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Finalmente se realizó el Censo Nacional de Población y Vivienda, cuyos resultados preliminares se darán a conocer en septiembre de 2024, cuando ya estemos descontando el último año previo a la conmemoración del Bicentenario de la fundación de la República de Bolivia. Será una ocasión propicia para mirar el estado en el cual llega la nación boliviana a su segundo siglo de existencia y, al mismo tiempo, valorar en este retrato los desafíos pendientes que el país debe afrontar en la construcción de su desarrollo e integración nacional.
Esperemos que los resultados de este Censo gocen de la credibilidad necesaria e indispensable para que sean útiles a la hora de conocer la realidad social y económica de sociedad boliviana, de sus municipios y departamentos, de sus pueblos y de sus culturas. La confiabilidad de los datos que debe generar es fundamental para que se puedan tomar decisiones, tanto de política publica como de inversión privada, orientadas a atender con eficiencia las necesidades de la población.
Cuando nos acercamos a una fecha tan importante y referencial en la historia nacional como será el Bicentenario de la República, aunque lamentablemente tan olvidada e incluso despreciada por sectores políticos que pretenden desconocer que lo único que realmente nos une a los bolivianos es esa historia republicana en común, debemos mirarnos a nosotros mismos, con sentido de autocrítica profunda y debatir todo lo que nos falta lograr y realizar para consolidar un estado que no termina aún de brindar a sus ciudadanos las condiciones mínimas de libertad y seguridad en sus derechos fundamentales, ni las oportunidades de bienestar y prosperidad propias de la modernidad.
Con esto no quiero decir que las reivindicaciones sobre representación política y asignación de recursos presupuestarios no sean importantes o justas, puesto que la igualdad en la condición de ciudadanos y en la devolución de los recursos estatales a los ciudadanos que los generan, son parte fundamental de todo pacto de unidad nacional, ya que de lo contrario, como ha sucedido a lo largo de nuestra historia, las inequidades y la falta de proporcionalidad política y económica, terminan inevitablemente generando conflictos entre las regiones y el gobierno central, resquebrajando así los fundamentos de la nación.
Los resultados del Censo deben ser la base de un debate necesario sobre todo lo que nos falta lograr, sobre las causas de nuestros fracaso en la construcción de un verdadero estado nacional en el cual todos nos sintamos incluidos, integrados y respetados en nuestra diversidad y diferencias; sobre la falta de un marco institucional que mínimamente garantice las libertades y derechos ciudadanos; sobre la falta de un proyecto común de país en el cual nos encontremos para buscar nuestro camino al desarrollo en función del potencial de una geografía tan vasta, rica en recursos y con una población tan reducida.
Seguramente, también debiera ser una gran oportunidad para reconocer que la combinación de centralismo, populismo y estatismo que nos rigen hace más de ochenta años, no es el camino para nuestro progreso, y que, aunque coyunturalmente hemos experimentado algunos momentos de mayor crecimiento económico, la brecha con los otros países de Sudamérica es cada vez más grande, pues los otros avanzan más rápido y progresan más que nosotros.
De este debate debieran ser parte temas fundamentales como la consolidación de una institucionalidad estatal que garantice una democracia plena y un estado autonómico real, en el cual cada municipio y cada departamento pueda construir su propio camino al desarrollo, como en gran medida ya lo ha venido haciendo en los hechos Santa Cruz, gracias al compromiso cívico de su sociedad civil y a una búsqueda colectiva de la prosperidad basada en la iniciativa privada y la apertura hacía los mercados internacionales. Este es un camino que todos los otros departamentos pueden seguir, en función de sus propias potencialidades, recursos y población.
Cuando celebremos el Bicentenario ya habrán transcurrido 25 años del siglo XXI, y quizás lleguemos a la conclusión que habremos perdido la mayor parte de ellos en conflictos internos, ideologías y modelos políticos y económicos que ya fracasaron reiteradamente en nuestra historia y en la experiencia internacional. Consecuentemente, la pregunta que nos debe interpelar es qué haremos con lo que queda del siglo XXI, seguiremos mirando hacia atrás o forjaremos un mejor futuro para las generaciones venideras.