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Las palabras utilizadas en las discusiones públicas determinan el resultado de los debates. En el discurso político, el lenguaje desempeña un papel fundamental a la hora de transmitir ideas, configurar percepciones e incluso determinar la opinión pública. En el siglo XXI, a pesar de los éxitos del liberalismo en la expansión de la libertad y la reducción de la pobreza, las ideas liberales siguen siendo impopulares en muchas partes del mundo. Esto sugiere que el problema puede no estar en las ideas en sí, sino en cómo se comunican.
El lenguaje es una poderosa herramienta para dar forma al pensamiento. Pero la rápida evolución de los debates políticos puede oscurecer la importancia de la terminología, y palabras que parecen neutras pueden tener significados diferentes según el orador y la audiencia. Esta variabilidad en la interpretación hace del lenguaje un campo de batalla esencial para las ideologías políticas, incluido el liberalismo.
Conceptos problemáticos: “libertad”, “democracia” y “derechos”
Un ejemplo paradigmático de los problemas lingüísticos a los que se enfrentan los liberales es la evolución del significado del término “libertad”. Los liberales clásicos como John Locke y Adam Smith consideraban la libertad como la ausencia de coacción, lo que Isaiah Berlin denominó “libertad negativa“. Sin embargo, los defensores de la “libertad positiva“, como Jean-Jacques Rousseau, sostienen que la verdadera libertad requiere la acción colectiva, a veces a expensas de las libertades individuales. Este cambio de significado ha sido explotado por quienes se oponen al liberalismo, lo que ha llevado a la confusión sobre la verdadera naturaleza de la libertad.
El concepto de “democracia” también se ha distorsionado en las últimas décadas. Originalmente, la democracia se refería a un método de gobierno mayoritario diseñado para proteger los derechos individuales. Sin embargo, los movimientos colectivistas han redefinido la democracia para justificar la intervención del gobierno en casi todos los aspectos de la vida pública, dando lugar a términos como “democracia industrial” (que Ludwig von Mises recuerda en su Acción Humana) que implican el control del Estado sobre las empresas privadas. Esta redefinición ha creado confusión sobre lo que debería ser la democracia, debilitando así su conexión con la libertad individual.
Del mismo modo, el concepto de “derechos” se ha transformado de una interpretación negativa –libertad de injerencia– a una positiva, en la que los derechos exigen la provisión de bienes y servicios por parte del Estado. Por ejemplo, la Declaración Universal de Derechos Humanos incluye el “derecho a un nivel de vida adecuado”, lo que implica que los individuos tienen derecho a una vivienda, alimentación y asistencia sanitaria proporcionadas por otros. Este cambio contradice la visión liberal de los derechos como protecciones contra la coacción y avanza hacia otra que los considera garantías de bienes materiales.
La manipulación del lenguaje no es un proceso neutral; a menudo es el resultado de los esfuerzos deliberados de grupos políticos por imponer sus ideas en el discurso público. Como han señalado F. A. Hayek, Bruno Leoni y Ludwig von Mises, los colectivistas han distorsionado sistemáticamente el lenguaje para hacer que las ideas autoritarias parezcan compatibles con la libertad. Hoy se utilizan las mismas tácticas para justificar políticas que restringen las libertades individuales en nombre de la democracia o la justicia social.
¿Qué pueden hacer los liberales?
Para contrarrestar estas manipulaciones, los liberales deben desarrollar estrategias para recuperar los significados originales de conceptos filosóficos clave y crear un nuevo lenguaje que transmita mejor las ideas liberales. Un enfoque consiste en rechazar los términos y conceptos que han sido cooptados por los colectivistas, como “justicia social” o “Estado del bienestar“. Estos términos deben redefinirse de manera que pongan de relieve la naturaleza coercitiva de las políticas que describen. No puede haber justicia social, ni Estados del bienestar, que no se basen en una redistribución implícitamente violenta de la riqueza material. Pero si los liberales dan por sentados los conceptos colectivistas, comienzan los debates en desventaja. Deben exponer el verdadero significado de las palabras si quieren tener una oportunidad.
Al mismo tiempo, los liberales deben trabajar para promover conceptualizaciones positivas de la libertad. Deben defender la idea de libertad para demostrar que la verdadera libertad es la ausencia de coacción, no la redistribución de la riqueza o la imposición de la voluntad colectiva. Los liberales también deben crear un nuevo lenguaje “liberal” para que sus ideas sean más accesibles y persuasivas para el público. Conceptos como el anglófono “derecho al trabajo“, por ejemplo, deben abrirse camino en español y otros idiomas, ya que enmarcan el debate en torno a los derechos laborales de una forma que enfatiza la libertad individual y la capacidad de contratar libremente.
Reconfigurar el lenguaje para el liberalismo
El panorama lingüístico actual está sesgado en contra del liberalismo, pero esto puede cambiar. Rechazando las trampas lingüísticas colectivistas, reivindicando los significados liberales clásicos de los conceptos clave y creando un nuevo lenguaje que refleje con precisión las ideas liberales, los liberales pueden nivelar el terreno de juego en los debates públicos. Este esfuerzo es esencial no sólo para la supervivencia del liberalismo, sino también para la preservación de la libertad individual frente a la creciente intervención del Estado.
La manipulación del lenguaje ha sido durante mucho tiempo una herramienta tanto de los regímenes autoritarios como de las administraciones intervencionistas , y los liberales deben estar atentos para defender el significado de las palabras que son críticas para su filosofía. De este modo, pueden contribuir a garantizar que los principios de libertad sigan ocupando un lugar central en el discurso político, incluso en un mundo en el que la manipulación lingüística es cada vez más habitual.
Este artículo fue publicado originalmente en Econlib (Estados Unidos) el 5 de noviembre de 2024.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo