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En América Latina la gente ha comenzado a apostar por el equilibrio y por erradicar la polarización a través del voto. El daño que han hecho los extremos es muy grande y el desafío del acercamiento corre por cuenta de alternativas políticas ubicadas en el centro ideológico o por votaciones divididas que ejercen presión sobre el poder para promover la recuperación de una práctica democrática equilibrada.
Los partidos y los políticos creen que basta escarbar un poco en la percepción del electorado para saber cómo orientar sus campañas, qué soluciones proponer a los grandes temas o qué perfil debe tener la candidata o el candidato que los debe representar. Pero parece que hay una evolución inesperada en el comportamiento de los electores que ha llevado a romper con la mayoría de los enfoques tradicionales.
En uno y otro lugar se advierte una suerte de rebelión permanente que influye sobre los resultados electorales. Más que sobre militancias de largo plazo, el voto tiende a asentarse sobre sensibilidades coyunturales. Los que ayer votaron en una dirección mañana lo hacen en otra, lo que no significa que renuncien a sus principios o creencias, sino que afirman una manera diferente de entender y revitalizar la democracia.
Donde quiera que se vea, el voto produce aparentes sorpresas. En Argentina, donde se esperaba un pronunciamiento más claro hacia el “cambio” representado por un candidato del “desenfreno” como Javier Milei, la gente optó finalmente por una orientación más cautelosa que emotiva en las urnas.
En el momento decisivo, la racionalidad u otro tipo de detonante se cruzó en el camino del impulso y determinó un cuadro de definición diferente al que podía esperarse. No es que la demanda de renovación repentinamente haya tomado el curso de la tradición – como erróneamente podría interpretarse -, sino que muy posiblemente el sentido del cambio no coincidió exactamente con los excesos de Milei.
La gente no es rehén de nadie y eso que algunos llamaban el voto cautivo o “duro”, o seguro, ya no existe necesariamente. En Chile los que se inclinaron mayoritariamente por Gabriel Boric, rechazaron su propuesta de constitución. En Colombia, los que antes dijeron Petro, ahora pronuncian otros nombres y asumen otras tendencias. No es un asunto de derechas o de izquierdas, de premios o de castigos, sino de búsqueda de equilibrios.
Polarizar tal vez funcionó como estrategia en el pasado, en un escenario más bien, tradicional, sin la movilidad social impulsada por períodos de crecimiento y mayor bienestar, y sin el predominio e influencia de las nuevas herramientas de comunicación que forman de maneras no muy precisas y claras las corrientes de opinión.
La sociedad construye sus propios vasos comunicantes entre actores diversos, puentes invisibles entre comunidades y barrios, zonas geográficas, etc., que diluyen las líneas fronterizas promovidas por estrategias políticas que sobreviven gracias a la división.
Los temas y preocupaciones también se renuevan constantemente y superan las líneas de confrontación artificial. Es el mismo humo de los incendios el que asfixia a toda la sociedad de oriente y occidente. Como antes el Tipnis o los siniestros de la Chiquitanía, el fuego descontrolado y criminal de hoy genera indignación, sobre todo en jóvenes, de todos los segmentos, preocupados por las señales de crisis ambiental que se advierten no solo en Bolivia, sino en el planeta. Y es que, a fin de cuentas, nadie gana realmente en medio de la catástrofe global.
El voto de hoy no garantiza nada para mañana. Nadie tiene comprada la paciencia, ni la complicidad de un electorado suspicaz, impaciente y atento a la dinámica de los acontecimientos cotidianos. Al péndulo lo mueven cada vez menos las ideologías y sus promesas de futuro, y más la ansiedad colectiva por encontrar respuestas a temas que ignoran las agendas políticas. Ese es el sentido de la rebelión de los electores.