La singularidad y Milei
La entrevista de Jorge Fontevecchia a Nick Bostrom, fundador del Instituto del Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford, es lectura indispensable para quien quiera comprender el caos político de América Latina y lo que ocurrirá en las elecciones del próximo año. También lo que pasa con los valores, la familia, las instituciones y las relaciones que mantenemos los seres humanos con nuestros semejantes y con los objetos. La entrevista está disponible en la versión digital de PERFIL.
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Este diálogo se inserta en el marco de una temática desarrollada desde hace tiempo por autores como Raymond Kurzweil, fundador de la Universidad de la Singularidad de Silicon Valley, en sus libros La singularidad está cerca y Cómo crear una mente.
Yuval Noha Harari también ha escrito textos sobre el tema. Son de lectura indispensable el capítulo “21 lecciones para el siglo XXI”, sobre lo que los niños necesitan aprender para triunfar en 2050 y su último libro, Nexus.
Nos faltaría espacio para mencionar la cantidad de materiales producidos por académicos del MIT, Stanford, Berkeley, Oxford, y de las principales universidades del mundo sobre el tema. No versan sobre una fantasía como la planteada por Aldous Huxley en Un mundo feliz, son la reflexión de intelectuales que trabajan cerca de los científicos y empresarios que están construyendo ya la singularidad.
No tratan de soñar en un futuro lejano. Todos coinciden en que, en pocos años, va a llegar una realidad distópica en la que la vida será “resuelta” por una superinteligencia que nos permitirá vivir cientos de años, en un mundo en el que los indigentes podrán habitar como los multimillonarios de la actualidad. La economía crecerá al ritmo de la revolución tecnológica y terminará prescindiendo del trabajo de los seres humanos, que se dedicarán a experimentar diferentes intensidades de alegría y felicidad.
Vivimos un período de cambios vertiginosos, asociado con el desarrollo de una inteligencia artificial superior a la humana, que también se encargará de la investigación y el desarrollo. El proceso, que empezó a desarrollarse con la aparición de la computación y la internet, se acelerará con la computación cuántica, la internet de las cosas y una constelación de herramientas tecnológicas que progresan todos los días.
En la medida en que este proceso siga acelerándose, todas las formas de ciencia y tecnología experimentarán avances vertiginosos. Si comparamos el ritmo de crecimiento del avance tecnológico desde el origen de la humanidad hasta el siglo XXI con el actual, constataremos que en veinte años hemos avanzado más que en los trescientos mil anteriores en que habitamos el planeta. Nos encaminamos a fundar colonias espaciales, una realidad virtual perfecta, remedios para el envejecimiento y a desarrollar todo tipo de tecnologías que antes parecían sueños de ciencia ficción. Con la superinteligencia, el tiempo va a comprimirse y podremos ver muchas de esas transformaciones nosotros y nuestros hijos.
La inteligencia artificial y las nuevas tecnologías están reemplazando el trabajo humano, la economía va a duplicarse cada pocos meses. Es posible que vayamos a un futuro diferente, en el que el indigente podrá vivir como el multimillonario de la actualidad, si se logra que los beneficios se distribuyan ampliamente, y que todos los seres humanos tengan la oportunidad de aprovechar los adelantos tecnológicos.
Se abre la posibilidad de un progreso prácticamente ilimitado, pero también es posible que el proceso se convierta en un riesgo existencial que amenace con la extinción de la vida inteligente de la Tierra, o con destruir drástica y permanentemente su futuro potencial. Depende de lo que hagamos en estos días para que la revolución tecnológica nos lleve a una vida infinitamente mejor o a un despotismo global que nunca podrá ser derrocado, y al desarrollo de tecnologías de sistemas de vigilancia y censura que pueden ser tan peligrosas como la extinción de la vida. Esto también está en juego en las elecciones de 2025, aunque nadie lo mencione.
Como dice Bostrom en su diálogo con Fontevechia, la inteligencia artificial es un acontecimiento de consecuencias sin precedentes, “una ruptura en el tejido de la historia”. Pero va a ser manejado por los seres humanos de este momento, en todos los niveles.
Uno de ellos es el desafío técnico de desarrollar métodos escalables de alineación para la IA. Los laboratorios de frontera de inteligencia artificial, Google, DeepMind, Anthropic y OpenAI, tienen grupos de investigación que intentan desarrollar, y han logrado avances.
Las que desarrollan esta revolución son enormes empresas privadas. Si Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Steve Jobs hubiesen sido burócratas de una oficina de Washington para el desarrollo de la ciencia, todavía estaríamos oyendo música en casetes.
Los avances tecnológicos van a reemplazar a los seres humanos en las labores repetitivas. Como hemos anticipado en esta columna, durante los próximos cinco años desaparecerá la mayoría de las ocupaciones de la región, la mitad de la población va a perder su actual empleo. En el mediano plazo será innecesario casi todo el trabajo humano. Vamos al mundo del postrabajo, en el que los seres humanos no necesitarán trabajar por motivos económicos. Ese mediano plazo no está lejos. La mayoría de los lectores lo experimentará.
Hizo una carrera meteórica no solo por su capacidad, sino también porque apareció en el momento adecuado y supo aprovecharlo
No solo el trabajo, sino todo lo que hacemos, puede ser reemplazado por elementos tecnológicos, hasta el gimnasio se cambiará por una pastilla, pero la pregunta es: ¿qué van a hacer los humanos si todas sus actividades no son necesarias?
Los temas que se desarrollan en esta entrevista son apasionantes. Se menciona un libro publicado por Nick Bostrom el año pasado, Deep Utopia: Life and Meaning in a Solved World, que compré inmediatamente y he empezado a leer.
¿Y todo esto qué tiene que ver con las elecciones del próximo año? La mayoría de nuestros políticos juegan con castillos de arena en la playa, mientras llega la ola de un tsunami que no dejará en su sitio ningún juguete, ni a ninguno de los actores.
Como los nativos del Pacífico sur, que adoraban tótems con forma de avión, algunos líderes del socialismo del siglo XXI intentaron ingresar a la carrera tecnológica desde una comprensión rudimentaria del tema. El gobierno de los Fernández formó un “Mercado Libre” estatal para competir con la empresa de Galperin. Fue solo una tontería que seguramente no vendió nada.
Evo Morales y Rafael Correa intentaron entrar a la carrera por la conquista del cosmos lanzando, en cohetes chinos, satélites bolivianos y ecuatorianos que fueron un derroche ridículo de recursos. Los artefactos se convirtieron en chatarra cósmica en poco tiempo. La tecnología supone una inversión y una capacidad científica que tienen empresas privadas como Tesla o Google, mucho más sofisticadas y poderosas que nuestros Estados nacionales.
El socialismo del siglo XXI fue un árbol de durazno que floreció cuando empezaba el invierno. Pretendió hacer la revolución cuando en 1990, con la caída del socialismo real, el capitalismo se impuso en todo el mundo.
El comunismo no acabó por una guerra con Estados Unidos o porque la derecha ganó un debate ideológico. Las transformaciones contemporáneas provienen desde la base. Con el desarrollo de las comunicaciones, los habitantes de los países del Este vieron cómo era la vida en Occidente y décadas de lavado del cerebro para que defendieron tesis comunistas se licuaron, cuando quisieron una nueva realidad lúdica, con nuevos valores, en la que, en vez de vivir hambrientos para respaldar la revolución proletaria, podían correr el riesgo de ser felices.
El socialismo del Siglo XXI, que no era socialista ni estaba en el siglo XXI, se instaló por el incremento del precio de algunas comodities que produjo una época de bonanza en Argentina, Bolivia, Venezuela y Ecuador. Ideológicamente fue arcaico, mezcló membretes marxistas con la magia, el animismo, creencias ancestrales, la teología de la liberación y el financiamiento del narcotráfico.
Pasados los años, poco queda de esa experiencia: viejos líderes que sueñan con ser eternos, atropellos, corrupción y relaciones sospechosas con el delito. Todos sus líderes y sus entornos tienen problemas con la Justicia: Cristina doblemente condenada, Correa prófugo de la Justicia, Evo encerrado en el Chapare para que no lo detengan, Maduro con una orden internacional de captura de Interpol.
Las dictaduras militares de Venezuela y Nicaragua se mantienen solo por la represión y el uso de las armas. Los otros líderes del siglo XX luchan por volver a la presidencia aunque un 30% de la población los respalda y un 60% los rechaza.
Argentina y Ecuador tienen un panorama muy semejante: la mayoría de la gente eligió a sus actuales gobernantes porque rechazaba a los políticos anteriores. Milei hizo una carrera meteórica no solo por su capacidad, sino también porque apareció en el momento adecuado y supo aprovecharlo. La mayoría votó en contra del kirchnerismo y de todos los políticos tradicionales. El PRO le entregó la bandera del cambio y Milei polariza ahora con
Cristina, que aparece con su cuñada y su hijo al frente del PJ, su propiedad familiar.
Algo semejante ocurre en Ecuador. La política no se oye, se ve. Aparece por un lado un Daniel Noboa que busca la reelección, joven, fresco, preparado, que no ha tenido negocios con el Estado, enfrentado a un Correa envejecido, amargado, que insulta al que puede. El activismo de Correa y Cristina es la mejor garantía para el probable triunfo de Milei y Noboa en 2025. En ambos países casi todos los políticos tradicionales han caducado, no existen otros líderes que aparezcan con posibilidades.
En Bolivia el gobierno de Luis Arce es el más impopular que hayamos estudiado los últimos cincuenta años. Morales tampoco se identifica con ideales que lo impulsaron antaño. Triunfará algún político que sepa comprender los nuevos tiempos, o alguien como Pedro Castillo, que ganó en Perú porque no se parecía a ningún político.