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Una discusión que hace parte de la polémica social y política de los últimos 30 o 40 años en Bolivia, en especial desde el momento de la visibilización de las corrientes culturales de los katarismos, se refiere a la necesidad de buscar o de definir la identidad del boliviano. Toda la reflexión se esforzaba y se esfuerza todavía en determinar qué es lo que define a lo boliviano, qué nos hace comunes a quienes vivimos en este país, en esta nación, en esta República.
Hasta ahora, las decenas de respuestas no han sido convincentes para quienes han ingresado a la polémica. Quizás la disconformidad respecto de las respuestas tenga que ver con el hecho de que se trató de definir UNA identidad de lo boliviano, pero como algo singular, como un dato único, cuando en realidad en esa temática de la identidad se debería recurrir al plural, a hablar de las identidades o de las identidades complejas, mezcladas, para hacer referencia a los múltiples rasgos que caracterizan a los grupos poblacionales. Más todavía, es difícil hablar en singular de la identidad del boliviano cuando ha sido inconcluso el proceso de creación del Estado nacional y cuando no se ha construido aún un nosotros común que nos permita perseguir una visión de futuro más o menos compartida entre todos los bolivianos.
Ya sabemos que Bolivia es un país diverso, regional, étnica, social y culturalmente, como también son diversas las religiones o las costumbres de quienes habitan este país. Pero debemos tener el cuidado de creer que Bolivia es el único país que tiene esas características. Casi todos son diversos y algunos de ellos mucho más que el nuestro. China lo es, la India también o, para decirlo de manera simple, Bolivia es nada en términos de diversidad social comparada con otros ejemplos, como las poblaciones de Nueva York o Londres. Esto implica que no somos el ombligo de la diversidad ni su ejemplo más emblemático. Sólo una mirada provinciana de nosotros mismos nos puede conducir a entendernos como el gran ejemplo de la diversidad social, política, cultural, etc. Somos diversos, pero no el caso emblemático de la diversidad ni el más complejo ni el más difícil de las mezclas culturales y de otro tipo.
Pero ¿sería tranquilizante y zanjaría la discusión sobre la identidad de lo boliviano el postular que hay que referirse a las identidades en plural? Es que cinco siglos de mezcla entre las primeras generaciones de colonizadores con nativos, después, de criollos con nativos, de criollos con cholos, de éstos con mestizos, entre indígenas, campesinos, afrodescendientes, migrantes europeos de todos los confines, mezclados con originarios –hoy no tan originarios por el paso de los siglos–, con criollos, mestizos, repito, esos cinco siglos de mezclas raciales, políticas, culturales ¿no habrán generado algunas cosas comunes, costumbres, valores, complejos, anhelos, entre quienes poblamos este país? ¿Es que dos siglos de construcción de la República no habrá cultivado algunos lazos comunes, no habrá nexos o comunidades entre nosotros? Una vez que se preguntó eso, ¿no será también muy maximalista la idea de tener un nosotros común que implique exclusivamente homogeneidad cuando las sociedades se definen también por sus heterogeneidades?
Por todo lo anterior, quizás sea un punto de partida importante en Bolivia postular que no hay un nosotros común compartido por absolutamente por todos los bolivianos, por todos quienes poblamos este país. Pero quizás sea un punto de partida más certero admitir que no se ha construido plenamente ese nosotros común, pero que existe parte de esa construcción, existe algo avanzado –o para no dar juicios de valor, algo se ha recorrido en ese camino–. Insisto, no importa poner juicios de valor, sino hacer una descripción y ésta destaca que buena parte de la población, o la mayoría de ella, se siente boliviana, o para relativizar la afirmación, se siente también boliviana, pues simultáneamente se puede tener otras sensibilidades.
Esos son, precisamente, los nexos de comunidad que se han edificado en la historia. No son fenómenos de poca importancia, no son cuestiones baladíes las que muestran que los bolivianos, o muchos de ellos, cantan el himno nacional o tienen respeto por la tricolor; esto sucede hasta en la más lejana escuela rural, aunque probablemente no acontezca en la comunidad campesina o ayllu más aislado que nunca tuvo una escuela.
No le pongamos a estas descripciones un juicio de valor sino solamente tengamos la capacidad de describir, de narrar esos hechos prácticos; cerrar los ojos a esas realidades, implica no ver el país. Si lo vemos así, la ya descrita es una construcción de la realidad; algunos podrán decir que es una construcción hecha por los poderosos, por los dueños del poder; sea así o no, esa construcción es un hecho práctico, es una realidad y no un concepto abstracto.