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La izquierda continental se ha dado una organización en círculos concéntricos: el más exterior se llama Grupo de Puebla y procura dar cierta imagen de moderación, apelando a presidentes electos en la ola más reciente del progresismo en la región.
El segundo círculo es el Foro de Sao Paulo, espacio de intersección y coordinación entre los aparentemente vegetarianos y los carnívoros. El tercer círculo, más reducido, es el habitáculo de las dictaduras y regímenes radicales, integrado por Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia, además de otras islas del Caribe e invitados extra-regionales. Hablamos de la ALBA, sigla que inicialmente significaba Alianza Bolivariana para América y que ahora corresponde a otro nombre más extenuante.
Hace poco, el club de autócratas y aliados se reunió en Caracas para recordar a Hugo Chávez. A diez años de la muerte de quien fuera “buque insignia” del bloque, se impone un balance del estado de situación en los cuatro países principales de la alianza.
Cuba: la dictadura más antigua de América Latina, tan leninista como militar y dinástica, se apresta para llevar a cabo otra farsa electoral el próximo 26 de marzo, en el marco de su sistema de partido único que no permite ninguna competencia. Lo interesante es que esta vez la disidencia se ha organizado en torno a una campaña difundida por redes sociales, bajo el lema “Yo me abstengo”, con la que aspira a marcar su presencia y capacidad de convocatoria.
Nicaragua: la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha sido noticia por el cierre masivo de ONGs, con el que se busca desarticular a la sociedad civil, y por la declaración de “apátridas” a cientos de opositores. A esto se sumó la ruptura diplomática con El Vaticano. Aislamiento y represión son las características de un régimen que ya no cuenta con la ilusoria aureola romántica que rodeó al primer sandinismo.
Venezuela: a regañadientes, Maduro fue abandonando las políticas estatistas más radicales implementadas por Chávez, renunciando a nuevas expropiaciones y revirtiendo algunas de las realizadas por su mentor. Es lo que en un artículo anterior denominamos una “Perestroika sin Glasnost”, una relativa apertura y estabilización económica que no es acompañada de una amplia apertura política. Lo que existe en ese último campo es una trabajosa negociación con la oposición más sistémica, para mejorar el escenario de cara a unas elecciones generales en el 2024, algo que el chavismo condiciona al levantamiento de las sanciones externas.
Bolivia: el país se debate entre la incertidumbre financiera y la ingobernabilidad parlamentaria, luego de una medida desacertada (la creación de un tipo de cambio especial) y con el trasfondo de una reducción significativa de las reservas internacionales. La fractura entre arcistas y evistas bloquea el desembolso de créditos multilaterales por 3.500 millones de dólares, sin que el oficialismo muestre la capacidad de buscar pragmáticamente esos votos en la oposición.
Así están las cosas en el círculo más profundo y dantesco de la izquierda del continente.