Escucha la noticia
Todas las corrientes humanistas buscan un equilibrio entre la no discriminación, que consiste en tratar a los demás con referentes universales como los Derechos Humanos, y atender preferentemente a los sectores que, por indefensos o relegados, merecen un trato especial y urgente. Las necesidades de la humanidad son tantas que, a la hora de intervenir con ayuda, simpatía y solidaridad, hay que privilegiar a algunos sectores antes que a otros más capacitados para valerse por sí mismos.
Fue la Teología de la Liberación, si no me equivoco, quien posicionó en los años ’60 del siglo pasado la expresión “opción preferencial por los pobres” que tuvo consecuencias relevantes en el trabajo pastoral y misionero. De hecho, sacó a sacerdotes, religiosos y religiosas de colegios y parroquias urbanas, donde mayoritariamente vivían, para acercarse al campo y en general a los sectores populares y a su cultura; sin rechazar a los demás, volcaron su preocupación hacia los pobres.
La Biblia denuncia y condena la pobreza que nace de la injusticia, de la explotación. Esos pobres claman por ser liberados. Las políticas públicas con prioridad buscan sacar a la gente de la pobreza, asegurando que todos los ciudadanos satisfagan las necesidades básicas de alimentación, salud y educación; o sea, sean menos pobres.
Sin resignación y consciente de la realidad del pecado, Jesús dijo: “Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros; y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis” (Marcos 14,7). De hecho, parece decir Jesús, hay muchas formas de pobreza, entre los pobres y entre los ricos, que sólo yo puedo sanar. Por eso, existe también una pobreza evangélica, la de San Francisco para entendernos, fruto de la libre elección del discípulo de Cristo de vivir radicalmente su relación con Dios, con los hermanos y con la creación.
Volviendo a la opción preferencial por los pobres, cómo no mencionar algunas derivas políticas de la lucha contra la injusticia social que llevó hace 50 años a aventuras violentas y foquistas, respaldadas cabalmente en una interpretación sesgada del Evangelio. Bolivia ha sido testigo de la inmolación de jóvenes idealistas atraídos por la prédica “revolucionaria” de algunos pastores.
Por otro lado, la consigna de la “elección preferencial” ha contagiado a otras áreas del quehacer. Por ejemplo, la opción antiimperialista lleva a solidarizarse con los pueblos y naciones más débiles, víctimas de la opresión de los poderosos. Lo malo es que una vez identificado al país imperialista, la lectura de los acontecimientos se vuelve unidireccional y unidimensional. De hecho, es lo que le pasa a nuestra Cancillería, incapaz de reconocer no uno sino varios imperialismos al asecho de secuestrar la postura de nuestro país en el escenario mundial.
Asimismo, ante la invasión de Rusia a Ucrania o la guerra entre Hamás e Israel, el juicio de fanáticos antiimperialistas y colectivos feministas se halla condicionado por la “opción privilegiada por el antiimperialismo de occidente” a tal punto de llegar a justificar o condenar “a priori” en las redes sociales actos atroces de lesa humanidad (violaciones masivas, decapitaciones de bebés, masacres de civiles) dependiendo de quien los ejecuta, los de nuestro bando o los odiados enemigos: ¡rara manera de amar a unos que lleva a odiar al otro!
Ante eso, siguiendo a Joseph Ratzinger, he llegado a optar por la única consigna universal que me devuelve la libertad del juicio: la opción privilegiada por la verdad.
Pero ¿qué es la verdad? “¿Quid est veritas?” preguntó Pilato. “Est vir qui adest” -es el hombre que está delante de ti- le respondió Jesús con un anagrama, según una leyenda medioeval.