Marchas de la era de internet
La universidad pública es la institución con más prestigio en esta sociedad. Los argentinos están orgullosos de que su país sea el que tiene más premios Nobel en América Latina, los más informados saben que la Universidad de Córdoba fue la sede de la revolución de 1918 que tuvo un impacto continental. La universidad es, sin duda, un instrumento para la movilidad social por el mérito, al que apoya la mayoría de la gente. La cultura y la educación son valores particularmente respetados en la Argentina y es una mala idea chocar con ellos.
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Existen muchos estudios acerca de las movilizaciones populares contemporáneas y su diferencia con las tradicionales, que eran organizadas por partidos políticos y organizaciones sindicales. No se improvisaban, las promovían organizaciones y dirigentes que tenían liderazgo sobre los asistentes, a quienes convocaban y ordenaban disolverse.
Las promovían instituciones que competían para demostrar cuál tenía más seguidores, demandando reivindicaciones, defendiendo principios ideológicos. Los participantes llegaban en buses y camiones contratados, a una hora determinada y se iban del mismo modo. Las autoridades sabían con qué dirigentes negociar para solucionar el conflicto, eran previsibles.
En la Argentina es típica la organización de protestas sindicales y de piquetes. Largas filas de buses que acarrean a los manifestantes terminan estacionados en el centro de la ciudad, los punteros pasan lista a los asistentes, se cumple con una liturgia consagrada por dirigentes profesionales. En el mundo, esta fue la herramienta de los sindicatos para luchar por los derechos de los trabajadores.
A fines de los sesenta surgieron antecedentes de lo que serían las rebeliones de la era de internet. La revolución de mayo del 68 se hizo por fuera y en contra del Partido Comunista y de los sindicatos. Apareció un nuevo actor colectivo, que determinaría acontecimientos tan importantes como la derrota norteamericana en Vietnam y que dinamizan a los nuevos movimientos: la juventud.
Con la caída del Muro de Berlín acabó el siglo de las ideologías, y la revolución de las comunicaciones transformó todo. Asomó un nuevo tipo de elector. Los ciudadanos comunes quieren ser sujetos de la política, no obedecen a los dirigentes como los del siglo pasado, se relacionan entre sí directamente por la red, se movilizan de manera autónoma.
La universidad pública es la institución con más prestigio en esta sociedad
Entró en crisis la autoridad vertical que regía las relaciones entre los padres y los hijos, los curas y los feligreses, los maestros y los educandos, los líderes y la gente común. En el tiempo actual todos quieren opinar y temen que los manipulen.
Especialmente después de la pandemia, triunfaron tantos outsiders en los procesos electorales, que parecía que lo “normal” debería ser no parecer normal de acuerdo a los viejos parámetros. Hemos analizado el tema a lo largo de una década, observando elecciones que se celebraron en distintos sitios, como la de Volodimir Zelenski en Ucrania, conductor de un programa de humor en la televisión que hizo una campaña muy original. Otros presidentes que triunfaron rompiendo con la comunicación política tradicional de sus países fueron Gabriel Boric en Chile, Gustavo Petro en Colombia, Pedro Castillo en Perú, Guillermo Lasso en Ecuador, Jair Bolsonaro en Brasil, Donald Trump en los Estados Unidos y Javier Milei en la Argentina.
Las movilizaciones populares contemporáneas son tan diversas de las tradicionales como son los outsiders de los políticos formales. No son organizadas por partidos, ni por dirigentes políticos, las protagonizan personas apolíticas, que tienen una actitud negativa hacia los dirigentes de cualquier tipo. Se conectan a través de la red a propósito de algún tema o problema, reaccionan lejos de las ideologías, ante hechos concretos.
Las rebeliones de este tipo se inician por cosas que parecen inofensivas: el incremento del precio de los buses en Brasil, del boleto de subterráneo de Chile, del precio del diesel en Ecuador. Iniciado el conflicto, suelen incorporarse grupos de todo tipo, con sus propias reivindicaciones. Por eso las manifestaciones se vuelven inmanejables: no tienen líderes que las representen, no defienden una sola causa, los une el enojo contra el sistema.
Sus consecuencias son imprevisibles. La actitud burlona del Gobierno frente a la autoincineración de un vendedor ambulante en Túnez desató la primavera árabe que acabó con varios gobiernos. En 2019, lo que empezó como una revuelta estudiantil en Chile terminó con una etapa de la política del país. Un aumento de impuestos desató las movilizaciones de los chalecos amarillos en Francia y un mínimo impuesto a las llamadas de WhatsApp acabó con el sistema político de Líbano.
Conversamos sobre el fenómeno con autoridades de países en los que se producía, que lo atribuían a la intervención de agitadores provenientes de Cuba o Venezuela. En realidad esa es una idea sin sentido. En los países totalitarios no hay especialistas en movilizaciones populares, porque si intentan organizarlas, los ejecutan. Cuba y Venezuela apenas sobreviven. Es un tema local que se debe comprender sin recurrir a supersticiones conspirativas.
Un texto que analiza nuevas formas de hacer política dice que hay varias posibilidades de aprovechar estas movilizaciones a las que llama tormentas. La primera es crear una tormenta a partir de un tema que está creciendo espontáneamente en las redes. Se puede aprovechar técnicamente el hecho, partiendo de las pulsiones de la gente. También se pueden cazar tormentas, convirtiendo una que ya existe, en oportunidad para promover sus puntos de vista, ganar elecciones o desestabilizar a un gobierno.
Finalmente habla de abrazar una tormenta. Se trata de incorporarse a ella, sin figurar, dejándose arrastrar por ella al mismo tiempo en que se la orienta. Es el método eficiente, que supone varios recaudos técnicos, pero suele chocar con el ego de los políticos que quieren figurar, aparecer en la tarima, dar un discurso para conseguir adeptos. Son las madres de familia que irrumpen en una fiesta de adolescentes para repartir los pedazos de pastel. Aunque lo hagan por comedidas, arruinan la celebración.
En la Argentina se han producido este tipo de protestas autoconvocadas. Una de ellas es golpear cacerolas como reclamo en contra de un gobierno, método que se han exportado y se produce en otros países. Quienes golpean las ollas no son militantes políticos sino son personas que no están de acuerdo con algo, que se conectan por la red o imitan a sus vecinos.
En 2015 se produjo una movilización espontánea a propósito del asesinato del fiscal Alberto Nisman. Se difundió que se iban a reunir en determinado sitio los que pedían el esclarecimiento del hecho y se formó una multitud. No hubo dirigentes políticos o partidos que convoquen al evento, ni tribunas, ni oradores que quieran hacer campaña. Si aparecían, habrían sido rechazados.
En ese mismo año, los resultados de las PASO fueron ampliamente favorables para Alberto Fernández, que obtuvo un 39% de los votos, frente a un 26% de Mauricio Macri. Dos meses después tuvo lugar la primera vuelta electoral en la que Macri subió 15 puntos, al 41%, y Fernández 9 puntos, al 48%, aunque lo normal era que un triunfador tan claro de primera vuelta, acumule una mayor cantidad de votos y que el derrotado no crezca demasiado.
Los resultados tuvieron que ver con que la campaña de Macri, acompañó a una tormenta que se produjo entre los votantes. El resultado de las PASO provocó un malestar que se detectó en la red. La campaña de Macri parecía no reaccionar y se armó un movimiento espontáneo de electores que querían que reaccione. Un mensaje se reprodujo con frecuencia: “Hay que moverse para impedir el triunfo de los K, ojalá Mauricio nos acompañe”.
Se realizó una gigantesca manifestación autoconvocada en Plaza de Mayo. Decenas de miles de votantes impulsaron una nueva etapa de la campaña, que dio bríos a sus desmoralizados dirigentes. El éxito de la movilización fue tan imprevisto, que no se habían colocado parlantes en la Casa Rosada y Macri pronunció un discurso con señas. A partir de esa movilización se organizaron algunas similares en distintas ciudades del país en las que Macri tenía más votos posibles.
Se cumplieron los requisitos indispensables para el éxito de las movilizaciones autoconvocadas: a pesar de que era una campaña electoral, ningún partido ni dirigente convocó a los actos.
No hubo tarimas, oradores, carteles del PRO o de Juntos por el Cambio. Esos elementos debilitan a las manifestaciones de la era de internet. Desde luego que no existieron buses pagados para llevar a nadie, la gente llegó por distintos medios, y se fue cuando quiso. Los nuevos electores quieren sentir que hace las cosas por sí mismos, no manejados por otros. El éxito fue contundente.
En esta semana se produjo una enorme marcha, tal vez la más grande que se haya producido desde la vuelta de la democracia en la Ciudad de Buenos Aires. El motivo fue respaldar a la universidad pública que se siente atacada por algunas medidas económicas del gobierno de Javier Milei.
Asistieron también muchos que votaron por Milei: jóvenes, cordobeses, gente común que ve mal a “la casta”. Pudo ser la mecha que prenda el bosque en una situación difícil en la que muchos argentinos están angustiados por su situación económica. El Gobierno viene chocando con instituciones que promueven aquello que distingue a Buenos Aires: ser la capital cultural del continente.
La universidad pública es la institución con más prestigio en esta sociedad. Los argentinos están orgullosos de que su país sea el que tiene más premios Nobel en América Latina, los más informados saben que la Universidad de Córdoba fue la sede de la revolución de 1918 que tuvo un impacto continental. La universidad es, sin duda, un instrumento para la movilidad social por el mérito, al que apoya la mayoría de la gente. La cultura y la educación son valores particularmente respetados en la Argentina y es una mala idea chocar con ellos.
Algunos políticos tradicionales ayudaron al Gobierno cuando se subieron a la tarima, algunos pronunciaron discursos que no tenían nada que ver con lo que sentían los manifestantes. La sensación de manipulación que transmitieron mitigó la indignación que pudo provocar el post del Gobierno, con un león que sorbía un jarro con lágrimas de zurdos. Es una mala idea provocar a los jóvenes y despreciar sus valores.
Como hemos dicho varias veces, el bosque está seco y cualquier chispa puede provocar un incendio imparable.
*La opinión expresada en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no representa necesariamente la posición oficial de Publico.bo