La última revolución latinoamericana
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Tuve la oportunidad de hablar durante casi una hora con el Presidente argentino Javier Milei el 9 de diciembre del año pasado, un día antes de que jurara su cargo. Durante nuestra conversación hablamos del futuro de la revolución libertaria que está teniendo lugar en Argentina y de su absoluta determinación de verla cristalizada en reformas concretas que devuelvan la libertad y el progreso a su país. A casi dos meses de haber asumido la presidencia, no cabe duda de que, si bien queda mucho por hacer, Milei ya ha tenido un gran comienzo.
Escribo esta columna desde el emblemático Palacio Duhau de Recoleta, en Buenos Aires, donde me he reunido con varios amigos bien informados. Todos coinciden en que, de momento, Milei va camino de lograr lo impensable: poner fin a un siglo de decadencia colectivista. El león de los Andes, como a veces llaman a Milei, no ha perdido el tiempo.
Poco después de llegar al poder, redujo drásticamente la diferencia entre el tipo de cambio oficial y el del mercado devaluando el peso un 54%. Cerró ministerios y oficinas públicas y despidió a montones de burócratas inútiles. También aprobó un decreto de urgencia con 300 medidas para desregular la economía. Entre ellas, la privatización de todas las empresas públicas, la eliminación de los controles de alquiler, una política de cielos abiertos, el recorte de las subvenciones a distintos sectores de la economía, el fin de las restricciones a la importación, la desregulación de los servicios por satélite y muchas otras. Además, avanza la reducción del déficit fiscal.
«El desplome del apoyo público a los líderes de izquierda en la región presenta una excelente oportunidad para las alternativas políticas con una postura más favorable a la libertad. Hasta cierto punto, el cambio hacia políticas orientadas al mercado será inevitable dado el creciente número de jóvenes que se están convirtiendo en libertarios».
Durante el primer mes de gobierno de Milei, el gasto público disminuyó un 30% en términos reales en comparación con el año y el mes anterior. En otras palabras, el Gobierno ya está gastando casi un tercio menos que en el mismo periodo del año anterior, si se ajusta a la inflación. Ni que decir que esto es sólo el principio de los 6,1 puntos del PIB de gasto deficitario que Milei tiene que ajustar para restablecer el equilibrio presupuestario. La mayor parte de este ajuste (3,2% del PIB) afectará al sector público mediante el recorte del gasto, mientras que un aumento temporal de los impuestos (2,9% del PIB) hará el resto.
A pesar de las duras medidas adoptadas hasta ahora y de los desafíos que algunas de ellas afrontan en los tribunales y en el Congreso, la popularidad de Milei se ha mantenido en torno al 60%. El apoyo público y la mano dura de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, explican por qué las manifestaciones orquestadas por los infames sindicatos argentinos no han podido perjudicar al Gobierno. En todo caso, han contribuido a aumentar el apoyo público a los esfuerzos de Milei por luchar contra lo que él llama la «casta» de «parásitos» que han explotado a los argentinos durante tanto tiempo. Si consigue deshacerse de la «casta» para poder enderezar el rumbo de Argentina, el impacto ideológico y político en toda la región será enorme, sobre todo porque él y otros defensores del libre mercado ya han logrado un cambio duradero en la mentalidad y los valores de millones de jóvenes al sustituir las ideas colectivistas y estatistas por nociones de responsabilidad individual y libertad. De hecho, la buena noticia es que esto ya está ocurriendo en toda América Latina, no sólo en Argentina.
Por ejemplo, tras mi visita de diciembre a Buenos Aires, fui a Bolivia a dar una serie de conferencias sobre la libertad y el poder del orden espontáneo del mercado. Más de 500 estudiantes asistieron a mi primera conferencia, aunque, como supe más tarde, tuvieron que pagar por ella. También se celebraron otros actos organizados por jóvenes defensores locales de la libertad, como Rodrigo Mundaka, que contaron con más de mil participantes, entre empresarios y ejecutivos. Esto no me sorprendió. Los seguidores de la libertad se cuentan por millones entre los jóvenes de Chile, Brasil, Colombia, Venezuela y Perú, y cada día son más. Al mismo tiempo, los dirigentes socialistas se enfrentan a una resistencia cada vez mayor.
El Presidente chileno Gabriel Boric, por ejemplo, ha hundido el país con su ideología estatista y su postura antipolicial. Ahora la nación andina se enfrenta a una grave situación económica y a la peor crisis de seguridad de su historia. Como resultado, el 70% de los chilenos rechaza su administración socialista, según una encuesta reciente. En Perú, el Presidente comunista Pedro Castillo fue encarcelado tras un intento de golpe de Estado. Su sucesora, la socialista Dina Boluarte, se ha visto obligada a adoptar políticas más favorables al mercado. En Colombia, Gustavo Petro se enfrenta a un índice de desaprobación del 66% en las últimas encuestas, como consecuencia de sus fracasadas políticas para atajar el desempleo y su disposición a colaborar con grupos terroristas. Incluso el Presidente de Brasil, Inácio Lula da Silva, está luchando por mantener su popularidad, que actualmente se sitúa por debajo del 40%.
El desplome del apoyo público a los líderes de izquierda en la región presenta una excelente oportunidad para las alternativas políticas con una postura más favorable a la libertad. Hasta cierto punto, el cambio hacia políticas orientadas al mercado será inevitable dado el creciente número de jóvenes que se están convirtiendo en libertarios, así como el efecto Milei. Pero no sólo los jóvenes desempeñan un papel decisivo en el futuro de la región. Empresarios de distintas partes de América Latina están más dispuestos que nunca a apoyar a think tanks y organizaciones libertarias y antisocialistas. Los casos más notables son Ricardo Salinas en México; Nicolás Ibáñez, Lucy Avilés Walton y Dag von Appen en Chile; Salim Mattar en Brasil; y Erasmo Wong en Perú. Todos ellos han hecho contribuciones cruciales a la difusión de las ideas de libertad, luchando contra el colectivismo en sus países y fuera de ellos.
Además, hay cientos de think tanks de libre mercado y grupos libertarios por toda la región, con un impacto combinado considerable. Parte de ello se debe al uso activo que hacen de las redes sociales, que han demostrado ser fundamentales para difundir las ideas libertarias por toda América Latina. Es fácil encontrar videos en YouTube de Milei, Agustín Laje, Juan Ramón Rallo y otros intelectuales públicos de habla hispana con ideas afines con varios millones de visitas, y no es exagerado afirmar que tienen más influencia en la opinión pública que la mayoría -si no todos- los medios de televisión tradicionales. Al mismo tiempo, se está disparando la demanda de intelectuales públicos libertarios de habla hispana, al tiempo que aumenta el número de personas que se manifiestan en contra del socialismo, la intervención gubernamental y los políticos de izquierdas en general.
A pesar de estos avances prometedores y sin precedentes, es demasiado pronto para celebrar. La libertad nunca puede darse por sentada en ningún sitio, y menos aún en una región en la que el colectivismo aún parece arraigado en su ADN cultural. Pero una cosa es cierta: por fin, la región está empezando a experimentar una revolución intelectual que está elevando la libertad al lugar que se merece. Y, aunque a este fenómeno aún le queda mucho camino por recorrer, podría cambiar el curso de la historia.
Porque hay una revolución con el potencial de acabar con todos los fracasos socialistas latinoamericanos: una revolución orientada a la libertad, capaz de proporcionar libertad individual duradera, progreso económico y dignidad a cientos de millones de personas.