Escucha la noticia
Basándose en hechos reales, pericias forenses y balísticas, testigos y datos irrefutables, Emilio Martínez Cardona ha develado 5 mentiras convertidas en mito. Y desmonta un relato de carácter político que determinó el devenir histórico de los últimos 20 años.
Se trata del desmontaje de la llamada ‘guerra del gas’ que, en realidad, fue la insurrección popular violenta y muy bien preparada que condujo a la renuncia del expresidente Gonzalo Sánchez de Losada un 17 octubre de 2003.
Lo primero que pensé cuando Emilio me habló de su libro, fue en el mito como categoría sociopolítica, y sus acepciones para entender y explicar la realidad, sin maquillajes ideológicos. Según el filósofo HCF Mansilla, “Los mitos actúan como factores de cohesión e identidad, pero tienen una función exculpatoria, o sea, echar la responsabilidad a terceros.” Son mitos exaltados sin solución de continuidad “por la familia, los medios de comunicación, la escuela, lo que podríamos llamar la opinión de pequeñas colectividades.” Obvió las Iglesias.
El mito ideológico, va más allá: “sirve para que las fuerzas políticas sustituyan la verdad por las apariencias, y según les plazca, a través de la interminable repetición de los mismos estereotipos, formen el espíritu, la sensibilidad y las necesidades de los hombres, a fin de arraigar sólidamente en ellos la creencia de que todo lo que ocurre es racional y necesario.” (Mihailo Markovic)
El mito ideológico parte de raíces estructurales y superestructurales. Surge por necesidades que tiene el poder para implementar la dominación sobre toda la sociedad. Ambas definiciones encajan perfectamente en “Los 5 mitos de Octubre”, que, a pesar de su marco ideológico dogmático, Emilio Martínez ha desmontado con maestría, como de ratón de biblioteca y también gracias a la tecnología.
Mito 1: “Genocidio de los militares”. Realidad: disparos imposibles, imposibilidad amparada en la demoledora investigación del experto en balística David Katz. Mito 2: “Protesta espontánea y pacífica”. Realidad: planificada y violenta, con la participación de miembros del ELN y las FARC, quienes habrían sido parte de los francotiradores.
Mito 3: “Convoy de la muerte”. Realidad: los mapas dicen otra cosa. El convoy que transportaba combustible para la ciudad sitiada, nunca pasó por la ruta donde se produjeron las muertes que el relato oficial achaca a los militares.
Mito 4: “Perú era una buena opción para exportar el gas”. Realidad: el gobierno peruano negó toda cooperación a Bolivia, pues era su competencia en el negocio del gas.
Mito 5: “Goni fue intransigente”. Realidad: el gobierno hizo repetidos esfuerzos de diálogo, saboteados por los insurrectos, cada vez más intransigentes y radicalizados.
El autor concluye que: i) El año 2003 hubo una guerra no declarada contra un gobierno democráticamente electo. Dirigentes políticos como Felipe Quispe, lo manifestaban con “Fuera Goni”, antes de que se hablara de la exportación de gas por Chile. Tuvo un precedente: la revuelta policial de febrero de 2003, a raíz del pretendido impuesto al salario. ii)Los sublevados violaron los derechos de la población civil en la sede de gobierno, buscando reeditar el “estrangulamiento” de la guerra colonial. iii) Hay sobradas pruebas de la presencia de guerrilleros del ELN y de las FARC. iv) Es improbable que los decesos registrados en esas jornadas hayan sido efectuados por los disparos militares, los imposibles del mito 1. Además, el convoy pasó por otra ruta, fue un solo convoy, no tres, y tampoco se disparó a la población civil desde helicópteros, porque era otro imposible.
- v) Con pruebas documentadas, el autor descarta que Perú hubiese sido una opción para exportar gas. vi) Hace hincapié en los esfuerzos gubernamentales para el diálogo, frente a la radicalización e intransigencia de los sublevados. Menciona la permanente apuesta del entonces Ministro de Asuntos Campesino e Indígenas, Guido “Chelelo” Añez Moscoso, y de la ministra de Participación Popular, Mirtha Quevedo. Añez vive en el exilio desde febrero del año 2009, sin tener culpa alguna, solo porque como miembro del gabinete firmó la Resolución Ministerial para el transporte de gasolina a la ciudad sitiada, pero todo el gabinete fue acusado de Añez, exiliado en Miami, pasó allí por un juicio con ese tenor, del que salió sin culpa, precisamente por sus denodados y documentados esfuerzos de pacificación.
vii) El autor define al expresidente Carlos Mesa, en ese momento: Bolivia “tenía un vicepresidente dispuesto a ser funcional a un alzamiento armado contra un gobierno democrático”. viii) Su decreto de amnistía a los sublevados obstaculiza una investigación imparcial de esos sucesos, tapados con el velo impenetrable del mito ideológico. ix) Velo que también tapa las miserias del poder judicial sometido al poder político. x) La miopía de los sublevados hizo perder la posibilidad de habernos acercado al mar, según los adelantos a los que habían arribado Sánchez de Losada y el presidente Ricardo Lagos.
Esa fue, y sigue siendo, a 20 años, una guerra ideológica, amén de guerra cultural o de reivindicación étnica. La ideología, casi siempre, trata de confirmar regularidades prefijadas, para facilitar un marco dogmático. Gracias a Emilio Martínez porque, frente al pesimismo de la realidad, su libro habla del optimismo de la voluntad y la inteligencia. Con esas herramientas, debemos desmontar el mito del golpe de Estado de 2019.