Lima, el poder desnuda
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En estos días, a propósito de las últimas revelaciones en el caso ABC y sus actores clave, escuché de políticos, analistas, juristas y periodistas amigos comentarios relacionados con la metamorfosis de Iván Lima desde que ejerce el cargo de Ministro de Justicia, en comparación con sus anteriores roles públicos y mediáticos. Muchas de las opiniones apuntan a un inexplicable cambio del ahora dignatario de Estado.
Coinciden en que se mostraba como un buen abogado, conocedor de la doctrina, impulsor de la nueva Constitución y comprometido con mejorar y modernizar el sistema de justicia. Su llegada al máximo cargo del Ministerio de Justicia generó esperanza, reconocen, porque siempre habló de poner el sistema judicial al servicio de la gente, sobre todo de quienes no tienen poder político ni económico.
Exhibía dominio sobre “el deber ser” en los niveles de la pirámide judicial, es decir cómo deberían actuar magistrados, vocales, jueces, fiscales e investigadores policiales. Incluso tenía claro cómo se podría ir eliminando la chicanería de los abogados defensores en estrados judiciales. Daba la impresión de conocer el tamaño del problema y las medidas que se debían aplicar para resolver la crisis.
Pero, también advertí criterios que cuestionan su carrera en el ámbito jurídico, político e institucional. Su desempeño académico y como comentarista en medios de comunicación no eran suficientes. Siempre buscó tener poder. Su interés de cambiar el estado de las cosas en la justicia fue la manera para ir escalando posiciones desde director, asesor, analista, magistrado y ministro de Estado.
Ya con el poder en las manos y situado en un área tan sensible como la administración de la justicia, que hace a la calidad de la democracia y al cumplimiento de los derechos humanos, todos los males que había cuestionado o analizado hasta antes de noviembre 2020 comenzaron a agudizarse, siendo él responsable del Ministerio de Justicia, y han puesto a Bolivia en el camino hacia un régimen dictatorial.
Anunció la reforma del sistema judicial sobre la base de un grupo de notables al que se encargó de torpedear hasta hundir esa posibilidad; en privado alentó la iniciativa ciudadana de un referéndum judicial y públicamente la desahució en coro con autoridades de otros órganos de poder; anticipó que la expresidenta Jeanine Áñez no sería sometida a un Juicio Responsabilidades y su anuncio se cumplió a raja tabla en tribunales ordinarios.
Se puso del lado del expresidente del Consejo de la Magistratura que confesó el copamiento de cargos de jueces con afines a la facción que gobierna el país; hace de magistrado, juez, fiscal e incluso de investigador en casos que le interesan al poder; y sin ruborizarse confirmó el cuoteo masista de los altos cargos judiciales al señalar que Evo Morales no volverá a decidir quiénes serán magistrados.
Pero, lo que resulta llamativo es el papel de abogado defensor que decidió ejercer en el caso de corrupción en la ABC, informando sobre la muerte del testigo protegido en Estados Unidos, aunque con datos desmentidos desde ese país, y la devolución de 9.000.000 de bolivianos, producto de la coima cobrada para adjudicar la doble vía Sucre-Yamparáez a la empresa china Chec.
En ese instante me acordé de aquel asaltante de un banco que volvió arrepentido para devolver el botín creyendo que con eso desaparecía el delito. ¿Será que esta vez el depósito de los 9.000.000 de bolivianos a las cuentas de la empresa y la muerte del testigo clave dan paso a la extinción del escándalo de corrupción en la ABC? Todo es posible con la justicia que tenemos y con Lima donde está y haciendo lo que hace.
No se puede creer, como dice el caudillo, que el Ministro de Justicia le haya mentido al país afirmando que el testigo protegido murió en un accidente de tránsito en Miami, cuando el fallecimiento había ocurrido casi dos meses antes y existían informes de autoridades estadounidenses sobre la causa de la muerte. Pero es más inexplicable aún que siga en el gabinete de Luis Arce después de semejante despropósito.
De Lima se puede esperar todo, todo aquello que en algún momento criticó y analizó, porque está claro que no hay tal con una supuesta metamorfosis. No. Todos los atropellos que comete desde su alto cargo es la constatación de aquello que siempre anota Waldo Albarracín, exdefensor del Pueblo, de que el poder no te transforma, el poder te desnuda. En política tiene valor cómo se consiguen los objetivos de corto plazo, pero también cuenta cómo son recordados los actores de primera línea.