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El Premio Nobel de Economía 2024 ha sido otorgado a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson, tres economistas que han revolucionado nuestra comprensión de por qué algunas naciones prosperan mientras otras parecen condenadas a la pobreza. Su enfoque se centra en el papel fundamental de las instituciones, las reglas del juego económico, social y político, en determinar el éxito de un país. Su investigación profundiza en cómo las instituciones que fomentan la inclusión y la participación ciudadana son clave del desarrollo, mientras que aquellas que excluyen y benefician a unos pocos impiden el progreso sostenible.
Acemoglu, Johnson y Robinson introducen dos conceptos fundamentales: las instituciones extractivas e inclusivas. Las instituciones extractivas concentran el poder y los recursos en manos de una élite, explotando a la mayoría y limitando sus oportunidades de desarrollo. Este tipo de instituciones fueron impuestas durante la colonización europea, especialmente en territorios densamente poblados. Persisten porque benefician a quienes ostentan el poder, bloqueando el crecimiento económico.
Por otro lado, las instituciones inclusivas fomentan la inversión, la innovación y el desarrollo humano al garantizar derechos políticos y económicos para amplios sectores de la sociedad. Estas instituciones promueven el estado de derecho, la propiedad privada y la participación económica libre, creando un entorno donde el talento y el esfuerzo individual pueden prosperar, sin importar las circunstancias iniciales.
Uno de los conceptos más fascinantes desarrollado por los laureados es la “reversión de la fortuna”. Encontraron que las regiones más prósperas antes de la colonización europea se convirtieron en las más pobres en la actualidad, debido a las instituciones extractivas que no incentivaron el desarrollo económico ni el bienestar social. América Latina y África, regiones ricas antes de la colonización, son ejemplos de esta dinámica. En contraste, países como Estados Unidos y Canadá se convirtieron en economías avanzadas gracias a las instituciones inclusivas que fomentaron la inversión y la innovación.
A pesar del legado de las instituciones extractivas, los laureados ofrecen una perspectiva optimista: el cambio institucional es posible. Transformar una sociedad con instituciones extractivas en una con instituciones inclusivas no es sencillo, pero puede lograrse mediante la movilización ciudadana y la presión para la rendición de cuentas. La clave está en crear incentivos que alienten a las élites políticas a abrir el sistema y permitir una mayor participación. La historia muestra ejemplos de países que han transitado hacia instituciones inclusivas, logrando un crecimiento equitativo.
Bolivia es un ejemplo de cómo las instituciones coloniales y postcoloniales han dejado una huella duradera en su desarrollo. Podríamos denominar las que fomentan el extractivismo y el rentismo. Durante la época colonial, Bolivia fue un centro de extracción de plata, especialmente en Potosí. Las instituciones diseñadas para enriquecer a la élite colonial persistieron tras la independencia y hoy siguen influyendo en la dinámica política y económica del país. En los últimos 200 años, Bolivia ha tenido gobiernos tanto liberales como estatistas, pero todos han seguido un modelo de extracción de recursos sin desarrollar una estructura económica diversificada. Los gobiernos liberales del siglo XIX y principios del XX fomentaron la explotación de la plata y el estaño, beneficiando a una pequeña élite. Luego, los gobiernos estatistas del siglo XX y XXI, incluyendo la nacionalización del estaño en los años 50 y del gas en los años 2000, intentaron cambiar la distribución de beneficios, pero continuaron dependiendo del mismo modelo extractivo fomentaron el rentismo populista.
En 2006, Bolivia eligió un gobierno liderado por Evo Morales, que buscaba desmontar las instituciones coloniales y el rentismo. En 2009, se realizó una reforma constitucional con el objetivo de eliminar estas estructuras. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, el rentismo y el populismo se profundizaron. El rentismo persiste porque es una forma fácil de obtener ingresos para el Estado, especialmente en países con abundantes recursos naturales. Tanto gobiernos de derecha como de izquierda han optado por este modelo debido a la falta de alternativas claras para diversificar la economía y a la presión de grupos de interés que se benefician de él. Muchos autores han analizado cómo la “maldición de los recursos” perpetúa el rentismo, ya que los países ricos en recursos tienden a depender excesivamente de estos, desincentivando la innovación y la diversificación económica. En Bolivia, el rentismo se mantiene debido a la falta de un marco institucional que promueva la inversión en sectores productivos distintos al extractivo, perpetuando la desigualdad.
Actualmente, Bolivia enfrenta desafíos institucionales significativos: sistema judicial en pedazos, corrupción, un estado de derecho débil y un sistema político que sigue favoreciendo a una nueva élite rentista formada por sindicatos y organizaciones sociales.
La teoría de Acemoglu, Johnson y Robinson enseña que el desarrollo depende de la capacidad de un país para transformar sus instituciones. En el caso de Bolivia, esto significa superar el legado de las instituciones extractivas y construir un entorno donde todos los ciudadanos, no solo unos pocos, tengan la oportunidad de contribuir al crecimiento del país y beneficiarse de él.
El trabajo de los laureados del Premio Nobel de Economía 2024 nos recuerda que la prosperidad de una nación no está determinada solo por su geografía o recursos naturales, sino por la calidad de sus instituciones. Las instituciones inclusivas son clave para un desarrollo sostenible, ya que permiten a las personas participar activamente en la vida económica y política. En contraste, las instituciones extractivas perpetúan la pobreza y la desigualdad al concentrar el poder en manos de unos pocos.