OpiniónEconomía

La soya y el programa Tierras Bajas del Este: por un modelo de producción alternativo

Ana Carola Traverso

Socióloga y urbanista

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Sostenibilidad versus extractivismo. Generación versus depredación. Dos formas de ver el mundo, la producción y la generación de riqueza. Dos formas de escalar el crecimiento, los retornos y la inversión. ¿Puede una economía generar lucro y desarrollo, y ser sostenible al mismo tiempo? Si bien a veces pareciera que no, que toda forma de generación de riqueza debe comenzar como capitalismo primitivo y salvaje, sí existen iniciativas a pequeña, mediana y gran escala que demuestran que modelos alternativos son posibles.

Lo bueno es que no necesitamos mirar muy lejos para comprobar cómo puede aplicarse un modelo de desarrollo sostenible, ya que, dentro de nuestras fronteras—y concretamente dentro del territorio cruceño—se ha producido más de un ejemplo de ello. Tomemos como estudio de caso el origen de una de las fuentes de riqueza más importantes para la Santa Cruz de hoy: la soya. ¿Por qué vale tanto la soya y cómo llegó hasta Santa Cruz?

La soya es una proteína endémica del sudeste asiático que fue domesticada en la China más de tres mil años atrás. A América llegó de la mano de ingleses interesados en cultivarla en las colonias de Norteamérica en el siglo XVIII. Pero no fue sino hasta mediados del siglo XX que se convirtió en uno de los cultivos más populares y de alto valor comercial y nutritivo. A tal punto que, la soya está hoy, cotizada entre los commodities más valiosos del mundo.

¿Por qué? Pues porque la soya es muy versátil, y puede ser utilizada tanto para consumo humano como animal. Luego de la Segunda Guerra Mundial, aumentó considerablemente la demanda de carne en la dieta humana en todos los países del mundo. Con ello, la necesidad de producir más proteína para alimentar al ganado vacuno, aviar y porcino, que luego consumirían las personas. Posteriormente, entre los movimientos contra-culturales de los años 70, se comenzó a probar la sustitución de la carne y la leche de vaca por soya, llegando a reemplazarla como proteína base. A tal grado llega la utilidad de la soya, que ésta sirve para producir lubricantes, aceites y plásticos.

En nuestro caso, la soya llegó a Santa Cruz de la mano de la Corporación de Desarrollo de Santa Cruz (CORDECRUZ), a mediados de la década de 1980. Recordemos que, durante la década de 1970, CORDECRUZ había comenzado a realizar estudios de suelo, identificando las potencialidades de cada subregión del departamento. Estos diagnósticos sirvieron como primer paso. El segundo fue la creación de programas de desarrollo rural, activando diversas estrategias y actividades junto a pequeños agricultores cruceños.

El último y quizás el más exitoso de todos estos programas fue el Programa Tierras Bajas del Este. Este programa tuvo como principal objetivo el desarrollo agropecuario del departamento, priorizando el manejo racional de los recursos naturales en la zona al Este de la capital, y garantizando su explotación, no solo a corto, sino a mediano y largo plazo.

La introducción de la soya a través del Programa Tierras Bajas del Este no se cocinó a puertas cerradas. Por el contrario, este programa se hizo público mediante un debate abierto, siendo ampliamente discutido en la prensa local y entre las instituciones del rubro hacia finales de la década de 1980. CORDECRUZ veía en la soya un potencial de desarrollo sinigual para industrializar al sector agropecuario. Tanta fe puso en las bases de este programa, que sus técnicos argumentaban que más allá de la inversión total, lo que garantizaría su impacto sería la optimización de los procesos productivos de la industria agropecuaria de ese entonces.

Y esto fue exactamente lo que sucedió. En total, el Programa Tierras Bajas del Este invirtió $US 55 millones. Como Cordecruz podía negociar directamente con bancos internacionales, logró que la mayor proporción de los fondos provenga del Banco Mundial ($US 35 millones). Otras contrapartes correspondieron al gobierno alemán a través de su banco de desarrollo KFW ($US 6 millones), a CORDECRUZ ($US 6,6 millones), al Centro de Investigación Agrícola Tropical-CIAT ($US 600.000,) a la Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo-ANAPO ($US 400.000), a intermediarios financieros ($US 2,7 millones) y a los productores beneficiarios del crédito ($US 3,7 millones).

Lo primero que hizo CORDECRUZ fue planificar el manejo de los recursos naturales, destinando $US 6 millones para realizar un plan de ordenamiento territorial. Gracias a eso nació el PLUS (Plan de Uso de Suelos). En el proceso de elaboración del PLUS participaron una veintena de instituciones, entre ellas cámaras profesionales y asociaciones sectoriales, universidad, pueblos indígenas, unidades de la corporación y otras instituciones de la sociedad civil y política cruceña. Las tareas para la concreción del PLUS contemplaron estudios básicos de suelo, clima, recursos hídricos, geomorfológicos y estudios sobre ganadería, recursos forestales y más. Datos relevantes sobre el PLUS: Santa Cruz se convertiría en el primer departamento en Bolivia de contar con uno. El PLUS abarca toda la extensión territorial departamental, normando la vocación de cada tipo de suelo y las actividades que en él deberían producirse de manera racional. Entre ellas, existen 6 categorías (tierras de uso agropecuario intensivo, extensivo, agrosilvopastoril, forestal, restringido y parques naturales). Este instrumento de planificación regional fue aprobado primero como Decreto Supremo No. 24124 el 21 de septiembre de 1995 durante el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, siendo luego promulgada como ley No. 2553, el 4 de noviembre de 2003 por Hormando Vaca Diez, quien ejercía como presidente interino de la república.

El Programa Tierras Bajas del Este también contempló financiamiento para producir, comercializar y almacenar productos agropecuarios, buscando incrementar la producción tanto de soya como de trigo en 200.000 toneladas y 30.000 toneladas respectivamente. De hecho, se destinó más de la mitad del total invertido a ello, alcanzando los $US 31 millones.

Como la investigación y extensión agropecuaria son necesarias para calibrar el impacto del desarrollo rural, se destinó más de $US 7 millones para crear centros de investigación que realizaran pruebas para preservar suelos, rehabilitando tierras con problemas de fertilidad, erosión, compactación y hierbas. Este centro también brindaría ayuda técnica a los productores para incrementar su productividad, rentabilidad y conocimientos.

Recordemos que los programas de desarrollo rural apostaron por el trabajo social y por la retroalimentación rápida y permanente de sus grupos meta. Por ello, este programa expandió las oportunidades para los pueblos indígenas del departamento. Destinando $US 1 millón a ello, se demarcaron los territorios de las poblaciones indígenas y los parques nacionales Noel Kempff Mercado, Amboró y Lomas de Arena. También se incluyó la ejecución de proyectos sociales para mejorar el acceso a salud, educación, capacitación en técnicas productivas, instalación de infraestructuras sociales básicas, al igual que planes manejo de recursos naturales para estas poblaciones.

El último componente del Programa Tierras Bajas del Este incluyó el mejoramiento y mantenimiento de caminos rurales. Al fin de cuentas, se necesita facilitar el movimiento y transporte entre productores, zonas productivas y mercados. Por ello destinó cerca de $10 millones al mantenimiento de 200 km de caminos que Cordecruz ya había abierto en la zona y se decidió mejorar otros 100 km en el área de expansión agropecuaria.

Si midiéramos el impacto de este programa de desarrollo rural, comprobaríamos que se superó con creces todas las expectativas. Como demostración, solo entre 2006 y 2019, las exportaciones de soya superaron los $US 10 mil millones, que equivalen a cerca de 25 millones de toneladas. Esto por supuesto, no contabiliza la primera ola del boom de la soya de la década de 1990. Gracias a que el cultivo a gran escala de la soya fue el resultado de un proceso abierto y compartido entre los sectores vinculados a este rubro—invirtiendo sus propios fondos y recursos en el programa Tierras Bajas del Este—se cumplieron los objetivos trazados: Santa Cruz diseñó uno de sus planes más importantes de planificación regional—el PLUS. Gracias a este programa de desarrollo rural, por primera vez se trazaba una hoja de ruta para proteger el patrimonio natural cruceño y delimitar los parques nacionales y departamentales. Asimismo, los pueblos indígenas obtuvieron resultados tangibles vinculados al desarrollo sostenible: sus territorios fueron consolidados, infraestructura básica sanitaria les fue dotada, y planes de manejo de recursos naturales se elaborados con y para ellos. Finalmente, gracias a este programa y a su producto estrella—la soya—se consolidaba un nuevo rubro productivo para Santa Cruz, el mismo que ha devuelto con creces la inversión original.

Es preciso reconocer que no todo lo relacionado al cultivo de soya ha sido color de rosa ni menos aún perfecto. Los productores son susceptibles a diversos factores, y si bien la mayoría de ellos son hombres y mujeres de bien que respetan el PLUS, existen quienes ejercen malas prácticas agrícolas y trafican la tierra. Sabemos que esto está produciendo un impacto ambiental negativo y que nos toca a todos sufrir las consecuencias. Debe también señalarse que la generación de riqueza a partir de la soya podría ser aún mayor pero no lo es, debido a la negligencia respecto a la desregulación del PLUS. No se incentiva la producción eficiente por hectárea, que produciría más en menos tierra, lo que fuerza a la expansión de la frontera agrícola sin racionalidad o lógica alguna. Es tan así la situación, que el PLUS está constantemente bajo ataque desde el mismo Estado—en concreto desde el gobierno nacional. Su existencia frena que los interculturales y sectores afines al MAS puedan dar luz verde a la tala total de bosques y la expansión a zonas no aptas para cultivo.

Es por ello necesario ser capaces de distinguir entre modelos de desarrollo extractivistas o depredadores (excluyentes) de los sostenibles o generadores (incluyentes). Debemos aprender las implicaciones que ambos conllevan, lo que cada uno representa respecto a cómo generar riqueza, cómo visualizar nuestra conexión con la tierra y con los demás. El cómo se hacen las cosas es igual o más importante que lo que se hace. Al fin de cuentas, eso es lo que marca la diferencia a la hora de medir el impacto de las cosas.

Pero ser capaces de ello requiere aprender a interpretar la historia de nuestro propio desarrollo, cultivando una percepción más sofisticada y menos torpe respecto respecto a cómo se han producido los hechos en cuestión. Estemos pues, a la altura de abrir las fronteras—no las agrícolas—sino las de la imaginación moral. Esa imaginación, que requiere que pensemos más allá de los límites tradicionales, exige que propongamos soluciones a partir del punto de vista de los demás. Exijamos pues, un modelo de desarrollo generador, apostando por construir un proyecto de sociedad, de riqueza y bienestar compartido; es decir, un modelo de desarrollo alternativo al que actualmente busca depredarnos.


*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Ana Carola Traverso

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