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Cuando analizamos la economía peruana, nos encontramos con una aparente contradicción entre los indicadores macroeconómicos y los problemas estructurales. Por un lado, el sol peruano se ha consolidado como la moneda más fuerte de América Latina, convirtiéndose incluso en un refugio para países vecinos como Bolivia, que enfrenta una aguda escasez de dólares. Por otro lado, Perú sigue enfrentando un déficit fiscal creciente y una serie de problemas estructurales que limitan su crecimiento económico. Pero, ¿realmente estamos ante una contradicción?
El sol peruano: de la hiperinflación a la fortaleza regional
Es impresionante que, en apenas tres décadas, Perú haya pasado de ser un país azotado por la hiperinflación y con reservas internacionales negativas en 30 millones de dólares, a ser una de las economías más estables de la región, con más de 70.000 millones de dólares en reservas. Hoy, el sol peruano es no solo la moneda más fuerte de América Latina, sino también una de las diez monedas más estables del mundo.
Este éxito monetario no es accidental. La política conservadora y técnica del Banco Central de Reserva (BCR) ha sido un pilar fundamental en esta estabilidad. A pesar de que algunos países, como Chile y Colombia, también tienen buenos manejos monetarios, la devaluación del sol ha sido mínima, de apenas 9% en los últimos 20 años, muy por debajo de la de otros países de la región. Mientras tanto, en Bolivia, donde la política monetaria ha sido secuestrada por intereses políticos, el sol se convierte en una alternativa considerablemente más fiable que el propio boliviano, lo que refleja la creciente confianza en la moneda peruana.
Pero vamos más allá. Perú ha logrado su notable estabilidad macroeconómica en los últimos 30 años, manteniendo una inflación de un solo dígito, lo que lo convierte en un líder regional en este aspecto. En 1990, Alberto Fujimori lanzó un programa de estabilización frente a una inflación del 7600%. Este programa implicó un ajuste fiscal severo, eliminando el financiamiento del déficit fiscal mediante la emisión monetaria y aumentando tarifas de combustibles hasta 30 veces. La recaudación fiscal en ese entonces apenas alcanzaba el 4% del PIB, lo que requería medidas drásticas como anclas cambiarias y monetarias debido a la falta de dólares en el Banco Central.
La estabilidad inflacionaria de Perú ha sido el resultado de décadas de políticas consistentes, comenzando en 1990. Durante ese proceso, la inflación bajó de manera progresiva, sin poder recurrir a una ancla cambiaria fija. En su lugar, el país optó por una política más gradual y coherente, ya que no disponía de suficientes reservas para mantener un tipo de cambio rígido.
Uno de los logros clave de Fujimori fue la construcción de institucionalidad macroeconómica, fortaleciendo el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), la Superintendencia de Banca y Seguros, y el Banco Central, que ha ganado respeto y estabilidad. Julio Velarde, presidente del Banco Central desde 2006, ha sido un pilar en la continuidad de estas políticas.
Además de la política monetaria, Perú implementó reformas estructurales, como la apertura económica y la reducción del proteccionismo, acompañado de la privatización de empresas públicas. Este proceso coincidió con la captura de Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, lo que también ayudó a consolidar las reformas.
No obstante, el fuerte crecimiento de Perú, impulsado en parte por el boom de commodities, ha decaído. Tras crecer con fuerza entre 1993 y 1998, y nuevamente en la década de 2000, el crecimiento actual ronda el 2%, reflejando la necesidad de un cambio más estructural.
El déficit fiscal: ¿un problema mayor o solo una desviación temporal?
Sin embargo, a pesar de este brillante desempeño monetario, el Perú no ha cumplido sus metas fiscales en los últimos años. El déficit fiscal, que estaba proyectado en 2% del PIB para 2023, terminó en 2,8%, y las proyecciones del Banco Central para 2024 apuntan a un 3%. A primera vista, esto podría parecer un descalabro, pero es necesario poner estos números en perspectiva.
Perú sigue teniendo una de las deudas públicas más bajas de la región. De hecho, su deuda como porcentaje del PIB es menor que la de Chile, y su riesgo país sigue siendo uno de los más bajos en América Latina. Las calificadoras de riesgo han advertido sobre el déficit, pero al mismo tiempo, Moody’s mejoró recientemente la calificación crediticia del país. Esto demuestra que los mercados internacionales aún confían en la fortaleza fiscal peruana, a pesar de estos desvíos temporales.
Gran parte de este déficit reciente se explica por factores exógenos, como el impacto del Fenómeno del Niño y una fuerte caída de la demanda interna. No obstante, la inversión pública ha crecido un 15%, contribuyendo a que la economía salga lentamente de la recesión que sufrió en 2023. De hecho, se espera que el déficit fiscal vuelva a ajustarse en 2025, consolidando las finanzas públicas a largo plazo.
La estabilidad macroeconómica como escudo
La estabilidad macroeconómica del Perú ha sido su mayor defensa frente a las turbulencias políticas que ha vivido en los últimos años. Con seis presidentes en seis años, cualquier otra economía de la región habría sucumbido al caos. Sin embargo, el sólido marco institucional y la política monetaria conservadora han permitido que el país mantenga un crecimiento mínimo del 2,5% al 3% anual, aun en tiempos de crisis política.
Pero la macroeconomía por sí sola no es suficiente para garantizar un crecimiento robusto; es condición necesaria, pero no suficiente. Los problemas estructurales del Perú, como la alta informalidad laboral (70%), la evasión tributaria o la burocracia excesiva, siguen siendo grandes obstáculos. El país también enfrenta dificultades en sectores clave como la minería, donde la demora en los permisos y las barreras burocráticas frenan el potencial de crecimiento.
El futuro de la inversión privada: cautela ante la incertidumbre política
Uno de los aspectos más preocupantes para el futuro inmediato de la economía peruana es la caída en la inversión privada. A pesar de los altos precios del cobre, la incertidumbre política de cara a las elecciones de 2026 ha frenado el dinamismo en este sector. Con casi 50 candidatos en la contienda, la fragmentación política ha sembrado dudas en los inversores, que temen un retorno a políticas intervencionistas y populistas como las de Pedro Castillo.
Aún así, las proyecciones para la inversión privada en 2025 son moderadamente optimistas, con un crecimiento esperado de entre el 3% y el 5%, una recuperación leve pero significativa respecto a los últimos dos años de contracción.
Una estabilidad que necesita reformas estructurales
Aunque se avecinan algunos desafíos, el éxito macroeconómico del Perú es innegable. Con una inflación controlada, una moneda fuerte y un déficit fiscal bajo control, el país sigue siendo uno de los modelos a seguir en América Latina. No obstante, los desafíos estructurales persisten, y la falta de reformas en áreas clave como la informalidad laboral y la competitividad sigue limitando su verdadero potencial de crecimiento.
Perú tiene en sus manos la posibilidad de continuar siendo un líder en estabilidad macroeconómica, pero para garantizar un crecimiento más robusto y sostenido, necesita enfrentar de manera urgente sus problemas estructurales. Solo así podrá aspirar a tasas de crecimiento del 5% o 6% anual, dejando atrás la incertidumbre política y consolidando su liderazgo en la región.