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La campaña más efectiva para Andrónico Rodríguez la están haciendo, consciente o inconscientemente, Evo Morales y sus fieles en las federaciones cocaleras del Chapare. Cuanto más atacan al presidente del Senado, mayor es el rédito que obtiene quien hoy aparece como la figura de supuesto recambio del MAS para las elecciones de agosto.
Luis Arce, por su parte, representa el clásico caso del político al que “todo lo que diga será usado en su contra”. El presidente ya no tiene capacidad de influir sobre el electorado masista, salvo para elevar el perfil y las expectativas de sus críticos. Como en el boxeo, es un buen sparring: sirve para afinar golpes, fortalecer reflejos y tonificar a los contendores.
Arce ya no tiene mucho que decir. Cada vez que habla del futuro, de la industrialización u otras promesas, llega Moody’s, la calificadora de riesgo, y le cierra la boca con una evaluación desastrosa que sitúa a Bolivia al borde del default, cayendo en picada hacia el abismo económico… a menos que en agosto se produzca un giro verdaderamente radical.
Algo similar ocurre con los anuncios sobre el gas. Se dice que el pozo Mayaya figura entre los diez mayores descubrimientos de gas del año pasado. Pero el entusiasmo se apaga rápido: los gasoductos bolivianos ahora transportan gas argentino hacia Brasil, y Argentina acaba de descubrir otra gran reserva que se suma a la inagotable de Vaca Muerta.
En el fondo, Arce, Morales y Rodríguez comparten responsabilidades similares en la crisis actual. Todos han sido parte del equipo de poder que ha gobernado Bolivia durante al menos dos décadas—unos antes, otros después—y, en distintas proporciones, forman parte de la catástrofe que hoy se vive.
Rodríguez, asesorado por viejos intelectuales del entorno de Evo—incluidos algunos españoles reaparecidos en esta nueva etapa—intenta pasar del azul marino radical a un celeste conciliador. Pero las “pruebas de color” lo tienen más confundido que certero en su narrativa.
Esa estrategia, que parece funcionar con algunos, probablemente durará hasta que los otros candidatos en campaña expongan la farsa y recuerden que Andrónico fue uno de los tres primeros en la lista de los créditos de la serie “Proceso de Cambio I y II”, que aspiró incluso a premios en el pasado, y hoy avergüenza a algunos de sus antiguos defensores más entusiastas.
Por ahora, el presidente del Senado carece de proyecto o propuestas claras. Solo muestra un desesperado afán por abandonar la “nave nodriza” para lanzarse en un incierto vuelo solitario. Pero no es fácil decir “yo no soy como ellos” cuando uno es parte fundamental del pasado que intenta negar.
Evo Morales, mientras tanto, se resiste a salir de la foto, pese a haber estado en ella durante al menos treinta años. Con varios líderes de la oposición, no acepta medias tintas: o presidente o nada.
Esa es su lógica detrás de algunos actores actuales. No le interesa una verdadera renovación de liderazgos ni de ideas, ni compartir protagonismo con nadie. Y cuando lo critican, responde con frases hechas como “lo que se necesita es experiencia en la conducción y juventud en el acompañamiento”.
A estas alturas, ni siquiera los propios masistas comprenden por qué Morales insiste en su candidatura, pese al fallo constitucional que lo inhabilita. Podrá inscribirse, sí, pero llegar a la papeleta parece una quimera.
Morales, como Arce y Rodríguez, ya no tiene un proyecto. O, mejor dicho, forma parte de un proyecto agotado. Tal vez por eso ahora se muestra más liberal que los propios opositores: no solo propone eliminar los subsidios a los carburantes, sino que en un arranque de oportunismo electoral se declara enemigo de las empresas públicas deficitarias que él mismo creó.
Lo único que falta en ese discurso “de ocasión” es que prometa erradicar la coca excedentaria del Chapare y autorice el regreso de la DEA a Bolivia.
Aun así, Morales conserva individualmente una intención de voto mayor que la de los líderes opositores, aunque su proyección sea más limitada. Sobrevive porque hay quienes creen que durante su gobierno la economía estaba mejor. Pero sobre todo, porque del otro lado no ha surgido un rival capaz de despertar la esperanza de un electorado defraudado.
Sin embargo, la nostalgia de Morales no se basa tanto en los logros de su gestión, como en los rituales del poder: el coro de los obsecuentes, los que aceptaban humillaciones y desprecio por estar cerca, los helicópteros, el avión de lujo, los viajes, las genuflexiones de la corte masista y el mito que lo protegió ante una comunidad internacional ingenua, culposa y mal informada.
El MAS es prisionero de su pasado y su presente. Los males de hoy no se explican sin los errores de ayer. Arce no se entiende sin Evo, ni Andrónico sin los otros dos, aunque hoy quieran lucir distintos, moderadamente revolucionarios, y disimulen los símbolos, los puños en alto y los “patria o muerte” que coreaban hasta hace poco.
Las cartas del MAS son de la misma baraja. Y con esas, difícilmente podrán jugar algo nuevo, por más que ahora los errores o impensados aciertos estratégicos de algunos sirvan al objetivo de fortalecer las aspiraciones de otros. Ya se verá.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo