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La trampa de la felicidad

Marcelo Añez Mayer

marczmay@gmail.com

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Yo quería escribir este libro para contribuir a un movimiento de felicidad y ayudar a hacer del mundo un lugar mejor” dice Tony Hsieh en la parte final de su inspirador libro Delivering Happiness, publicado en 2010, poco después de vender Zappos a Amazon. Diez años más tarde, antes de cumplir 47 años, y como desenlace de una espiral autodestructiva impulsada por el consumo de ketamina y óxido nitroso, lo que quedaba de Tony Hsieh murió rodeado por una bandada de buitres que le sacaban dinero de todas las maneras posibles.

Tony Hsieh era hijo de inmigrantes taiwaneses llegados a Estados Unidos para estudiar un posgrado en la Universidad de Illinois. Cuando Tony cumplió 5 años su padre consiguió trabajo en Crevron y la familia se mudó a California. Como toda familia asiática en los Estados Unidos, los padres era exigentes con los hijos para que de grandes sean exitosos. Tony fue siempre un visionario, un creador, un emprendedor. Le aburría la rutina, le emocionaba la creación. En 1996 fundó LinkExchange y tres años después, en 1999, la vendió a Microsoft por 265 millones de dólares. Después creó Zappos. Su experiencia previa hizo que fije el foco en la cultura, partiendo por lo más importante: la gente que se contrata. Todo ello para alcanzar el fin último,  la felicidad. Desarrolló todo un modelo de reclutamiento, basado en un concepto sencillo: solo contrataba personas afines, con las que se sentía cómodo. Personas con las que podría irse a un bar a tomar unas copas.  En 2009 Amazon compró Zappos por 1.200 millones de dólares. A partir de entonces Tony Hsieh, el buscador de la felicidad, inició un largo y errático camino de autodestrucción que finalizó con su muerte, tal vez por suicidio, en circunstancias confusas en noviembre de 2020.

Habrá quien diga -con razón- que en el mundo actual, tensionado por guerras y el fracaso del multiculturalismo, con la globalización en reversa y un revival autoritario, encontrar la felicidad en el trabajo es un problema de sociedades prósperas, estables y pacíficas. De las que cada vez hay menos. Que en el tercer mundo -donde el trabajo formal es prácticamente un privilegio- ese tipo de problemas casi que no existen, aplastados por angustias mucho más básicas, inmediatas y urgentes. Como buscar el sustento diario, y pagar las cuentas. Por lo que, encontrar la felicidad, para la mayor parte de la población mundial, es una necesidad relegada. Bien por debajo de otras prioridades, dadas la incertidumbre, la precarización y el riesgo de caer en la pobreza (siempre real y cercano).

La manera más segura de ser infeliz es buscar la felicidad. Algo así dijo Schopenhauer. Buscar la felicidad como si ese fuese el sentido de la vida, nos hace infelices. Nos vuelve alertas, obsesivos, hipersensibles a los tantos motivos de contrariedad que hay en la vida, lo que termina haciéndonos sentir miserables. En esa misma línea, Jesús G. Maestro, estudiante de piano y maestro de literatura, también youtuber, dice: «Mientras buscamos la «felicidad», olvidamos cosas muchísimo más importantes. La felicidad es propia de sociedades emocionalmente fracasadas. Y es también el resultado del ocio y de no tener objetivos. La felicidad es como los fantasmas, no existe. Lo que existe es la salud, la libertad y la inteligencia. La felicidad no es más que la zanahoria del burro«. A lo mejor tiene razón el Dr. Jordan Peterson cuando dice que el sentido de la vida se encuentra eligiendo una carga noble.

En el mundo actual mucha gente se siente infeliz, negativamente influenciada por el consumo de vidas perfectas en redes sociales. Vidas ajenas que ostentan éxito, felicidad, belleza y salud. Vidas que sólo existen en Instagram y TikTok. Mientras que la vida personal de cada uno, la analógica, la offline, la que no es viral, es otra cosa. Las adversidades, los fracasos, las frustraciones, las enfermedades, no son la excepción sino la regla. Entonces, a lo mejor, no sea mala idea repensar eso de la felicidad como meta en la vida. Rebajar un tanto las expectativas. Entender que el fracaso y el dolor son parte de la vida, y que, si se los encara correctamente, pueden incluso enseñar lecciones valiosas.  Y en última instancia, que la felicidad es personal, efímera e íntima; algo diferente para cada persona. Para una persona sana la felicidad pueden ser mil cosas, para un enfermo la felicidad es una sola cosa; recuperar la salud. La felicidad para cada quien es, además, algo que cambia a través del tiempo.

A lo mejor en lugar de perseguir la felicidad convenga aprender a desconectarnos de nuestra mente cada tanto, a estar con uno mismo. Dejar de compararnos con estándares imaginarios o imposibles. Aprender a vivir siguiendo nuestra intuición, y animándonos a hacer lo que vinimos a hacer en esta vida. Lo que nos traerá eventualmente la felicidad, que llegará además en formas muy parecidas a la paz y a la serenidad.

Naval Ravikant, siempre tan lúcido, dice en su Podcast Happiness, que muchos emprendedores deliberadamente no persiguen la felicidad sino el éxito porque temen que la felicidad les anule el hambre de éxito, que requiere una energía que en parte viene de la insatisfacción. También dice que ser inteligente puede hacerte propenso a la infelicidad. Lo que no funciona al revés. Es decir, que no por ser infeliz se es inteligente. Pero que ser inteligente sí puede hacerte infeliz porque siendo inteligente se perciben todos los engaños, la manipulación y el cinismo que hay detrás de tantas cosas en el mundo. No es una condena; no necesariamente ser inteligente te hace infeliz. También se puede elegir. Tomar decisiones sanas, como bajarse por momentos del vértigo de la vida actual, desconectarse del barullo digital, ejercitar el cuerpo, comer sano, dormir bien. Dice también que la infelicidad es ineficiente. Y que, en cierto nivel, el éxito no viene del trabajo duro sino de tomar buenas decisiones. Lo que se da mejor si uno vive un estilo de vida en el que haya serenidad, tiempo libre, donde pueda aflorar la creatividad. También dice Naval acerca de la felicidad, que no es tan abstracta, personal y compleja, así como parece. Porque momentos que, en general, todo el mundo asocia con felicidad, como por ejemplo comer algo delicioso, embriagarse o tener un orgasmo, tienen en común el hecho de transcurrir en el momento presente. Un presente intenso. Sin ninguna distracción. Momentos en que la mente cesa el parloteo, el ir y venir entre preocupaciones que están en el futuro o el recuerdo de cosas pasadas.

La felicidad es estar en paz. Y para estar en paz hay que saber, por momentos, desconectarse de la mente. Porque no importa lo que nos pasa. Importa lo que nos decimos a nosotros mismos que nos pasa. Nuestra narrativa interior. La felicidad es entonces liberarse de la mente. Estar en el momento presente, sereno y en paz.

*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo


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Marcelo Añez Mayer

marczmay@gmail.com

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