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La reciente encuesta presentada por Marcelo Claure refleja una constante preocupante en nuestra política nacional: seguimos obsesionados con los mismos nombres y figuras, muchos de los cuales han estado en el poder por más de dos décadas. Esto plantea una pregunta crucial: ¿cuánto tiempo más vamos a permitir que las decisiones del país recaigan en quienes ya tuvieron su oportunidad y no supieron aprovecharla?
La política boliviana parece atrapada en una lógica de reciclaje. Según los datos, el 80% de los nombres mencionados como posibles líderes pertenecen a una generación de políticos que ha demostrado su incapacidad para generar cambios estructurales. Esta realidad no solo es desalentadora, sino que ignora una verdad innegable: el país necesita una renovación urgente, un liderazgo fresco y valiente que conecte con las demandas actuales de la ciudadanía.
La discusión debe ir más allá del quién y enfocarse en el qué. ¿Qué decisiones se necesitan para transformar Bolivia? ¿Qué políticas públicas deben implementarse para garantizar un desarrollo sostenible? En lugar de debatir sobre nombres o perfección, debemos construir liderazgos auténticos, respaldados por equipos competentes y comprometidos.
En este punto, es importante rechazar la idea de construir un “candidato perfecto” a medida. No se puede moldear a un líder como si fuera un producto que debe cumplir con una lista de atributos superficiales: exitoso, empresario, sin procesos judiciales, bien visto por ciertos sectores. Este enfoque no solo es ingenuo, sino peligroso, porque reduce el liderazgo a una fórmula vacía y desconectada de la realidad.
El liderazgo auténtico no se diseña en un laboratorio, ni surge de cumplir con un checklist de expectativas. Se construye a través de la experiencia, del compromiso con los problemas reales del país y de la capacidad de rodearse de personas idóneas para tomar decisiones informadas y valientes. Intentar crear a un candidato idealizado, desconectado de la complejidad del contexto boliviano, es una receta para el fracaso.
Además, este enfoque ignora algo fundamental: un buen líder no es alguien que monopoliza las decisiones, sino alguien que entiende la importancia de trabajar en equipo, de escuchar y de delegar cuando es necesario. Pretender que una sola figura resolverá los problemas estructurales del país es una visión reduccionista que solo perpetúa los mismos errores del pasado.
El cambio que Bolivia necesita no llegará de figuras externas que buscan influir en la política desde lejos. Marcelo Claure, por ejemplo, parece más interesado en moldear un candidato a su conveniencia que en abordar los problemas reales del país. Este enfoque es un error que ya hemos visto antes, con títeres y titiriteros que terminaron sirviendo a agendas ajenas y no a los intereses nacionales. Bolivia no necesita benefactores ni experimentos políticos; necesita líderes que trabajen desde adentro, con los pies en la tierra (y en territorio boliviano) y el corazón en su gente.
El verdadero liderazgo debe enfocarse en decisiones valientes que impulsen una economía más libre, reduzcan la carga del Estado y prioricen las libertades individuales. Un líder comprometido con el cambio entiende que el progreso real proviene de liberar el potencial de las personas, promoviendo menos intervención estatal y devolviendo a los ciudadanos el control sobre sus vidas y decisiones. Priorizar estas libertades no solo fomenta un bienestar más amplio, sino que también redefine el éxito como la capacidad de construir un país donde cada individuo pueda alcanzar su máximo potencial.
La palabra clave para el 2025 debe ser cambio. Cambio en el liderazgo, cambio en las prioridades y cambio en la forma en que entendemos y practicamos la política. No se trata de promesas vacías ni de retóricas populistas, sino de construir un camino claro hacia un futuro mejor para Bolivia.
El desafío es grande, pero no imposible. Necesitamos un debate político que deje de mirar hacia el pasado y se enfoque en construir un presente sólido y un futuro esperanzador. Porque Bolivia merece algo mejor, y ese algo comienza con nosotros.
Nota final: Ignorar que existe en el país una comunidad académica y científica capaz de debatir metodológicamente la encuesta creo que es un insulto potente hacia la misma, utilizar los datos de un censo ampliamente cuestionado, más aún sabiendo que el universo de estudio son los inscritos en el padrón no es mas que una confirmación de ese insulto y, además, un craso error de muestreo.