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Por Alvaro Vargas Llosa1
No me gustaría estar en la silla del presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell. Tanto si la Reserva Federal continúa incrementando las tasas de interés o no, Powell será el culpable de una recesión que, a estas alturas, es casi inevitable.
Los ahorros que los estadounidenses acumularon durante la pandemia y el dinero que el gobierno repartió de diversas maneras (estímulos, moratoria de préstamos, créditos fiscales) han desaparecido, y el país está -una vez más- ebrio de crédito.
Tanto crédito que la deuda por tarjetas de crédito se acerca al billón de dólares (trillón en inglés) y, según Stansberry Research, el crédito hipotecario se encuentra creciendo a un ritmo anual similar al de los años previos a la catástrofe financiera de 2008.
El problema es que la Reserva Federal empezó a subir las tasas de interés hace más de un año, cuando se dio cuenta de que los muchos años (si no décadas) de dinero fácil inducido por ella misma finalmente habían provocado el despegue de la inflación. La inflación había sido evidente en otras partes de la economía, pero los precios tardaron un tiempo en afectar directamente a todos los artículos de consumo. Actualmente, con los hogares sumergidos en la deuda, la perspectiva de nuevos incrementos de las tasas de interés para domar una tasa de inflación que sigue oficialmente acercándose al 6% (mientras que en la vida real varios artículos clave están experimentando subidas de precios mucho mayores) es aterradora.
Muchos políticos están advirtiéndole a la Reserva Federal contra el sostenimiento de su política antiinflacionaria, pero la inflación erosiona las finanzas del consumidor tanto como el exceso de deuda (ambos están relacionados), lo que coloca al Sr. Powell en esa posición tan poco envidiable: condenado si lo haces, condenado si no lo haces.
Según un informe de Bankrate, más de un tercio de los hogares poseen más deudas en tarjetas de crédito que ahorros para situaciones de emergencia. Casi el 70% no podría pagar los gastos de subsistencia de un mes si perdiese su principal fuente de ingresos. El número de personas que están al menos dos meses atrasados con el pago de su préstamo automotor ha aumentado un 20% en comparación con el año pasado, según Cox Automotive. Claramente, los consumidores estadounidenses, que habían sido obligados por los confinamientos del Covid a recordar lo que era ahorrar dinero, decidieron, una vez que la economía se abrió, que volvían a ser invulnerables. Después de todo, estaban inundados de dinero en efectivo, de sus ahorros forzosos y de las diversas formas de estímulo fiscal y monetario.
Todo esto lleva a una conclusión: Los consumidores estadounidenses van a dejar de comprar pronto, y muchas corporaciones y pequeñas empresas estadounidenses sufrirán. La idea de que se pueden subsanar los excesos de la economía -de los cuales el exceso de crédito y la inflación son síntomas- con tan sólo un año de incrementos de las tasas de interés es ridícula.
Las recesiones son la forma inevitable de purgar esos excesos y retomar al buen camino. La economía estadounidense ha estado viviendo demasiado tiempo en un mundo de fantasía. El enigma en el que se encuentra la Reserva Federal es el resultado de cuatro décadas de crédito fácil y, por ende, de demasiada deuda y demasiado gasto, gran parte de los cuales fueron facilitados por la propia Reserva Federal.
La Reserva Federal haría bien en recordarlo ahora que está sometida a tanta presión política.
La Reserva Federal tiene que seguir reduciendo su disparatado balance (en al menos 95.000 millones de dólares al mes, como en los últimos meses) y elevar las tasas de interés reales. Todavía están en territorio negativo si tenemos en cuenta a la inflación, lo que significa que están lejos de donde tienen que estar para devolverle un poco de cordura al sistema monetario y a la economía.
Basta con rememorar los legendarios años de Paul Volcker (1979-87) en la Reserva Federal. Heredó una economía estancada, unida a una inflación elevada: la “estanflación”. Y fueron necesarias fuertes subidas de tasas y una dura recesión para que la economía recuperase su salud a principios de 1986, más de seis años después de que Volcker asumiera el timón de la Fed.
Sobre la economía actual penden, por supuesto, los próximos comicios presidenciales. Ningún momento es bueno para que los políticos acepten -y hagan suyas- las duras realidades de la vida económica, y mucho menos cuando el populismo tiene una presencia tan abrumadora en ambos partidos políticos y es probable que desempeñe un rol importante en las primarias.
Si la economía se hunde en los próximos meses, la culpa será de Powell. Si evitamos una recesión, los políticos se atribuirán el mérito.
1es Asociado Senior en el Independent Institute.
*Este artículo fue publicado en eldiarioexterior.com el 14 de mayo de 2023