galarza se sumó a esa entrevista que filmé en 16mm, para que Agee le proporcionara detalles sobre operaciones de la CIA en Ecuador, que se publicaron en un número especial de la revista Nueva que dirigía Magdalena Adoum. Conservo todavía un ejemplar del libro “El festín del petróleo”, la edición venezolana de 1974, que me obsequió Jaime en aquella oportunidad, y que es una de sus obras que tuvo mayor repercusión.
La figura de Jaime era comparable a la de Marcelo Quiroga Santa Cruz en Bolivia. Ambos contemporáneos, ambos defensores de los recursos naturales, ambos escribieron importantes libros sobre petróleo y gas, pero además ambos tenían una faceta literaria que se expresaba a través de novelas y poemas. Ambos fueron ejemplares figuras humanistas, con profundo compromiso social y una honestidad a toda prueba.
Jaime se unió a los 18 años de edad al Partido Comunista, y en 1960, junto con otras agrupaciones y militantes comunistas, conformó la Unión Revolucionaria de Juventudes Ecuatorianas (URJE), de donde fue expulsado por sus críticas. En la década de 1960 estuvo varias veces preso en el Penal García Moreno, por su actividad política y sus escritos. Fue fundador del Movimiento Segunda Independencia, que planteaba la recuperación de los recursos naturales de Ecuador y la expulsión de las bases militares de Estados Unidos de su territorio. Fue el primer ministro de Medio Ambiente durante el gobierno de Abdala Bucaram, una experiencia que no sería de las mejores en su vida pública.
Publicó El yugo feudal (1962), El aire del hombre (1970), El festín del petróleo (1972), Los campesinos de Loja y Zamora (1973), Poesía revuelta (1974), Piratas del golfo (1974), Quienes mataron a Roldós (1982), Petróleo de nuestra muerte (1984), entre otros 20 títulos. También recogió en un folleto, la entrevista a Philip Agee que le hicimos en París y otros documentos relacionados con Agee y la CIA.
La poesía también nos unía. Ambos contribuimos con poemas sobre el Che en un disco que publicó Casa de las Américas en La Habana, en 1978, a los diez años de la muerte del guerrillero. En una entrevista en 2017, en el conocido programa “Palabra suelta” de Xavier Lasso (que también me entrevistó a principios de 2009), Jaime manifestaba su apoyo crítico al proceso de la Revolución Ciudadana de Rafael Correa, aunque puntualizaba que nunca fue militante de Alianza País y que mantenía su posición crítica, sobre todo en el plano de las políticas culturales, donde se había avanzado muy poco. Añadía que apoyaba a Lenin Moreno en aquel momento.
En su cuenta de Twitter se describía así: “Soy un caminante, pero un caminante del pueblo… de la patria… de la justicia y un caminante de los sueños… para hacerlos realidad”.
Luego de varias décadas nos volvimos a encontrar en Quito en ocasión de la presentación de uno de mis libros en la Feria Internacional del Libro. Los años no habían pasado en vano. El Negro era 20 años mayor que yo, y al verlo supe que había estado enfermo y que su cuerpo se había reducido en tamaño.
Seguíamos compartiendo en líneas generales las mismas visiones sobre América Latina, sobre el medio ambiente y la dilapidación salvaje de los recursos naturales, pero él se había aferrado a la ideología del llamado socialismo del Siglo XXI, y simplemente no veía que esos gobiernos eran los más depredadores y pasaba por alto que querían eternizarse en el poder por encima de la Constitución Política del Estado. Su mirada sobre Bolivia era romántica, convencido por el falso discurso indigenista.
Más allá de esas diferencias, siempre quedaba la amistad que habíamos iniciado a mediados de la década de 1970 en París.