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Jesús aseguró que el reino les pertenecería a los que son como niños, para júbilo de tanto adulto sin crecer. La pena es que un versículo de San Pablo prescribe una conducta más exigente: “Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño”.
Mis rudimentos de teología no alcanzan para dilucidar si los que acaten a San Pablo perderán el reino. Aunque quizá sea el precio a pagar para que el turbio jardín de infantes del entretenimiento no nos amanse como a coyotes convertidos en caniches. Sea a través de las redes sociales, de un concierto de Coldplay o de la política licuada como papilla.
El místico Aliocha Karamazov de Dostoievski advertía: “Cuando sea usted mayor verá qué influencia tiene la edad sobre las ideas”. Eso es justo lo que me ocurre. Aquella frase era un reproche a un adolescente, para quien el cristianismo solo había servido “para mantener en esclavitud a la clase inferior”. De opiniones, así está hecha la santa simplicidad en la que naufragamos hoy.
En mis redes encuentro habitualmente videos de conciertos. Debe ser el algoritmo, puesto que nadie cree ya en el Diablo. En varios, el vocalista de la banda Coldplay desata el paroxismo en un estadio atestado.
Para un rockero fiero, Coldplay es música pop porque le falta la rabia congénita del rock. Coincido. Me encanta su canción Up & Up, por ejemplo, pero el estribillo no calificaría para una antología del malditismo poético: “Arriba y arriba, arriba y arriba está diciendo/ lo conseguiremos, lo conseguiremos juntos, lo sé/ lo conseguiré, lo conseguiré de alguna manera/ lo conseguiremos, lo conseguiremos juntos y floreceremos/ woah, oh-oh-oh-oh-oh”.
Coldplay no busca en nosotros al enajenado. Pink Floyd lo hacía, con acordes desvaídos, inspirados en su lunático exintegrante Syd Barret. Un día, Syd se apareció con sobrepeso y la vista perdida en el estudio de grabación, sin que nadie lo reconociera.
Es hasta cruel comparar a Chris Martin de Coldplay con, digamos, Lou Reed. Mientras Martin llama a nuestro crío interior, Reed llevaba a pasear el lobo que escondemos, como en su canción The Gun (La pistola): “el hombre tiene un arma/ sabe cómo usarla/ Browning de nueve milímetros/ veamos qué puede hacer/ te la apuntará a la boca/ dice que te volará los sesos/ no te metas conmigo/ llevo un arma”. Y eso que Reed –que de Dios goce no era miembro de la estadounidense Asociación Nacional del Rifle, sino un vanguardista “progre” (en la jerga en boga).
Lou Reed nunca me aparece en las redes, menos su pistola. La oigo, sórdida, mientras les escribo esta columna y murmullo: “carrying a gun, shooting with a gun… dirty animal” (portando una pistola, disparando una pistola… sucio animal). Pongan a Reed después de Coldplay o de Shakira. Luego solo díganme cuáles de ellos son (muy) aptos para menores de edad.
Mayores chillan como criaturas en los espectáculos de Coldplay. Traen una pulsera de luz LED que se activa por la vibración o al agitar la mano por el éxtasis, no sé bien. Lo busqué sin ganas en Google. Coldplay ofrece entonces una letra que enumera las razones para orar. Es un instante sagrado, pero sin templo. Se paga y se entona en un estadio para fundirte con la tribu: todos para uno y uno para todos. Pero la tribu está domesticada. Ya no desenvaina espadas ni conspiraciones del cardenal Richelieu.
El sino de la fama persigue a fenómenos como Coldplay. El odio de unos cancela la adoración de otros. Es que este es un mundo imperfecto. Igual pasa con los candidatos por los cuales votarán ustedes, porque yo viajaré fuera y no por desairarlos. “Pero no quiero que te pierdas ni un segundo”, me canta aún Lou Reed, con su pistola de fondo.
Dostoievski profetizó una época en la que seríamos unos “pobres niños, pero la felicidad infantil es la más deleitable. Es cierto que los obligaremos a trabajar, pero en sus horas de ocio organizaremos su vida como un juego de niños, con cantos, coros y danzas inocentes”. Ese tiempo es este, el de la diversión adictiva. Y la política es apenas otro pasatiempo más para tanto hincha de fútbol aniñado. Cualquier día me pongo la camiseta.