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Los relatos evangélicos de la Resurrección de Jesús son considerados por los exegetas entre los últimos en escribirse, debido posiblemente a que ese acontecimiento se vivía en la liturgia más que en los libros. De hecho, se cree que esos relatos fueron escritos, a diferencia de la Pasión, para fines de catequesis y no de crónica, lo que explica las diferencias, hasta discordancias, entre los cuatro evangelistas. En todo caso, esos relatos se originan en hechos, como la tumba vacía y las manifestaciones del Resucitado a los suyos (y no a otros) que, analizadas en el marco de la cultura semítica, son todo excepto alucinaciones.
Independientemente de los estudios exegéticos e históricos, me pregunto cómo los cristianos concibieron la resurrección de Cristo a lo largo de la historia y, en particular, cómo la representó el arte. Dejo de lado las imágenes populares inspiradas desde hace un siglo en películas que suelen explotar el relato evangélico más cinematográfico, el de Mateo, con guardias romanos dormidos, compra de silencios, terremotos y ángeles.
Quedándonos pues en el campo de las artes visuales, encontramos que las primeras representaciones de la resurrección pertenecen al siglo VI, debido a la herencia de la iconoclasia judía. Son imágenes poco elaboradas, inspiradas en el relato de Mateo, en las cuales se funde la tumba vacía con la aparición del Resucitado en presencia de guardias aterrados, mujeres asustadas y ángeles triunfantes, combinando distintos episodios en una sola escena. El arte medioeval enfatiza el momento en que Cristo sale de la tumba (una tumba medioeval, por supuesto) con una pierna adentro y otra afuera.
Ya a comienzo del siglo XIV, Giotto representa la resurrección de una manera más escueta, pero artísticamente mejor lograda: a la izquierda (siguiendo a Mateo) los ángeles, los guardias dormidos y la tumba vacía, y a la derecha la escena joánica de la Magdalena a los pies de Jesús (Noli me tangere – No me retengas). Jesús empuña, en lugar de la cruz, el constantiniano estandarte (lábaro) de la victoria.
Pasando al Renacimiento, Fray Angélico (1455) introduce una interpretación teológica en la escena, proyectando la imagen de Cristo en la pared de la cueva, sin que las mujeres, cautivadas en observar la tumba vacía, se percaten de su presencia, a pesar de que el ángel intenta en vano enderezar su mirada. Pocos años después, Piero della Francesca reduce la escena al Cristo victorioso que apoya un pie en la tumba, frente a los guardias sumidos en un sueño profundo. A su vez, un adolescente Rafael Sanzio se abandona a algunas licencias, como mostrar al Cristo levitando, los guardias despiertos y las mujeres mirando asombradas desde lejos.
En el barroco siglo XVII, El Greco y Rubens se explayan, con su peculiar estilo, en la representación del acontecimiento, sin agregar nada nuevo. Más tarde, Murillo, contraviniendo a una disposición del Concilio de Trento, vuelve a representar al Resucitado levitando sobre los soldados asustados.
Después de siglos de receso del arte religioso, a fines del siglo XIX, Eugene Burnand nos deja quien sabe la más hermosa interpretación del evento, con “La carrera de Pedro y Juan hacia la tumba vacía”.
En fin, comparada con la Pasión, la interpretación de la Resurrección ha representado siempre un desafío para los grandes artistas, al igual que sucede con los simples creyentes, cuya concepción del cuerpo glorioso del Resucitado se apoya más en la fe que en la imaginación.
Cabalmente, para no abusar de la imaginación del lector, he colocado el siguiente enlace para seguir la lectura con las imágenes comentadas:
https://1drv.ms/p/c/0488b39ac69ad0c2/EeaosoSvDg9Cn_4Fc2IJAxEB13915Yv4X0tWCT1JmOppdA