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Yo también, como leí en más de un columnista, quisiera que el 19 de octubre fuera mañana y acabemos toda la sarta de insultos, denostaciones y calumnias que nos alcanzan cada día en los medios más “formales”, ya sean impresos, televisivos y virtuales —no digo “serios” porque lo serio es lo que está sucediendo— y no comento más de todo lo que se bombardea en redes sociales y no tan sociales.
Me preocupa que el consenso (mínimo, angustiado pero consenso al fin) de las organizaciones políticas a través del Órgano Electoral devenga en un fracaso.
(Eso sería fatal para la credibilidad del Órgano, para las futuras subnacionales y, de plano, para la gobernabilidad, sin descartar cuánto afectaría desde ya al próximo Órgano que surja de la nueva Asamblea Nacional).
Me alarma que la credibilidad del Órgano Electoral —aunque tuviera seguidas críticas, pero no denuncias— sea desbaratada, como avancé líneas antes, lo que pudiera provocar el cuestionamiento de la fiabilidad de su ejercicio y, por ende, de estas elecciones y demás procesos electorales.
(Somos escépticos en Las Bolivias —desde su origen entonces surgidas con expectativas frustradas— por tradición por tantas y tamañas veces que nuestra credibilidad ha sido distorsionada por gobernantes y políticos —no los únicos— que no merecen serlo, pero la necesidad de entendernos y salir de la fosa de la antidemocracia en que las décadas anteriores nos han hundido actualmente que ello debería bastar para entendernos y aceptarnos mínimamente).
Me intranquiliza que lo que se acordó ayer ya hoy sea papel mojado y la palabra empeñada sea ignorada porque sin fiabilidad en lo empeñado, ¿acaso el voto depositado vale?
(«Palabra empeñada, palabra respetada» no sólo es una virtud heredada de los pueblos antiguos; por extensión en fe, en Juan 1:5 también es —entendida así para los creyentes cristianos— «luz que alumbra la oscuridad»).
Me desvela que no entendamos que se puede ganar o perder: que el que primero pareció ganar pudo luego perder, y perder más que el que perdía primero.
(«Derrotas y victorias son caras de una misma moneda. Nadie es un “perdedor” o un “ganador”. Todos ganamos o perdemos, pero […] aquel que no sabe perder tampoco sabe ganar» o como Quino puso en boca de Mafalda siguiendo el pensamiento de John Maxwell: «A veces se gana, a veces se pierde pero siempre se aprende»).
Me inquieta que la idea de fraude —con el recuerdo cercano de 2019— se mencione como certeza, se desvalore el trabajo de los observadores electorales —tantos garantes nacionales e internacionales que certificaron la primera vuelta—, se promueva convocar otro garante de la fiabilidad electoral (desvalorando u olvidando experiencias anteriores) y así retrocedamos en la recuperación de la democracia que el 17 de agosto empezamos.
(Porque en un fraude no hay “errores”: sólo hay delitos).
Me sorprende que el ejercicio de la política se convierta en chacota y la democracia en espectáculo.
(Y el debate en griterío y las verdades en mentiras y las mentiras en verdades y la Verdad miope y de estrecho túnel y el consenso se sienta cual goma chiclosa).
Me angustia que desde noviembre tampoco logremos entendernos —ni en los partidos ni en las organizaciones políticas o sociales ni en las Asambleas ni en las calles— y vayamos al fracaso democrático.
(Porque lo que todos sí entendemos es que —ya sea uno u otro el ganador, y las medidas a implementar sean graduales o abruptas, “suaves” o “duras”— el futuro inmediato va a ser conflictivo y todos tendremos que arrimarnos el hombro para las soluciones —si éstas como democráticas las queremos, porque para fracasar basta mirar sobre el hombro y culpar al “otro”, al que “no nos gusta”, al “enemigo” como nos enseñó el dicenio).
Pero me horroriza mucho más que, desde el Chapare, se disfrute de lo que se despliega estas jornadas y se sumen expectativas.
(Que el Poder chapareño «no es de izquierdas [aunque de tal se pintara] ni de derechas si no todo lo contrario», como rezaba la definición que comparten Cantinflas y Luis Echeverría Álvarez).
Quizás hoy fui alarmista y hasta pude pecar de pesimista o de capcioso o de insidioso pero coincido plenamente con quienes piensan que el 19 de octubre el elector boliviano «dimirá su voto por sus criterios e intereses, [porque] no son las caricaturas que de él se hace la clase política» como acertadamente Pedro Portugal Mollinedo se refirió en “Candidatos a vice y naturaleza del cambio en Bolivia” al maniqueísmo de la visión electoral que tienen muchos políticos locales y sus (supuestos) “pensantes” sobre el indígena boliviano —y que yo extiendo a criollos e, incluso, desclasados.