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Comentarios en medios y redes sociales mereció el reciente encuentro Bolivia 360 en la Universidad Harvard, Estados Unidos. Organizado por el empresario boliviano Marcelo Clare, congregó a políticos, analistas y líderes de opinión de nuestro país. Hubo más críticas que elogios. Quizás por ello en las redes alguien apuntó a la envidia como el núcleo de esos veredictos: Ya Ovidio señaló que “en los campos ajenos, la cosecha siempre es más abundante” y que ello zahiere al vecino observador. Adhiriendo más al razonamiento que a los deslices de los sentimientos, trataré que mi opinión no refleje obligación alguna por haber sido invitado a ese evento, ni despecho por no haber podido –por banales razones mías– asistir al mismo.
Una crítica señala que un evento en una universidad prestigiosa de un país poderoso busca dar autoridad a las ideas del país sede. En realidad, no es una crítica, en el sentido de alerta sobre coacciones veladas que son amenaza potencial para la conducta social, sino simple constatación que excede el marco del citado evento.
Somos dependientes de valores y criterios de allende nuestras fronteras. A nuestras “elites” subyugan ideas de las metrópolis. No creamos: solo reproducimos. Como ejemplo la caracterización del indígena a lo largo de nuestra historia: Del salvaje a eliminar, como lo instruía el positivismo darwiniano, se pasó al campesino a integrar, como lo aleccionaba el civismo liberal y marxista; para aterrizar, actualmente, en la quimera del salvaje obsesionado en la salvaguarda de sus saberes y practicas ancestrales con exigencias de “autonomía” y uso de su “episteme”, como lo señala la actual doctrina intelectual posmoderna y culturalista.
Ciertamente, realizar un evento en lugares en que se originan esas ideas es riesgoso. Pero, lo importante es el resultado: son reproducciones de ideas de moda o son propuestas originales, adecuadas e innovadoras. Hasta conocerlas en detalle las circunstancias nos permite suponer que puede ser esto más que aquello: Harvard es teatro de una lucha material y de ideas entre un liberalismo ingenuo y optimista que hace aguas y un conservadorismo estatal avisado y fatalista. Ese liberalismo ha sido el apoyo conceptual y material de experimentos como los del MAS en Bolivia y los reunidos en ese encuentro son todos opositores a ese grupo político.
Otra crítica enfoca el origen de algunos invitados. La presencia de activistas como Eva Copa, Toribia Lero y Sayuri Loza, mujeres aymaras y quechuas, es señalada como traición, subyugación y vasallaje político. En realidad, tales críticas apestan a racismo y discriminación: La participación de indígenas en eventos de ese tipo debe significar fatalmente subordinación. Habría enfeudamiento si el indígena dialoga con Samuel Doria Medina o Tuto Quiroga, pero no si obedece a Álvaro García Linera, por ejemplo.
Y es que la izquierda es paternal hacia el indígena, se siente su apoderada. Si en un acto público en área rural ven un candidato de derecha de poncho y lluch’u, gritan al latrocinio cultural. Hablan en nombre del indio, pero desconocen sus usos y costumbres. Cuando una comunidad recibe a un candidato o político citadino, en signo de civilidad y sociabilidad lo viste con poncho o lluch’u. A los políticos del MAS sucedió lo mismo al inicio, pues los principales políticos del MAS son tan extraños a la cultura andina, como los de la derecha. Ahora, estos mismos masistas, al visitar comunidades indígenas se atavían ellos mismos con poncho y su lluch’u, para sacárselo al regresar a la ciudad: esa es la verdadera caricatura y latrocinio cultural.
Finalmente, otra crítica a Bolivia 360 es haber sido convocada por un empresario rico y poderoso, Marcelo Claure. Los que eso critican lo hacen como si, de hecho, en las clases indígenas y populares hubiese un repudio al rico y a la riqueza. Esa “critica” explaya el desconocimiento del mundo indígena y popular por parte de una buena parte de los activistas e intelectuales “progresistas”. Cuando los españoles colonizaron estas tierras constataron la existencia de “ricos” en medio de sistemas comunales de organización social. En esa constatación son valiosos los documentos coloniales. La visita realizada el año 1567 por el cronista Garci Diez de San Miguel, detalla que en el altiplano había hatos enormes de camélidos con propiedad de familias, insertas en un sistema social dual, que él denomina alaasa y maasa. Era lo que actualmente se conoce como qamiris en algunas regiones y en otras, utjirinis. La existencia de familias con abundante cantidad de recursos productivos, los “ricos” de entonces, no era rara. Jorge Llanque, en su trabajo “Nuevas elites en Oruro”, señala cómo los caciques gobernadores indígenas conformaron grupos de poder económico a partir de 1540, proceso que fue estorbado con el advenimiento de la Republica.
Esa lógica estuvo siempre presente, aun cuando tuvo que adaptarse a un sistema de poder que no era el suyo y decaer en sus manifestaciones. Curiosamente, lo que deja el MAS como tarea inexplorada e inconclusa es ese fenómeno socio económico: su legado es la resurgencia del qamiri y para nada el socialismo del s. XXI.
El qamiri, el “rico” no es término peyorativo en la civilización andina. De ahí que pensar que espontáneamente el indígena ve al rico de otra sociedad como su peor enemigo, es solamente una piadosa intención ideologizada. ¿Podría suceder lo contrario? Ello tampoco es así de simple, pues el qamiri no es solamente riqueza material, sino una forma de vida, una ética. La acumulación conlleva obligaciones y responsabilidades a nivel social y cultural. La riqueza es un compartimiento y una celebración para todos.
Por su persistencia y potencialidad este fenómeno puede señalar vías para canalizar la energía productiva y laboriosa andina, que, por su capacidad de adaptarse y asumir formas nuevas, puede aportar en estrategias comunes a nivel nacional. Ello puede desarrollarse si eventos como el de Harvard son receptivos a lo que antes era insólito: el dialogo con el mundo andino no como masa votante o manifestante, sino como aporte teórico y activo en el nuevo diseño de un Estado funcional y de una Nación para todos. Luego, lejos de reprochar a Sayuri, Copa y Lero y otros, debemos felicitarles por ser pioneras en una senda que hay que dilatar y profundizar.