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Días atrás, Evo Morales recordó los tiempos heroicos cuando alguien le decía “narcotraficante” y él “se acostaba en la cama a botar lágrimas”. Recientemente, el ex mandatario se quejó de supuestos amedrentamientos con sobrevuelos de helicópteros sobre sus cocafundios en El Chapare y pidió explicaciones por esto al Ministerio de Gobierno.
Consumado maestro del victimismo, Morales despliega su habitual batería de retórica cínica que, si en el pasado pudo encantar a las masas mientras las llevaba como un flautista de Hamelin al abismo de la posdemocracia, hoy apenas suena a bufonada.
Las que sí deben tomarse más en serio son sus maniobras en los dos ejes cartesianos del espacio político: el horizontal (territorial) y el vertical (jurídico-institucional). En el primero, ha decidido mostrarse como el único que puede poner en jaque a la región-corazón de la oposición boliviana, Santa Cruz, mediante una serie de bloqueos orquestados desde las distintas puntas de lanza cocaleras insertadas en el departamento y que están causando daños significativos al aparato productivo cruceño e, indirectamente, al nacional.
En el segundo aspecto, Morales sigue fogoneando una pronta sentencia contra la ex presidenta Jeanine Añez, que no es sólo fruto de sus anhelos de vendetta personal contra quienes frustraron su plan de “vacío de poder + interinato de Kalimán para volver al trono en pocos días”, sino que también entraña una trampa hacia el gobierno de Luis Arce, que éste no parece calibrar en su total dimensión.
De darse un fallo que establezca la presunta ilegalidad de la sucesión, quedarían viciados de nulidad todos los demás actos subsiguientes, incluyendo la convocatoria a elecciones de las que Arce surgió como jefe de Estado. Aunque esto no tenga un efecto inmediato, en un régimen donde la normativa es de aplicación discrecional, sí que le dará discurso a Evo para posicionarse como “el presidente legítimo que ganó los comicios del 2019 y cuyo periodo fenece a comienzos del 2025”. Menudo embrollo para la interna del oficialismo y, lo que es mucho peor, para el país.
Por lo pronto, Arce no parece tener otro guión que la mimesis, la imitación del estilo de conducción corporativo-autoritaria impuesto por Morales en sus 14 años de gobierno, pero si apunta a la reproducción en el poder en 2025 deberá tener en cuenta que los votos de centro que lo acompañaron hace menos de 2 años ya no podrán atraerse con el malestar generado por la pandemia, y que una mayoría de sus propios electores lo reprueba en el rubro “reconciliación”.
A mediano plazo, entonces, tendrá que encontrar el momento y la forma para bajarle uno o dos cambios a las políticas represivas y judicializadoras, so pena de minar su propia viabilidad electoral.
Por ahora, baste recordar que el Evodrilo, ese ser que derrama lágrimas de ficción mientras maquina nuevas formas para desestabilizar la vida política, económica y social, sigue siendo el peligro número 1 para la democracia boliviana.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo