Lula tendrá que esperar
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“Es sólo una prórroga”, dijo el candidato presidencial del PT, ocultando algún nerviosismo tras conocerse el sorprendente resultado de la primera vuelta del domingo, que confirmó un balotaje con un Jair Bolsonaro fortalecido.
Contra todos los pronósticos, el actual mandatario se le acercó a sólo 5 puntos porcentuales, algo muy diferente de los 14 puntos de ventaja a favor de Lula que auguraban muchas consultoras. ¿Qué sucedió?
Una mirada rápida a las encuestas que se divulgaron cuatro días antes de la primera vuelta muestra un dato relevante: las presenciales (Ipec/Globo, Datafolha, Genial/Quaest) fueron las más erradas, asignándole a Bolsonaro una intención de voto de entre 31 y 33%. Las encuestas telefónicas (Ipespe, PoderData, BTG/FSB) mejoraron un poco, proyectando que llegaría a un 35 o 36%. Mientras que el sondeo de Atlas realizado por Internet se acercó bastante (41%) al resultado final, teniendo en cuenta el margen de error habitual de 3 puntos.
Esto parece indicar que a mayor impersonalidad el encuestado se ve más libre para comunicar su verdadera intención de sufragio, mientras que la presencialidad tendería a generar una inhibición que oculta el voto.
Más allá de los sondeos, aunque el 48% de Lula podría sugerir que todo está cerrado para la segunda vuelta, debe tenerse en cuenta que no sólo está en juego quién logra captar el voto de los terceros candidatos (la centroderechista Simone Tebet y el centroizquierdista Ciro Gomes), sino también una posible movilización de ese 20% del electorado que se abstuvo el domingo, además de un 4% de brasileños que optaron por el voto blanco o nulo.
Así las cosas, Bolsonaro todavía tiene chances y cuenta para esto con casi un mes de uso del “maravilloso instrumento del poder”. Un periodo en el que podría tratar de cubrir sus debilidades, en temas como la mujer y el medio ambiente, no cediendo a las burocracias de género y al ecologismo radical, sino mediante un enfoque liberal que promueva el emprendedurismo femenino y el capitalismo verde. Lo bueno de estar en el gobierno es que no tiene por qué limitarse a simples propuestas sino implementar medidas prácticas, como una rebaja de impuestos que impulse a esos sectores.
También debería demoler la máscara de moderación que se ha construido Lula mediante el binomio con Geraldo Alckmin. Para eso basta con mostrar el mal ejemplo argentino, donde el “moderado” Alberto Fernández encabeza una administración catastrófica.
Otro ángulo a analizar es el resultado de las legislativas de la primera vuelta, donde el bolsonarismo se consolidó como la principal fuerza del Congreso, como minoría mayor. La tendencia de centroderecha de otras bancadas haría más fácil la construcción de una mayoría parlamentaria para Bolsonaro, aunque no es una certeza absoluta: varias de esas fuerzas regionales son altamente clientelistas y un Lula presidente podría realinearlas con prebendas, como está haciendo Gustavo Petro en Colombia con muchos políticos tradicionales.
Dato interesante: el ex fiscal Sergio Moro, némesis de la corrupción lulista, ganó una banca del Senado por União Brasil y adelantó que “el Lava Jato vive y volverá a sacudir Brasilia”.
Por ahora, Lula tendrá que esperar, hasta el 30 de octubre o cuatro años más. Pero aún en el escenario de una victoria tendría que vérselas con una oposición fuerte, que le pondría freno a sus tendencias cleptocráticas y a su amistad con los regímenes autoritarios de la región.